2/09/2015, 07:25
(Última modificación: 6/09/2015, 20:38 por Umikiba Kaido.)
Un nuevo amanecer tocaba la puerta. El sol se asomó parcialmente al sur de la aldea pero la incesante lluvia pareció patearle el culo y mandarle de nuevo a su escondite, allá detrás de las montañas que se asomaban tras las fronteras con el país del fuego. Por tanto, fue el goteo que golpeaba el techo de su habitación y no el brillo de la esporádica estrella ígnea lo que terminó por despertarlo; obligándole a dejar su cama y frotarse un poco los ojos. Luego observó el panorama que envolvía a la gran Amegakure, tan gris y lúgubre como de costumbre; al que respondió con un sonoro bostezo y una muy apropiada injuria.
—Primavera mis cojones...
Luego tomó un baño y vistió su conjunto típico. Alistó su equipo ninja, ató fuerte su bandana y bajó las escaleras para buscar algo de comer.
Pero allí no había ni polvo. Las alacenas estaban completamente vacías y no había rastro del viejo Yarou-dono por ningún lado. Tampoco esperaba que su "tutor" pudiera resolver su problema, en vista de que el hombre estaba ahí por puro protocolo y no para servirle. Rechistó con desagrado y dio un batacazo al gabinete, visiblemente irritado por la situación.
Ahora tendría que gastar su mesada en algún restaurante.
Pero si iba a gastarse su dinero, lo haría bien. Y es que antes de siquiera llegar a la aldea ya había escuchado sobre un famoso lugar llamado la Pastelería de Kiroe-chan. Según algunos vigilantes de su hogar en el valle Aodori, era allí donde valía la pena dar la pasta por un plato de comida y el tiburón, teniendo en cuenta las anécdotas contadas, esperaba poder comprobar la historia por sí mismo. Así pues, tras una apropiada búsqueda por las zonas aledañas al distrito comercial donde logró apuntar unas cuantas direcciones, terminó en una de las zonas residenciales de Amegakure donde supuestamente estaba ubicado el lugar.
De pronto, un aroma exquisito llegó a su nariz y supuso que era allí a donde tenía que ir.
Era la primera vez que entraba en aquel sitio. El mismo aroma era ahora mucho más fuerte; una mezcla entre lo dulce y lo salado, atractivo para la nariz y deseable para el paladar que inundó de pronto su alrededor. También contaba con una agradable decoración y con un gran número de comensales disfrutando de su comida. Hasta que el entró, por supuesto.
«¿A ver... quién será el primero en salir corriendo?» —pensó.
Finalmente tomó asiento, complacido y sonriente. Cruzó cómodamente sus brazos y dio un vistazo a su alrededor para deleitarse con las muy distintas reacciones de la gente, todo mientras llegaba alguien a atenderle. Pero si de algo estaba seguro era que saldría de allí con el estómago lleno, fuera buena la comida o no.
—Primavera mis cojones...
Luego tomó un baño y vistió su conjunto típico. Alistó su equipo ninja, ató fuerte su bandana y bajó las escaleras para buscar algo de comer.
Pero allí no había ni polvo. Las alacenas estaban completamente vacías y no había rastro del viejo Yarou-dono por ningún lado. Tampoco esperaba que su "tutor" pudiera resolver su problema, en vista de que el hombre estaba ahí por puro protocolo y no para servirle. Rechistó con desagrado y dio un batacazo al gabinete, visiblemente irritado por la situación.
Ahora tendría que gastar su mesada en algún restaurante.
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Pero si iba a gastarse su dinero, lo haría bien. Y es que antes de siquiera llegar a la aldea ya había escuchado sobre un famoso lugar llamado la Pastelería de Kiroe-chan. Según algunos vigilantes de su hogar en el valle Aodori, era allí donde valía la pena dar la pasta por un plato de comida y el tiburón, teniendo en cuenta las anécdotas contadas, esperaba poder comprobar la historia por sí mismo. Así pues, tras una apropiada búsqueda por las zonas aledañas al distrito comercial donde logró apuntar unas cuantas direcciones, terminó en una de las zonas residenciales de Amegakure donde supuestamente estaba ubicado el lugar.
De pronto, un aroma exquisito llegó a su nariz y supuso que era allí a donde tenía que ir.
Era la primera vez que entraba en aquel sitio. El mismo aroma era ahora mucho más fuerte; una mezcla entre lo dulce y lo salado, atractivo para la nariz y deseable para el paladar que inundó de pronto su alrededor. También contaba con una agradable decoración y con un gran número de comensales disfrutando de su comida. Hasta que el entró, por supuesto.
«¿A ver... quién será el primero en salir corriendo?» —pensó.
Finalmente tomó asiento, complacido y sonriente. Cruzó cómodamente sus brazos y dio un vistazo a su alrededor para deleitarse con las muy distintas reacciones de la gente, todo mientras llegaba alguien a atenderle. Pero si de algo estaba seguro era que saldría de allí con el estómago lleno, fuera buena la comida o no.