22/05/2018, 11:27
—No ocurre nada. No aún al menos[/i] —respondió Kaido, y Ayame ladeó aún más la cabeza al percibir aquel insólito rastro de preocupación en su tono de voz. Para que algo preocupara a aquel confiado escualo, debía de ser algo verdaderamente importante...—. [sub=dodgerblue]Aunque me temo de que pueda, Ayame, en el futuro. Y eso es lo que me está jodiendo por dentro.
—¿A qué te refieres, Kaido-san? —le preguntó.
Pero él ni siquiera giró la cabeza para mirarla. Seguía con los ojos perdidos en el fondo de las aguas del lago, y su mente parecía estar muy lejos de allí. Se mantuvo varios segundos en silencio, y Ayame respetó su intimidad aunque la curiosidad la estaba carcomiendo por dentro. Y, al final, habló:
—Mira, no sé quienes son mis padres ni de dónde vengo. Desconozco cualquier detalle de mi pasado tanto como lo haces tú. Lo único que sé es que un grupo de miembros contados del clan Hōzuki me habrían acogido en cuanto tuvieron la oportunidad. Me entrenaron y formaron como shinobi, esperando que la leyenda del Umi no Shisoku fuera cierta, convirtiéndome en un comodín que sólo pocos pueden tener. Después de todo, no siempre se tiene a un hijo del océano entre sus filas, ¿no?
—¿Umi no s...? —preguntó Ayame, extrañada, pero la voz de Kaido se interpuso a la suya.
—Hoy por hoy, sé quienes son y creo saber qué esperan de mi, que no es sino la lealtad más absoluta, pero no así lo que querrán lograr conmigo ¿lo entiendes?; y después de tu secuestro, empecé a entender que aún y cuando las acciones de mi reducto no pueden llevar a nadie a pensar de que quieren hacerle daño a esta aldea, el que deseen tener a un arma en subterfugio puede hacer creer lo contrario. De que hay intenciones veladas en todo ésto. Y ya sabemos qué pasa cuando se descubren ese tipo de tretas, sobre todo, con Amekoro Yui allá en lo más alto de ese rascacielos observándonos a todos.
Kaido se volvió entonces para mirarla, y Ayame se encontró con aquellos salvajes ojos cristalinos que antaño tanto pavor le habían causado. No ahora, no después de que le hubiera salvado la vida. Pero lo que le estaba contando era una situación similar a la que había pasado ella con los Kajitsu Hōzuki, y ella debía tenderle una mano después de todo lo que había ocurrido.
—Lo que sucedió contigo me hizo entender que aunque quiero ser un arma —destructiva y que pueda llevarse del paso a quién sea y en donde sea tal y como lo hacen los jodidos tiburones allá en el fondo del mar—, debo poder elegir en nombre de quién lo hago, y de a quién me trago de un mordisco. ¿Es lo más justo, verdad?
Ayame agachó la mirada, pensativa, repasando mentalmente todas y cada una de las confesiones de su compañero. La verdad es que era una situación muy complicada la que planteaba.
—Vaya, parece que los Hōzuki de la aldea no se quedan tranquilos si se están quietecitos —se atrevió a bromear, aunque fue una broma cargada de amargura—. Antes de nada, creo que deberías intentar averiguar qué planes tienen contigo, si es que tienen alguno... Quizás también averiguar quiénes eran tus padres, por lo menos uno de ellos debía ser Hōzuki, viendo que tú también lo eres —alzó la mirada hacia el cielo, con cierta preocupación en sus ojos castaños—. Y... dependiendo de cuáles sean esos planes, supongo que tendrás que tomar una decisión. Porque si van en contra de los intereses de Amegakure... o incluso llegara a atentar contra su seguridad... —le devolvió una mirada cargada de significados ocultos. Los Kajitsu eran un claro ejemplo de aquello de lo que estaba hablando, y su destino había sido tan cierto como que el cielo es azul.
—Pero oye, ¿qué es eso de los Umi no... shishuku?
—¿A qué te refieres, Kaido-san? —le preguntó.
Pero él ni siquiera giró la cabeza para mirarla. Seguía con los ojos perdidos en el fondo de las aguas del lago, y su mente parecía estar muy lejos de allí. Se mantuvo varios segundos en silencio, y Ayame respetó su intimidad aunque la curiosidad la estaba carcomiendo por dentro. Y, al final, habló:
—Mira, no sé quienes son mis padres ni de dónde vengo. Desconozco cualquier detalle de mi pasado tanto como lo haces tú. Lo único que sé es que un grupo de miembros contados del clan Hōzuki me habrían acogido en cuanto tuvieron la oportunidad. Me entrenaron y formaron como shinobi, esperando que la leyenda del Umi no Shisoku fuera cierta, convirtiéndome en un comodín que sólo pocos pueden tener. Después de todo, no siempre se tiene a un hijo del océano entre sus filas, ¿no?
—¿Umi no s...? —preguntó Ayame, extrañada, pero la voz de Kaido se interpuso a la suya.
—Hoy por hoy, sé quienes son y creo saber qué esperan de mi, que no es sino la lealtad más absoluta, pero no así lo que querrán lograr conmigo ¿lo entiendes?; y después de tu secuestro, empecé a entender que aún y cuando las acciones de mi reducto no pueden llevar a nadie a pensar de que quieren hacerle daño a esta aldea, el que deseen tener a un arma en subterfugio puede hacer creer lo contrario. De que hay intenciones veladas en todo ésto. Y ya sabemos qué pasa cuando se descubren ese tipo de tretas, sobre todo, con Amekoro Yui allá en lo más alto de ese rascacielos observándonos a todos.
Kaido se volvió entonces para mirarla, y Ayame se encontró con aquellos salvajes ojos cristalinos que antaño tanto pavor le habían causado. No ahora, no después de que le hubiera salvado la vida. Pero lo que le estaba contando era una situación similar a la que había pasado ella con los Kajitsu Hōzuki, y ella debía tenderle una mano después de todo lo que había ocurrido.
—Lo que sucedió contigo me hizo entender que aunque quiero ser un arma —destructiva y que pueda llevarse del paso a quién sea y en donde sea tal y como lo hacen los jodidos tiburones allá en el fondo del mar—, debo poder elegir en nombre de quién lo hago, y de a quién me trago de un mordisco. ¿Es lo más justo, verdad?
Ayame agachó la mirada, pensativa, repasando mentalmente todas y cada una de las confesiones de su compañero. La verdad es que era una situación muy complicada la que planteaba.
—Vaya, parece que los Hōzuki de la aldea no se quedan tranquilos si se están quietecitos —se atrevió a bromear, aunque fue una broma cargada de amargura—. Antes de nada, creo que deberías intentar averiguar qué planes tienen contigo, si es que tienen alguno... Quizás también averiguar quiénes eran tus padres, por lo menos uno de ellos debía ser Hōzuki, viendo que tú también lo eres —alzó la mirada hacia el cielo, con cierta preocupación en sus ojos castaños—. Y... dependiendo de cuáles sean esos planes, supongo que tendrás que tomar una decisión. Porque si van en contra de los intereses de Amegakure... o incluso llegara a atentar contra su seguridad... —le devolvió una mirada cargada de significados ocultos. Los Kajitsu eran un claro ejemplo de aquello de lo que estaba hablando, y su destino había sido tan cierto como que el cielo es azul.
—Pero oye, ¿qué es eso de los Umi no... shishuku?