22/05/2018, 23:30
(Última modificación: 22/05/2018, 23:30 por Amedama Daruu.)
—He venido a pedirle autorización para resolver yo mismo un problema que incide directamente en el futuro de nuestro clan, o al menos de los miembros que estén estrictamente vinculados a mí como ninja de Amegakure no satou —admitió con convicción—. pero antes déjeme contarle un poco acerca de nosotros.
Yui retiró la silla del escritorio lentamente. Lejos de actuar con la cólera que la caracterizaba, se sentó despacio, se inclinó sobre su escritorio y apoyó los codos en él, tapándose la boca con las manos.
—Continúa, por favor.
La mujer permaneció impasible mientras Kaido relataba la historia de su grupo. Por supuesto, ella ya los conocía. Los conocía de sobra. No es como si no estuviera vigilando cada paso que dieran. Pero ahora él estaba prácticamente admitiendo que...
Cuando Kaido miró a Yui, la vio tranquila. Pero también vio algo más. La tormenta misma, que bailaba como una nube de relámpagos en los ojos azules de Yui. El fuego interior, avivado, que podía comerse a todos y a todo.
Era una ira mucho más primitiva, una ira interior. Una que no se exteriorizaba. Pero estaba ahí.
—Eres muy valiente, Umikiba Kaido —dijo, tras unos largos minutos de silencio.
»Bien. Quiero que tú mismo nos conduzcas esta noche a cada rincón donde se escondan esas ratas. Liderarás el escuadrón que cortará sus gargantas mientras duermen.
Yui retiró la silla del escritorio lentamente. Lejos de actuar con la cólera que la caracterizaba, se sentó despacio, se inclinó sobre su escritorio y apoyó los codos en él, tapándose la boca con las manos.
—Continúa, por favor.
La mujer permaneció impasible mientras Kaido relataba la historia de su grupo. Por supuesto, ella ya los conocía. Los conocía de sobra. No es como si no estuviera vigilando cada paso que dieran. Pero ahora él estaba prácticamente admitiendo que...
Cuando Kaido miró a Yui, la vio tranquila. Pero también vio algo más. La tormenta misma, que bailaba como una nube de relámpagos en los ojos azules de Yui. El fuego interior, avivado, que podía comerse a todos y a todo.
Era una ira mucho más primitiva, una ira interior. Una que no se exteriorizaba. Pero estaba ahí.
—Eres muy valiente, Umikiba Kaido —dijo, tras unos largos minutos de silencio.
»Bien. Quiero que tú mismo nos conduzcas esta noche a cada rincón donde se escondan esas ratas. Liderarás el escuadrón que cortará sus gargantas mientras duermen.