23/05/2018, 13:27
(Última modificación: 23/05/2018, 13:28 por Aotsuki Ayame.)
El calor era verdaderamente insoportable. Aquella era la frase que Ayame se repetía una y otra vez en su torturada mente. Ni siquiera el hecho de caminar al amparo de la sombra de los árboles conseguía disminuir aquella asfixiante sensación. Mas bien al contrario, la humedad del aire sólo la incrementaba, y ahora la kunoichi caminaba con la sensación de que se le pegaba la ropa continuamente al cuerpo y con regueros de sudor perlando su frente. En un momento de desesperación, incluso había llegado a quitarse la camiseta interior que normalmente llevaba, la había guardado en la mochila que llevaba a su espalda, y ahora iba sólo con su uwagi de manga corta sujeto a la cintura por el obi negro.
Quizás también llegaría a arrepentirse de aquella decisión... Porque el bosque estaba cargado de toda clase de insectos, entre ellos los molestos mosquitos que ya le habían picado en más de una situación.
—Ojalá hubiera agua cerc... —comenzó a decir, hasta que se dio cuenta de su propia estupidez.
¡Ella era el agua!
Pero, aunque pudiera hacerlo, no podía llegar e inundar una parte del bosque. No podía alterar el terreno de esa forma sólo por su propio capricho. Por lo que tendría que hacer llover. Con la parsimonia del cansancio entumeciendo sus movimientos, juntó las manos en tres sellos consecutivos y, tras inspirar profundo, alzó la cabeza hacia el cielo. Exhaló un potente chorro de agua a presión que se levantó en el aire, chocando en su camino con varias ramas para terminar estampándose contra las copas de los árboles que cubrían su cabeza. Así, el chorro de agua se diseminó y terminó cayendo de vuelta encima del cuerpo de la kunoichi.
—¡Ah, mucho mejor! —exclamó, retirándose el pelo empapado de la cara.
Quizás también llegaría a arrepentirse de aquella decisión... Porque el bosque estaba cargado de toda clase de insectos, entre ellos los molestos mosquitos que ya le habían picado en más de una situación.
—Ojalá hubiera agua cerc... —comenzó a decir, hasta que se dio cuenta de su propia estupidez.
¡Ella era el agua!
Pero, aunque pudiera hacerlo, no podía llegar e inundar una parte del bosque. No podía alterar el terreno de esa forma sólo por su propio capricho. Por lo que tendría que hacer llover. Con la parsimonia del cansancio entumeciendo sus movimientos, juntó las manos en tres sellos consecutivos y, tras inspirar profundo, alzó la cabeza hacia el cielo. Exhaló un potente chorro de agua a presión que se levantó en el aire, chocando en su camino con varias ramas para terminar estampándose contra las copas de los árboles que cubrían su cabeza. Así, el chorro de agua se diseminó y terminó cayendo de vuelta encima del cuerpo de la kunoichi.
—¡Ah, mucho mejor! —exclamó, retirándose el pelo empapado de la cara.