24/05/2018, 19:56
Y pasaron los minutos. Largos y lentos minutos con la única compañía del silencio a su alrededor. Quizás en cualquier otro lugar ese silencio podría haber sido roto por el zumbido de una mosca... pero no había moscas en una ciudad tan lluviosa como era Amegakure. Y así siguió el transcurso del tiempo, lento, inexorable como una vela de cera derritiéndose bajo el yugo del fuego sobre su mecha.
¿Cuánto había pasado? ¿Quince minutos? ¿Media hora? ¿Tres cuartos de hora?
Hasta que se escucharon los pasos.
Rápidos. Retumbantes. Enfurecidos.
La puerta se abrió de golpe. Y Aotsuki Zetsuo entró entre largas zancadas, con las manos en los bolsillos, la espalda encorvada y sus ojos aguamarina fijos en el infinito como si pretendiera acuchillar el tiempo y el espacio con sus iris.
—Esta maldita niña tiene la cabeza de un chorlito... —mascullaba entre dientes—. ¡LA TERCERA PUERTA DE COMBATE DEL PRIMER PISO, ME HA DICHO! —bramó, y entonces pareció reparar en la presencia del que le estaba esperando—. ¿Se puede saber para qué cojones me has citado aquí, Amedama?
¿Cuánto había pasado? ¿Quince minutos? ¿Media hora? ¿Tres cuartos de hora?
Hasta que se escucharon los pasos.
Rápidos. Retumbantes. Enfurecidos.
La puerta se abrió de golpe. Y Aotsuki Zetsuo entró entre largas zancadas, con las manos en los bolsillos, la espalda encorvada y sus ojos aguamarina fijos en el infinito como si pretendiera acuchillar el tiempo y el espacio con sus iris.
—Esta maldita niña tiene la cabeza de un chorlito... —mascullaba entre dientes—. ¡LA TERCERA PUERTA DE COMBATE DEL PRIMER PISO, ME HA DICHO! —bramó, y entonces pareció reparar en la presencia del que le estaba esperando—. ¿Se puede saber para qué cojones me has citado aquí, Amedama?