30/05/2018, 19:04
Su Hermano tenía razón, aquel camino era demasiado ancho como para conducir a un mausoleo remoto y apartado. Pero, por encima de eso, había algo que le preocupaba todavía más.
—Hay que estar más atentos que nunca —dijo, mirando a izquierda y derecha por si captaba algún tipo de movimiento—. Con esta oscuridad… Somos un blanco demasiado fácil, joder.
Estaba molido. Agotado tanto física como mentalmente. La caminata interminable, el llanto de la niña que a veces todavía parecía poder oír, y la necesidad constante de estar concentrado. De estar atento a sus alrededores.
Y, por, si fuera poco…
… sintió que perdía gran parte de su chakra repentinamente.
Datsue apareció envuelto en una nube de humo, en la misma habitación que horas antes tan solo había alcanzado a vislumbrar. La penumbra lo envolvía todo, y el ambiente tenía un cariz tétrico, triste. Como si la mismísima Izanami estuviese allí, escondida entre las sombras, esperando a recibir a su nuevo invitado.
Datsue sabía que aquel momento llegaría, y no por ello no dejó de sentirse… poco preparado. Un hormigueo recorrió su pecho y se instaló en su estómago. Sintió náuseas. Una cosa era planificar un asesinato, y otra ejecutarlo. Había matado en otras ocasiones, pero, como le había dicho a Daruu una vez, una cosa era hacerlo en defensa propia, en el fulgor de una batalla, y otra era…
…hacerlo fríamente. Simplemente ejecutarlo, con la indiferencia de la hoja de una guillotina hacia su reo.
Tragó saliva. Había pensado en estrangularle. En buscar luego una cuerda y colgarle, simulando que había sido un suicidio. Pero, ¿y si no era capaz? Aquel hombre había demostrado grandes aptitudes en el combate cuerpo a cuerpo. Si forcejeaba lo suficiente como para encajarle un par de golpes, desaparecería. Literalmente. También había pensado en romperle el cuello. Pero, nuevamente, ¿y si fallaba? ¿Y si se despertaba justo cuando apoyaba las manos en su cabeza?
No podía arriesgarse.
Extrajo un kunai de su portaobjetos. Se inclinó hacia él, muy lentamente, conteniendo el aliento. Su corazón latía con tal intensidad que creía que su propio latido le delataría. Que despertaría a Makoto.
Acercó el kunai a su cuello. Era tan fácil… y a la vez difícil.
«No pienses, no pienses, no pienses…»
Solo tenía que apretar el filo contra su piel. Un simple movimiento, de lado a lado, y todo habría terminado.
«No piensesnopiensesnopiensesnopienses…»
Pero su mano no avanzaba. El kunai no se movía. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué de pronto le importaba la vida de aquel tipo? ¿Cuándo le había importado a él la vida de nadie? Recordó a Anzu, su primera y verdadera socia, muerta por su culpa. Recordó a Koko, muriendo por él. Recordó a todos los que había matado en sueños. A sus seres queridos. A sus amigos. A la propia Aiko. Recordó a la niña, a la que había condenado a morir de hambruna. ¿Acaso aquello no era mas cruel?
Sintió un calor repentino abrasándole las venas. Quemando cada poro de su piel.
Escuchó una risa escalofriante dentro de él.
Le rajó la puta garganta.
Se bañó en su sangre.
Apretaba tanto el kunai que creía iba a descoyuntarse los dedos.
Se asustó. Se asusto mucho. No por el asesinato. No por la vida que acababa de rebatar. Si no porque, en aquel instante, no supo reconocer si la risa había sido de Shukaku…
…o la suya propia.
—Hay que estar más atentos que nunca —dijo, mirando a izquierda y derecha por si captaba algún tipo de movimiento—. Con esta oscuridad… Somos un blanco demasiado fácil, joder.
Estaba molido. Agotado tanto física como mentalmente. La caminata interminable, el llanto de la niña que a veces todavía parecía poder oír, y la necesidad constante de estar concentrado. De estar atento a sus alrededores.
Y, por, si fuera poco…
… sintió que perdía gran parte de su chakra repentinamente.
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Datsue apareció envuelto en una nube de humo, en la misma habitación que horas antes tan solo había alcanzado a vislumbrar. La penumbra lo envolvía todo, y el ambiente tenía un cariz tétrico, triste. Como si la mismísima Izanami estuviese allí, escondida entre las sombras, esperando a recibir a su nuevo invitado.
Datsue sabía que aquel momento llegaría, y no por ello no dejó de sentirse… poco preparado. Un hormigueo recorrió su pecho y se instaló en su estómago. Sintió náuseas. Una cosa era planificar un asesinato, y otra ejecutarlo. Había matado en otras ocasiones, pero, como le había dicho a Daruu una vez, una cosa era hacerlo en defensa propia, en el fulgor de una batalla, y otra era…
…hacerlo fríamente. Simplemente ejecutarlo, con la indiferencia de la hoja de una guillotina hacia su reo.
Tragó saliva. Había pensado en estrangularle. En buscar luego una cuerda y colgarle, simulando que había sido un suicidio. Pero, ¿y si no era capaz? Aquel hombre había demostrado grandes aptitudes en el combate cuerpo a cuerpo. Si forcejeaba lo suficiente como para encajarle un par de golpes, desaparecería. Literalmente. También había pensado en romperle el cuello. Pero, nuevamente, ¿y si fallaba? ¿Y si se despertaba justo cuando apoyaba las manos en su cabeza?
No podía arriesgarse.
Extrajo un kunai de su portaobjetos. Se inclinó hacia él, muy lentamente, conteniendo el aliento. Su corazón latía con tal intensidad que creía que su propio latido le delataría. Que despertaría a Makoto.
Acercó el kunai a su cuello. Era tan fácil… y a la vez difícil.
«No pienses, no pienses, no pienses…»
Solo tenía que apretar el filo contra su piel. Un simple movimiento, de lado a lado, y todo habría terminado.
«No piensesnopiensesnopiensesnopienses…»
Pero su mano no avanzaba. El kunai no se movía. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Por qué de pronto le importaba la vida de aquel tipo? ¿Cuándo le había importado a él la vida de nadie? Recordó a Anzu, su primera y verdadera socia, muerta por su culpa. Recordó a Koko, muriendo por él. Recordó a todos los que había matado en sueños. A sus seres queridos. A sus amigos. A la propia Aiko. Recordó a la niña, a la que había condenado a morir de hambruna. ¿Acaso aquello no era mas cruel?
Sintió un calor repentino abrasándole las venas. Quemando cada poro de su piel.
Escuchó una risa escalofriante dentro de él.
Le rajó la puta garganta.
Se bañó en su sangre.
Apretaba tanto el kunai que creía iba a descoyuntarse los dedos.
Se asustó. Se asusto mucho. No por el asesinato. No por la vida que acababa de rebatar. Si no porque, en aquel instante, no supo reconocer si la risa había sido de Shukaku…
…o la suya propia.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado