31/05/2018, 19:20
Akame se detuvo un momento después que su Hermano, dirigiéndole una mirada inquisitiva que preguntaba sin necesidad de palabras. La noche ya se había cernido sobre Hi no Kuni y era probable que Makoto Masaru se hubiese ido a dormir, lo que significaba que el sello de Datsue se activaría. «Es realmente increíble lo que se puede lograr con el Fuuinjutsu. Definitivamente debería dedicarle más tiempo de estudio...»
Cuando el jōnin confirmó de forma verbal y escueta que el asesinato se había llevado a cabo, Akame dejó escapar un suspiro de satisfacción.
—Excelente, una cosa menos.
Luego se dio media vuelta y siguió andando, dejando que la tranquilidad y el alivio que emanaban de él por haber saldado su deuda con Toritaka Jirō contrastaran de forma brutal con la pesada losa que reposaba sobre la conciencia de Datsue; el que había empuñado el kunai.
La comitiva siguió su curso hasta que, en un momento dado, el propio Iekatsu ordenó que se detuviera sacando su mano decrépita por la ventana del carruaje. Soldados y demás integrantes del séquito se mostraron sumamente sorprendidos por esta decisión, pero nadie dijo nada. Con movimientos pesados y torpes, el anciano señor bajó del carro junto a la dama Tome.
—Nos acercamos al mausoleo de mis antepasados. A partir de este punto debo continuar solo —anunció, y la consternación fue evidente en los rostros de todos sus súbditos—. Sólo mi querida Tome y los ninjas del Remolino me acompañarán, para asegurarme de que ningún forajido desalmado tiene la osadía de interrumpir el último tramo de mi peregrinaje.
Uno de los soldados, su rostro oculto por el casco, se acercó a su señor.
—Iekatsu-sama, con el debido respeto, somos su guardia personal. Cada uno de nosotros ha jurado servirle tanto en la vida como en la muerte. No puede apartarnos ahora, no pued...
El arrugado rostro de Iekatsu se contrajo en una súbita mueca de ira.
—¿Se atreve a decirme lo que puedo o no puedo hacer, Akodo-san? —replicó, y Akame no pudo evitar acercarse más al escuchar aquel nombre—. Continuaremos solos.
Entonces el viejo noble se volvió hacia el séquito.
—¡Me habéis servido bien, mis queridos súbditos! Pero ahora debo marchar. No temáis, pues mis hijos gobernarán Rōkoku como hombres de bien, ya que han heredado mis tres virtudes. Coraje, sabiduría, y honestidad.
Con aquellas, Iekatsu le hizo señas a los dos jōnin de que le acompañaran y, a pie, siguió el ancho sendero hacia lo que podía vislumbrarse como un claro. Akame, diligente, caminó tras el anciano y la mujer de pelo negro... Aunque en su rostro se podía ver que estaba realmente tenso.
«Esto no me gusta...»
Cuando el jōnin confirmó de forma verbal y escueta que el asesinato se había llevado a cabo, Akame dejó escapar un suspiro de satisfacción.
—Excelente, una cosa menos.
Luego se dio media vuelta y siguió andando, dejando que la tranquilidad y el alivio que emanaban de él por haber saldado su deuda con Toritaka Jirō contrastaran de forma brutal con la pesada losa que reposaba sobre la conciencia de Datsue; el que había empuñado el kunai.
La comitiva siguió su curso hasta que, en un momento dado, el propio Iekatsu ordenó que se detuviera sacando su mano decrépita por la ventana del carruaje. Soldados y demás integrantes del séquito se mostraron sumamente sorprendidos por esta decisión, pero nadie dijo nada. Con movimientos pesados y torpes, el anciano señor bajó del carro junto a la dama Tome.
—Nos acercamos al mausoleo de mis antepasados. A partir de este punto debo continuar solo —anunció, y la consternación fue evidente en los rostros de todos sus súbditos—. Sólo mi querida Tome y los ninjas del Remolino me acompañarán, para asegurarme de que ningún forajido desalmado tiene la osadía de interrumpir el último tramo de mi peregrinaje.
Uno de los soldados, su rostro oculto por el casco, se acercó a su señor.
—Iekatsu-sama, con el debido respeto, somos su guardia personal. Cada uno de nosotros ha jurado servirle tanto en la vida como en la muerte. No puede apartarnos ahora, no pued...
El arrugado rostro de Iekatsu se contrajo en una súbita mueca de ira.
—¿Se atreve a decirme lo que puedo o no puedo hacer, Akodo-san? —replicó, y Akame no pudo evitar acercarse más al escuchar aquel nombre—. Continuaremos solos.
Entonces el viejo noble se volvió hacia el séquito.
—¡Me habéis servido bien, mis queridos súbditos! Pero ahora debo marchar. No temáis, pues mis hijos gobernarán Rōkoku como hombres de bien, ya que han heredado mis tres virtudes. Coraje, sabiduría, y honestidad.
Con aquellas, Iekatsu le hizo señas a los dos jōnin de que le acompañaran y, a pie, siguió el ancho sendero hacia lo que podía vislumbrarse como un claro. Akame, diligente, caminó tras el anciano y la mujer de pelo negro... Aunque en su rostro se podía ver que estaba realmente tenso.
«Esto no me gusta...»