4/06/2018, 19:52
Karma caminó por las calles de la aldea a ritmo de paseo. Su velocidad no era tan reducida como para dar a entender que la tarea venidera le resultaba indiferente y no le importaba llegar tarde, pero tampoco veía la necesidad de echar a correr y dejar de disfrutar del tiempo.
Primero llegó al Barrio de las Flores —y observó con curiosidad alguna de las casas de la zona, tan opulentas— y más tarde alcanzó el Barrio Rojo. En el interior de este último estaba su destino.
Transitó por el centro de la vía, con cerezos a ambos lados. La estampa y su olor maravillaron a Karma según esta se aproximaba al hogar de la señora Eshima. La zona y sus fincas eran similares al barrio en el que se había criado —y todavía vivía—, el Barrio de la Marea, así que se sintió como en casa.
Finalmente la fémina se detuvo, echándole un vistazo al edificio de dos plantas. «Aquí es», se aseguró a sí misma esperando no meter la pata.
Se plantó frente a la puerta de entrada y tomó la aldaba, con la que llamó un par de veces.
Primero llegó al Barrio de las Flores —y observó con curiosidad alguna de las casas de la zona, tan opulentas— y más tarde alcanzó el Barrio Rojo. En el interior de este último estaba su destino.
Transitó por el centro de la vía, con cerezos a ambos lados. La estampa y su olor maravillaron a Karma según esta se aproximaba al hogar de la señora Eshima. La zona y sus fincas eran similares al barrio en el que se había criado —y todavía vivía—, el Barrio de la Marea, así que se sintió como en casa.
Finalmente la fémina se detuvo, echándole un vistazo al edificio de dos plantas. «Aquí es», se aseguró a sí misma esperando no meter la pata.
Se plantó frente a la puerta de entrada y tomó la aldaba, con la que llamó un par de veces.