5/06/2018, 16:56
(Última modificación: 5/06/2018, 22:39 por Uchiha Akame.)
El caos se desató con rapidez.
Datsue formó un único sello y un clon suyo surgió del vacío tras una voluta de humo blanco. El Kage Bunshin avanzó a la carrera hacia el señor y su dama, ante la mirada atónita de éste y escéptica de ella. Tome se limitó a retroceder un paso, sin tomar la gema todavía, mientras el clon de Datsue se interponía entre ella y el marchito Iekatsu.
—¿Qué... Qué está pasando? —balbuceó, confuso, el noble.
Mientras tanto, el menor de los Hermanos del Desierto llevaba a cabo su estratagema para alertar a los guardias de la caravana. El kunai voló, con el sello sonoro pegado al mango y un extremo de hilo shinobi a éste. Sin embargo, cuando se disponía a meter mano a su portaobjetos para sacar una hikaridama, notó un violento golpe en la espalda que lo tiró de boca contra el suelo.
Luego, el inconfundible silbido de varios proyectiles surcando a toda velocidad el aire sobre su cabeza le llegó a los oídos. Había faltado poco para que Datsue recibiese aquella andanada de lleno, demasiado distraído en su propia estratagema. Su Kage Bunshin fue alcanzado, aunque Tome fue capaz de poner a salvo al señor Iekatsu tras unos escombros de considerable altura con un rápido movimiento poco usual en una dama de la corte.
—¡Por Amaterasu, cúbrete joder! —masculló Akame, entre dientes, mientras se levantaba de encima de su compadre—. Nos están rodeando.
En efecto, gracias a su Sharingan los jōnin podrían distinguir claramente las figuras que les acechaban en la oscuridad, así como la particularidad de su chakra. De entre los restos de las murallas exteriores emergieron seis figuras formando un semicírculo alrededor de los ninjas, cerrándoles entre su formación y las ruinas calcinadas de la fortaleza. Por su nivel de chakra, cinco de ellos eran civiles —mercenarios, probablemente—; pero el sexto...
—Tú otra vez... —el Uchiha casi escupió las palabras entre sus dientes apretados—. Hijo de puta.
Al abandonar sus coberturas, los agresores quedaron un momento expuestos a la mortecina luz de la Luna. Los cinco que no eran ninjas llevaban ballestas en las manos y espadas cortas en el cinto, y vestían con la indumentaria típica de los mercenarios. Del sexto, el shinobi, apenas alcanzaron a ver más que el portaobjetos que llevaba atado al muslo derecho, porque todavía estaba al amparo de la larga sombra que proyectaba una sección de la muralla.
—Seis contra dos. El ninja es peligroso, compadre —susurró Akame—. No podemos dejar que se haga con la gema.