6/06/2018, 16:36
(Última modificación: 6/06/2018, 16:38 por Uchiha Akame.)
Ignorante de la verdadera amenaza que se cernía sobre ellos, Karamaru cargó a ciegas contra la nube de humo en busca del Uchiha fugado; o eso creía él. La realidad le golpeó como una maza cuando, atravesando la humareda en mitad de un grave ataque de tos —internarse en la cortina de humo quizás no había sido la mejor de las ideas— y con los ojos enrojecidos por las partículas en suspensión, el amejin se encontró a Akame allí donde le había visto instantes antes.
Con una pequeña diferencia: sus manos estaban esposadas a la altura de su espalda. Y él tampoco tendría mucho más tiempo para reaccionar.
—¡Por la Villa Oculta de la Cascada!
El grito vino de algún lugar sobre sus cabezas. Akame apenas pudo hacer nada desde su posición; no sólo alguien le había colocado unas esposas supresoras de chakra, impidiéndole utilizar sus jutsus, sino que además apenas podía moverse sin cagarse encima de nuevo.
«Por todos los dioses habidos y por haber, ¿¡qué cojones es esto!?»
Karamaru escuchó pasos a su espalda y luego notó un fuerte golpe en las costillas que le hizo doblarse como un junco de río. Podría haber contraatacado, podría haberse defendido... Pero estaba demasiado malherido de su combate contra Akame, era presa de un ataque de tos por haberse aspirado media bomba de humo él sólo y tenía los ojos irritados a más no poder.
Cuando llegó el segundo golpe, directo a la parte anterior del cráneo, todo cuanto pudo hacer el calvo fue desplomarse en el suelo mientras el mundo se volvía más y más negro a su alrededor...
Un suave pero incesante goteo acabó despertando al amejin. Desde algún punto del techo, solitarias gotas de agua fría se lanzaban en picado hacia su pulida calva para acabar estrellándose contra ella y resbalando para caer por su rostro, sus sienes o su nuca. Si intentaba moverse se daría cuenta de que estaba atado de pies y manos; con un poco más de observación —sus ojos tardarían unos momentos en volver a acostumbrarse a la tenue luz del lugar en el que se encontraba, y sus oídos todavía le pitaban ligeramente— Karamaru identificaría dónde estaban depositadas sus posaderas.
Se encontraba firmemente atado en tobillos y muñecas a una silla de madera, en una habitación pequeña e iluminada tenuemente por una lámpara de aceite que colgaba de la pared. Se daría cuenta también de que no era capaz de utilizar chakra, pues dos esposas supresoras enganchadas a sus muñecas y conectadas por una corta cadena metálica se lo impedían.
—Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos, Karamaru-san.
La voz provenía de la persona que se encontraba justo a su lado, a un par de metros de separación y en idéntica condición. El rostro duro de Uchiha Akame le saludaría con una sonrisa socarrona.
—Buena técnica, la tuya. Si no fuera porque he visto con qué poca delicadeza de ataban mientras estabas K.O., pensaría que estabas compinchado con ellos —dijo el jōnin, riendo con sorna.
A simple vista podía verse que el rostro de Akame estaba castigado por varios golpes y moratones a lo largo y ancho del mismo, que sin embargo no desentonaban completamente con sus facciones afiladas, ya de por sí maltrechas.
Además de los dos ninjas, sentados en sus respectivas sillas junto a la pared del fondo, había en la parte derecha una mesa de escritorio con dos sillas. Sobre la misma podían verse varios pergaminos desenrollados, un bote de tinta tapado y un pincel sucio, pero desde la distancia era imposible leer nada.
—¡Vaya, vaya, vaya! Pero nuestro más querido invitado acaba de despertar —la voz sobresaltó a ambos ninjas, proveniente de la puerta al otro lado del cubículo—. Buenos días, Bella Durmiente.
En el marco de la puerta se recortó la figura de una mujer anchota, algo bajita y de apariencia anodina. Tenía el pelo corto, teñido de color azul turquesa, y vestía con unas extrañas ropas que se asemejaban remotamente al uniforme jōnin que Akame llevaba, pero con un diseño mucho más tosco y sin placa identificativa alguna. En su cuello llevaba lo que parecía ser una burda imitación de bandana ninja cuyo símbolo parecía una berenjena deforme... Aunque probablemente la intención de su autora había sido otra.
—Takigeru Pō, ninja de la Más Grande de todas las Grandes Aldeas, ¡Takigakure no Sato!
Con una pequeña diferencia: sus manos estaban esposadas a la altura de su espalda. Y él tampoco tendría mucho más tiempo para reaccionar.
—¡Por la Villa Oculta de la Cascada!
El grito vino de algún lugar sobre sus cabezas. Akame apenas pudo hacer nada desde su posición; no sólo alguien le había colocado unas esposas supresoras de chakra, impidiéndole utilizar sus jutsus, sino que además apenas podía moverse sin cagarse encima de nuevo.
«Por todos los dioses habidos y por haber, ¿¡qué cojones es esto!?»
Karamaru escuchó pasos a su espalda y luego notó un fuerte golpe en las costillas que le hizo doblarse como un junco de río. Podría haber contraatacado, podría haberse defendido... Pero estaba demasiado malherido de su combate contra Akame, era presa de un ataque de tos por haberse aspirado media bomba de humo él sólo y tenía los ojos irritados a más no poder.
Cuando llegó el segundo golpe, directo a la parte anterior del cráneo, todo cuanto pudo hacer el calvo fue desplomarse en el suelo mientras el mundo se volvía más y más negro a su alrededor...
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Un suave pero incesante goteo acabó despertando al amejin. Desde algún punto del techo, solitarias gotas de agua fría se lanzaban en picado hacia su pulida calva para acabar estrellándose contra ella y resbalando para caer por su rostro, sus sienes o su nuca. Si intentaba moverse se daría cuenta de que estaba atado de pies y manos; con un poco más de observación —sus ojos tardarían unos momentos en volver a acostumbrarse a la tenue luz del lugar en el que se encontraba, y sus oídos todavía le pitaban ligeramente— Karamaru identificaría dónde estaban depositadas sus posaderas.
Se encontraba firmemente atado en tobillos y muñecas a una silla de madera, en una habitación pequeña e iluminada tenuemente por una lámpara de aceite que colgaba de la pared. Se daría cuenta también de que no era capaz de utilizar chakra, pues dos esposas supresoras enganchadas a sus muñecas y conectadas por una corta cadena metálica se lo impedían.
—Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos, Karamaru-san.
La voz provenía de la persona que se encontraba justo a su lado, a un par de metros de separación y en idéntica condición. El rostro duro de Uchiha Akame le saludaría con una sonrisa socarrona.
—Buena técnica, la tuya. Si no fuera porque he visto con qué poca delicadeza de ataban mientras estabas K.O., pensaría que estabas compinchado con ellos —dijo el jōnin, riendo con sorna.
A simple vista podía verse que el rostro de Akame estaba castigado por varios golpes y moratones a lo largo y ancho del mismo, que sin embargo no desentonaban completamente con sus facciones afiladas, ya de por sí maltrechas.
Además de los dos ninjas, sentados en sus respectivas sillas junto a la pared del fondo, había en la parte derecha una mesa de escritorio con dos sillas. Sobre la misma podían verse varios pergaminos desenrollados, un bote de tinta tapado y un pincel sucio, pero desde la distancia era imposible leer nada.
—¡Vaya, vaya, vaya! Pero nuestro más querido invitado acaba de despertar —la voz sobresaltó a ambos ninjas, proveniente de la puerta al otro lado del cubículo—. Buenos días, Bella Durmiente.
En el marco de la puerta se recortó la figura de una mujer anchota, algo bajita y de apariencia anodina. Tenía el pelo corto, teñido de color azul turquesa, y vestía con unas extrañas ropas que se asemejaban remotamente al uniforme jōnin que Akame llevaba, pero con un diseño mucho más tosco y sin placa identificativa alguna. En su cuello llevaba lo que parecía ser una burda imitación de bandana ninja cuyo símbolo parecía una berenjena deforme... Aunque probablemente la intención de su autora había sido otra.
—Takigeru Pō, ninja de la Más Grande de todas las Grandes Aldeas, ¡Takigakure no Sato!