7/06/2018, 01:54
Pachan era un tipo grandilocuente. Él y su yegua, a cada cual, lo más carismático que se podía encontrar en aquellas tierras. Gran conversador, además. Pero con Yota, sentía la más imperiosa necesidad de darle una patada fuera del carruaje que le carcomía por dentro. Por respeto a Hibana no Kisho, evidentemente, no sucumbió a su más primitivo deseo.
—¿cómo son aquí quiénes? —replicó el conductor. Aunque aquella interrogante no iba a ser saciada, sino súbitamente interrumpida—. mierda, sujétense. Bonita, mantente en curso. ¡Que no te asusten!
De la aparente nada, una manada de coyotes cuyos pelajes de color trigo se mimetizaban perfectamente con las altas plantaciones circunvalantes en el paisaje, emergió para en un táctica de caza bien entrenada alcanzar en un rápido trote a los linderos del carruaje que se movía a paso del galope de Bonita. Sin mirar atrás, la yegua aceptó las órdenes de Pachan a través de sus riendas y atizó el paso para tratar de adelantar las distancias.
Los coyotes salvajes, sin embargo, eran rápidos y organizados. Más pronto que tarde, séis de ellos rodeaban por la izquierda y otros séis por la derecha.
Uno atrás, y otro adelante.
Y con cada segundo, apretaban más el rombo. En cualquier momento se cerraban completamente sobre sus presas.
—¿cómo son aquí quiénes? —replicó el conductor. Aunque aquella interrogante no iba a ser saciada, sino súbitamente interrumpida—. mierda, sujétense. Bonita, mantente en curso. ¡Que no te asusten!
De la aparente nada, una manada de coyotes cuyos pelajes de color trigo se mimetizaban perfectamente con las altas plantaciones circunvalantes en el paisaje, emergió para en un táctica de caza bien entrenada alcanzar en un rápido trote a los linderos del carruaje que se movía a paso del galope de Bonita. Sin mirar atrás, la yegua aceptó las órdenes de Pachan a través de sus riendas y atizó el paso para tratar de adelantar las distancias.
Los coyotes salvajes, sin embargo, eran rápidos y organizados. Más pronto que tarde, séis de ellos rodeaban por la izquierda y otros séis por la derecha.
Uno atrás, y otro adelante.
Y con cada segundo, apretaban más el rombo. En cualquier momento se cerraban completamente sobre sus presas.