10/06/2018, 17:52
Eshima alzó, muy sutilmente, una ceja cuando le cambiaron el orden del nombre y el apellido. La comisura de sus labios formó un amago de sonrisa, mientras recordaba su primera misión. Ella también había estado tan nerviosa…
—Así es. Encantada, Karma —esbozó una sonrisa amable, y se hizo a un lado—. Ven, pasa. Te presentaré a mi hijo.
Tras atravesar la puerta, Karma accedería al genkan, donde había un par de sandalias en el suelo, de corte clásico y talla pequeña. Eshima condujo a Karma por el largo pasillo que atravesaba a la casa por la mitad. Había dos puertas a la derecha, y una gran puerta corredera a la izquierda. Al fondo, unas escaleras que subían al segundo piso.
Eshima abrió la gran puerta corredera, que daba a un salón amplio, con las paredes blancas y los pilares de color carmesí. El suelo era de tatami, y en el centro había una mesa baja y negra, rodeada de zafus donde sentarse. A la derecha estaba la cocina, sin ningún tipo de pared que la separase del resto del habitáculo. En frente, otra gran puerta corredera, media abierta, que daba a un pequeño jardín. A la izquierda, dos sofás negros frente a un televisor, encendido. Estaban dando una famosa película de un héroe ninja, y sentado frente a él, con las piernas cruzadas, un niño.
—Ringo —la llamó su madre—. Ven a presentarte.
El chico, que debía rondar la misma edad que Karma pero era más bajito, se levantó refunfuñando. Tenía el pelo rizado y oscuro, corto, y una gruesa coletilla colgándole de la nuca. Tenía las cejas gruesas y la nariz pequeña.
—Hola —dijo de mala gana, mirándola un momento para luego desviar la mirada hacia otro lado.