12/06/2018, 21:35
El jovencito no tardó en retornar al sofá. No le dirigió una sola palabra más a Karma. Parecía bastante asiduo a la televisión.
Eshima le pedió a la genin que la acompañase, a lo que la pelivioleta hizo exactamente eso. La llevó hasta la cocina, donde le hizo un pequeño pero vital tutorial. Se le reveló la localización de la comida y los instrumentos de cocina, también se le hizo entrega de una pequeña lista de tareas. «Vaya, me siento como una auténtica hermana mayor».
No se preocupó todavía por los contenidos del papel, primero quería prestar especial atención a las indicaciones de la jōnin.
—Entendido, le prometo comer lo mínimo posible —afirmó con respeto la kunoichi, enarbolando su patentada sonrisa fraudulenta.
La mujer comprobó que iba con el agua al cuello en lo que a tiempo se refería y marchó con el ímpetu —y la prisas— de un huracán. Karma le devolvió el gesto, todavía sonriente.
—Espero que su misión sea coser y cantar, que le vaya bien —le dedicó.
Tan pronto el sonido de la puerta exterior cerrándose entró en sus oídos, Karma comenzó a ser consciente de la situación. Estaba en una casa desconocida, teniendo que cuidar de un muchacho que no conocía, como si fuese su propio hogar y su propio retoño. Súbita como un rayo, una sensación extraña e incómoda, una sensación de no pertenecer, se apoderó de ella.
—¿Y ahora qué hago, por dónde debería de empezar...? —masculló entre dientes.
Le echó un vistazo al pequeño papel que aún sostenía con la mano derecha. Procedió a desenrollarlo. Más le valía tener algo que hacer para que aquel miedo escénico no la consumiese, algo que le distrajese la mente, y la lista de tareas prometía eso mismo.
«Hacer la compra, ya veo. Hmmm... también quiere que cambie un libro, pero no conozco el lugar, tampoco dice exactamente el libro por el que quiere cambiarlo, ¿quizás uno de temática o género similar?. Ay, Izanami, llévame pronto...». Menudo galimatías. «Será mejor que empiece por la compra, eso sé de sobra dónde y cómo hacerlo. El libro tendrá que esperar, habrá que investigar e improvisar un poco...».
Enrolló el papel y lo introdujo en su portador de objetos. Acto seguido retornó al salón y se plantó frente a Ringo con semblante neutral.
—Ringo-san —entabló con el tono más dulce posible—, siento molestarte, pero ya que vamos a estar un buen rato juntos, ¿te importaría responderme a algunas preguntas? Me vendría bien saber, por ejemplo, qué rutina sueles tener —la muchacha meditó que quizás el chavalín, dependiendo de su personalidad, se inventaría una respuesta poco acorde con lo que su progenitora le habría contestado, pero estaba dispuesta a dejarlo pasar en tal de facilitar el asunto; siempre podía pararle los pies si se salía de madre.