13/06/2018, 16:37
Datsue se internó en las ruinas de la fortaleza quemada en busca del anciano al que debían proteger y de su dama, que parecía esconderse más de lo que revelaba. El ninja navegó durante unos minutos los escombros calcinados del edificio, que formaban intrincados pasillos en ruinas con una geometría deformada por el fuego.
Caminó hasta que el entorno se despejó ligeramente, abriéndose para formar un cuadrilátero amplio donde el techo todavía se mantenía medianamente en pie. Probablemente se habría tratado de la sala de audiencias del castillo, donde su noble señor recibiese a los leales peticionarios.
De repente, el Uchiha pudo oír un silbido que se aproximaba a su flanco derecho; el característico susurro de un acero cortando el viento a toda velocidad.
—Está bien —asintió Akame, colocándose el intercomunicador en la oreja derecha—. Suerte, compadre.
Con aquella escueta despedida, Datsue se perdió entre las largas sombras que proyectaba la fortaleza en ruinas.
Mientras tanto, Akame debía concentrarse en un problema muy real que se aproximaba a su posición; una nueva salva de saetas que los mercenarios acababan de dispararle. El jōnin se cubrió una vez más tras el muro medio derruido que le servía de barricada, y esperó hasta escuchar el inconfundible sonido de los virotes destrozando la piedra.
«Un momento...»
Su oído no le fallaba; sólo habían sido tres los impactos que retumbaron en mitad de la noche. «Había cuatro de ellos», se dijo rápidamente el Uchiha. Sumó dos y dos y no tuvo que pensar más para deducir que uno de los mercenarios no había disparado. «O está esperando a que me asome o se está moviendo. ¿Hacia dónde? Tengo que averiguarlo...»
Rápidamente, las manos del Uchiha se entrelazaron en una serie de sellos muy corta. Una copia ilusoria de sí mismo apareció junto a él con un característico "puf". El bunshin salió entonces de cobertura y echó a correr hacia el centro del claro, trazando un rumbo ligeramente diagonal para dirigirse a la parte derecha de los escombros. Mientras, el real aprovecharía la coyuntura para formar el sello del Tigre y desaparecer en un parpadeo... Con un destino claro.
Reaparecería junto a las ruinas de la muralla exterior, en un lateral, allí donde uno de los mercenarios seguía parapetado. Rápidamente el jōnin buscaría extraer el kunai oculto de su manga derecha y caerle encima, literamente, a aquel tipo. Su acero buscaría con la avidez de un depredador el cuello de la víctima en una puñalada directa a un punto vital.
Caminó hasta que el entorno se despejó ligeramente, abriéndose para formar un cuadrilátero amplio donde el techo todavía se mantenía medianamente en pie. Probablemente se habría tratado de la sala de audiencias del castillo, donde su noble señor recibiese a los leales peticionarios.
De repente, el Uchiha pudo oír un silbido que se aproximaba a su flanco derecho; el característico susurro de un acero cortando el viento a toda velocidad.
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—Está bien —asintió Akame, colocándose el intercomunicador en la oreja derecha—. Suerte, compadre.
Con aquella escueta despedida, Datsue se perdió entre las largas sombras que proyectaba la fortaleza en ruinas.
Mientras tanto, Akame debía concentrarse en un problema muy real que se aproximaba a su posición; una nueva salva de saetas que los mercenarios acababan de dispararle. El jōnin se cubrió una vez más tras el muro medio derruido que le servía de barricada, y esperó hasta escuchar el inconfundible sonido de los virotes destrozando la piedra.
«Un momento...»
Su oído no le fallaba; sólo habían sido tres los impactos que retumbaron en mitad de la noche. «Había cuatro de ellos», se dijo rápidamente el Uchiha. Sumó dos y dos y no tuvo que pensar más para deducir que uno de los mercenarios no había disparado. «O está esperando a que me asome o se está moviendo. ¿Hacia dónde? Tengo que averiguarlo...»
Rápidamente, las manos del Uchiha se entrelazaron en una serie de sellos muy corta. Una copia ilusoria de sí mismo apareció junto a él con un característico "puf". El bunshin salió entonces de cobertura y echó a correr hacia el centro del claro, trazando un rumbo ligeramente diagonal para dirigirse a la parte derecha de los escombros. Mientras, el real aprovecharía la coyuntura para formar el sello del Tigre y desaparecer en un parpadeo... Con un destino claro.
Reaparecería junto a las ruinas de la muralla exterior, en un lateral, allí donde uno de los mercenarios seguía parapetado. Rápidamente el jōnin buscaría extraer el kunai oculto de su manga derecha y caerle encima, literamente, a aquel tipo. Su acero buscaría con la avidez de un depredador el cuello de la víctima en una puñalada directa a un punto vital.