13/06/2018, 19:18
«Pero, ¿dónde coño se han metido?» No es como si pudiese buscar el rastro de sus pisadas por el suelo. Primero de todo, porque era de noche. Segundo, porque tenía un ninja del que preocuparse como para andar con la cabeza gacha, dejándose expuesto.
El corazón le latía con fuerza, y él, inútilmente, trataba de relajarse. De dar bocanadas de aire medidas y calculadas, profesionales. Pero para su desgracia, al contrario que su Hermano, él carecía de semejante cualidad.
Sus pasos le condujeron por un laberinto derruido hasta alcanzar una antigua sala, con el techo todavía en pie. En pie, sí, pero cualquiera con dos dedos de frente sabría que no era muy buena idea permanecer mucho tiempo bajo él. No si uno le tenía aprecio a la vida. Y eso era algo el Uchiha sí tenía. Estaba a punto de irse cuando…
Se tiró al suelo de golpe, rodando por él. El característico silbido de un acero cortando el viento le había llegado a su oído derecho. Se levantó de un salto mientras giraba la cabeza en busca de su atacante y se llevaba una mano al portaobjetos, extrayendo una estrella metálica.
—¡Da la cara, cobarde! —Por muy estúpido que pareciese, había hombres que se dejaban llevar por el orgullo en una situación de vida o muerte.
Dígase una cosa de las ratas: a nadie le gustan. No encontrarás siquiera a una persona en todo Oonindo a quien no le desagraden. Y, a pesar de ello —o quizá por ello—, no hay animal con mejor índice de supervivencia que ellos. Porque están acostumbrados a la hostilidad, y se adaptan a cualquier fenómeno adverso.
Por eso, pese a que estaba luchando por no cagarse en los pantalones, Nezumi la Rata sabía que sobreviviría a aquella noche. Porque él era astuto, listo y cobarde. Tres cualidades fundamentales para sobrevivir.
Siguió su flanqueo con el sigilo propio de un ninja. Entonces vio a uno de ellos, corriendo indefenso hasta el claro. Pobre infeliz. Le había puesto su vida en bandeja.
Estiró la mano y apuntó a su nuca. Apretó el gatillo y la ballesta se disparó en un sonoro ¡crack!
Kujaku el Pavo sonrió cuando vio al ninja corriendo hacia el claro. Nezumi no era ni la mitad de listo de lo que la gente le consideraba. Ni la cuarta parte de lo que él pensaba de sí mismo. Pero había que reconocer que la jugada del flanqueo le había salido redonda.
Hinchó el pecho, como un pavo real, cuando la saeta de la muerte salió disparada del arma de su compañero, atravesando el cuello de aquel pobre diablo. Partiéndole la espina dorsal…
… y haciendo que desapareciese en una nube de humo.
—¿Qué coj…? —sintió una ráfaga de aire en un lateral. Vio a la sombra de la muerte cerniéndose sobre él. Gritó, y su chillido se vio ahogado por su propia sangre, que salía a chorros de su garganta.
Ushi el Toro giró la cabeza al oír el grito ahogado de su compañero. Nunca le había caído bien aquel fanfarrón, engreído y repulsivo ser. Pero era uno de los suyos.
—¡A la mierda! —masculló. Nunca se le habían dado bien las ballestas. Se encasquillaban con facilidad, y había que tener demasiado buen pulso y puntería como para acertar a un blanco móvil a más de diez metros. Desenvainó la espada y corrió hacia aquel cabrón, dispuesto a rebanarle el cuerpo entero con un tajo certero en diagonal, de arriba abajo.
Iun el Perro había estado en las suficientes batallas como para saber que todo se reducía a un segundo. Ese segundo de duda. Ese segundo de más que tardabas en alzar la ballesta. Ese segundo tarde en el que te dabas cuenta que te estaban rodeando por la espalda.
Por eso, no dudó. Se apresuró en recargar la ballesta mientras corría tras Ushi, que corría cual toro a embestir a su presa. Siempre hacía lo mismo. No por nada le habían puesto aquel apodo. Él, no obstante, decidió flanquear por la izquierda y tomar una buena posición para apuntar.
Tras el colosal fallo, Nezumi se apresuró a colocarse donde momentos antes habían estado los ninjas. Allí recargó la ballesta, apoyó la mano en los escombros, apuntó…
…y contuvo el aliento.
El corazón le latía con fuerza, y él, inútilmente, trataba de relajarse. De dar bocanadas de aire medidas y calculadas, profesionales. Pero para su desgracia, al contrario que su Hermano, él carecía de semejante cualidad.
Sus pasos le condujeron por un laberinto derruido hasta alcanzar una antigua sala, con el techo todavía en pie. En pie, sí, pero cualquiera con dos dedos de frente sabría que no era muy buena idea permanecer mucho tiempo bajo él. No si uno le tenía aprecio a la vida. Y eso era algo el Uchiha sí tenía. Estaba a punto de irse cuando…
Se tiró al suelo de golpe, rodando por él. El característico silbido de un acero cortando el viento le había llegado a su oído derecho. Se levantó de un salto mientras giraba la cabeza en busca de su atacante y se llevaba una mano al portaobjetos, extrayendo una estrella metálica.
—¡Da la cara, cobarde! —Por muy estúpido que pareciese, había hombres que se dejaban llevar por el orgullo en una situación de vida o muerte.
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Dígase una cosa de las ratas: a nadie le gustan. No encontrarás siquiera a una persona en todo Oonindo a quien no le desagraden. Y, a pesar de ello —o quizá por ello—, no hay animal con mejor índice de supervivencia que ellos. Porque están acostumbrados a la hostilidad, y se adaptan a cualquier fenómeno adverso.
Por eso, pese a que estaba luchando por no cagarse en los pantalones, Nezumi la Rata sabía que sobreviviría a aquella noche. Porque él era astuto, listo y cobarde. Tres cualidades fundamentales para sobrevivir.
Siguió su flanqueo con el sigilo propio de un ninja. Entonces vio a uno de ellos, corriendo indefenso hasta el claro. Pobre infeliz. Le había puesto su vida en bandeja.
Estiró la mano y apuntó a su nuca. Apretó el gatillo y la ballesta se disparó en un sonoro ¡crack!
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Kujaku el Pavo sonrió cuando vio al ninja corriendo hacia el claro. Nezumi no era ni la mitad de listo de lo que la gente le consideraba. Ni la cuarta parte de lo que él pensaba de sí mismo. Pero había que reconocer que la jugada del flanqueo le había salido redonda.
Hinchó el pecho, como un pavo real, cuando la saeta de la muerte salió disparada del arma de su compañero, atravesando el cuello de aquel pobre diablo. Partiéndole la espina dorsal…
… y haciendo que desapareciese en una nube de humo.
—¿Qué coj…? —sintió una ráfaga de aire en un lateral. Vio a la sombra de la muerte cerniéndose sobre él. Gritó, y su chillido se vio ahogado por su propia sangre, que salía a chorros de su garganta.
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Ushi el Toro giró la cabeza al oír el grito ahogado de su compañero. Nunca le había caído bien aquel fanfarrón, engreído y repulsivo ser. Pero era uno de los suyos.
—¡A la mierda! —masculló. Nunca se le habían dado bien las ballestas. Se encasquillaban con facilidad, y había que tener demasiado buen pulso y puntería como para acertar a un blanco móvil a más de diez metros. Desenvainó la espada y corrió hacia aquel cabrón, dispuesto a rebanarle el cuerpo entero con un tajo certero en diagonal, de arriba abajo.
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Iun el Perro había estado en las suficientes batallas como para saber que todo se reducía a un segundo. Ese segundo de duda. Ese segundo de más que tardabas en alzar la ballesta. Ese segundo tarde en el que te dabas cuenta que te estaban rodeando por la espalda.
Por eso, no dudó. Se apresuró en recargar la ballesta mientras corría tras Ushi, que corría cual toro a embestir a su presa. Siempre hacía lo mismo. No por nada le habían puesto aquel apodo. Él, no obstante, decidió flanquear por la izquierda y tomar una buena posición para apuntar.
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Tras el colosal fallo, Nezumi se apresuró a colocarse donde momentos antes habían estado los ninjas. Allí recargó la ballesta, apoyó la mano en los escombros, apuntó…
…y contuvo el aliento.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado