13/06/2018, 21:41
(Última modificación: 13/06/2018, 22:50 por Uchiha Akame.)
Datsue consiguió esquivar el proyectil que su enemigo le había arrojado por sorpresa, en parte gracias a sus buenos reflejos y agilidad, y en parte gracias a...
Que aquel ninja no le había apuntado a él. Cuando el Uchiha se volteó para buscar a su enemigo, pudo ver un manto de chakra incandescente de color blanco pálido moviéndose entre dos de las grandes columnas del salón, que sujetaban la maltrecha estructura del techo.
Sin embargo, el verdadero objeto de su atención estaba a un par de pasos detrás suya. Un kunai con un sello explosivo de clase A enrollado en torno al mango, que había comenzado a emitir un brillo blanquecino y letal.
La estrategia de distracción del jōnin funcionó a las mil maravillas —al fin y al cabo aquellos tipos, aunque instruídos en el arte de la guerra, no tenían conocimiento alguno de las técnicas ninja— y Akame no sólo pudo despistar a sus oponentes y hacer que se precipitaran, sino que además obtuvo una información muy valiosa...
El mercenario que se había movido estaba en lo que había sido su flanco, y era el que había disparado la saeta para "asesinar" a su clon ilusorio.
Así, el Uchiha se cernió sobre uno de aquellos desgraciados, cogiéndolo por sorpresa y enterrando sin problemas su afilado kunai en la yugular del tipo. Un grito hendió el silencio nocturno, seguido del inconfundible gorjeo de una garganta siendo inundada por la sangre del cuerpo que la sostiene. Akame sujetó el cadáver como si se tratase de una amante borracha mientras alzaba la vista por encima del hombro del mismo.
«Con este hacen dos muertos. Deben quedar tres. Uno junto a los escombros, a mi izquierda, y dos delante», razonó a toda velocidad. Su Sharingan le confirmó aquello al momento, mostrándole dos lámparas humanas de chakra que se le aproximaban a la carrera.
Akame no dudó. La mano diestra soltó el kunai —todavía enterrado en la garganta sangrante del muerto— y tomó algo del portaobjetos de su cintura que luego pegó en la espalda del susodicho cadáver. Cuando la mastodóntica figura del mercenario que cargaba contra él espada en mano se acercó lo suficiente, Akame empujó el cuerpo sin vida que tenía entre sus brazos para arrojarlo en dirección al toro. Un instante después agarró una hikaridama de su portaobjetos y la hizo explotar en medio de los dos atacantes, cerrando él mismo los ojos.
Después del flash, el Uchiha ganó metros con un par de saltos hacia atrás —aprovechando para quedarse con los restos de la muralla en ruinas a su izquierda, cubriéndose del tirador— mientras sus manos se unían en el sello de la Serpiente.
«¡Kibaku Fuda, Kassei-ka!»
Que aquel ninja no le había apuntado a él. Cuando el Uchiha se volteó para buscar a su enemigo, pudo ver un manto de chakra incandescente de color blanco pálido moviéndose entre dos de las grandes columnas del salón, que sujetaban la maltrecha estructura del techo.
Sin embargo, el verdadero objeto de su atención estaba a un par de pasos detrás suya. Un kunai con un sello explosivo de clase A enrollado en torno al mango, que había comenzado a emitir un brillo blanquecino y letal.
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La estrategia de distracción del jōnin funcionó a las mil maravillas —al fin y al cabo aquellos tipos, aunque instruídos en el arte de la guerra, no tenían conocimiento alguno de las técnicas ninja— y Akame no sólo pudo despistar a sus oponentes y hacer que se precipitaran, sino que además obtuvo una información muy valiosa...
El mercenario que se había movido estaba en lo que había sido su flanco, y era el que había disparado la saeta para "asesinar" a su clon ilusorio.
Así, el Uchiha se cernió sobre uno de aquellos desgraciados, cogiéndolo por sorpresa y enterrando sin problemas su afilado kunai en la yugular del tipo. Un grito hendió el silencio nocturno, seguido del inconfundible gorjeo de una garganta siendo inundada por la sangre del cuerpo que la sostiene. Akame sujetó el cadáver como si se tratase de una amante borracha mientras alzaba la vista por encima del hombro del mismo.
«Con este hacen dos muertos. Deben quedar tres. Uno junto a los escombros, a mi izquierda, y dos delante», razonó a toda velocidad. Su Sharingan le confirmó aquello al momento, mostrándole dos lámparas humanas de chakra que se le aproximaban a la carrera.
Akame no dudó. La mano diestra soltó el kunai —todavía enterrado en la garganta sangrante del muerto— y tomó algo del portaobjetos de su cintura que luego pegó en la espalda del susodicho cadáver. Cuando la mastodóntica figura del mercenario que cargaba contra él espada en mano se acercó lo suficiente, Akame empujó el cuerpo sin vida que tenía entre sus brazos para arrojarlo en dirección al toro. Un instante después agarró una hikaridama de su portaobjetos y la hizo explotar en medio de los dos atacantes, cerrando él mismo los ojos.
Después del flash, el Uchiha ganó metros con un par de saltos hacia atrás —aprovechando para quedarse con los restos de la muralla en ruinas a su izquierda, cubriéndose del tirador— mientras sus manos se unían en el sello de la Serpiente.
«¡Kibaku Fuda, Kassei-ka!»