14/06/2018, 19:21
Quizá aquella misión fuese anodina para un ninja. Seguramente no se había alistado para hacer de canguro de un niño malcriado. Pero, aun así, estaba teniendo que usar parte de lo aprendido en la Academia, como si de una auténtica misión de rastreo se tratase.
La kunoichi pensó en su fuero interno que había lanzado una moneda al aire, mas no lo había hecho. No, su elección, pese a lo sencillo del caso, había sido mucho más complejo que aquello. Había entrado la intuición, la memoria, la deducción…
… y, por eso mismo, había acertado. Cuando llegó al parque, un jardín con cerezos y un par de bancos de piedra blanca, le vio. A Ringo, con el brazo retorcido tras la espalda, en una llave que le estaba aplicando otro chico. Un niño algo más alto, con uniceja y una cicatriz en una mejilla.
A su lado, otro chico, de una estatura intermedia entre el alto y Ringo. Tenía la cabeza rapada, las cejas gruesas y negras y se relamía los labios mientras contemplaba la escena. Anudado a su brazo derecho, la bandana del Remolino.
—¿Uzukage tú? —preguntaba el que mantenía la llave sobre Ringo, que forcejeaba inútilmente para liberarse—. El único Kage que puedes ser es el de los cerdos. ¡Ringo el Kage de los Cerdos! —exclamó, riendo, y despertando también una carcajada en su compañero.
—¡Que me sueltes! ¡Que me sueltes he dicho! —vociferaba Ringo.
Salvo ellos tres —ahora cuatro con la llegada de Karma—, el pequeño parque se encontraba vacío.
La kunoichi pensó en su fuero interno que había lanzado una moneda al aire, mas no lo había hecho. No, su elección, pese a lo sencillo del caso, había sido mucho más complejo que aquello. Había entrado la intuición, la memoria, la deducción…
… y, por eso mismo, había acertado. Cuando llegó al parque, un jardín con cerezos y un par de bancos de piedra blanca, le vio. A Ringo, con el brazo retorcido tras la espalda, en una llave que le estaba aplicando otro chico. Un niño algo más alto, con uniceja y una cicatriz en una mejilla.
A su lado, otro chico, de una estatura intermedia entre el alto y Ringo. Tenía la cabeza rapada, las cejas gruesas y negras y se relamía los labios mientras contemplaba la escena. Anudado a su brazo derecho, la bandana del Remolino.
—¿Uzukage tú? —preguntaba el que mantenía la llave sobre Ringo, que forcejeaba inútilmente para liberarse—. El único Kage que puedes ser es el de los cerdos. ¡Ringo el Kage de los Cerdos! —exclamó, riendo, y despertando también una carcajada en su compañero.
—¡Que me sueltes! ¡Que me sueltes he dicho! —vociferaba Ringo.
Salvo ellos tres —ahora cuatro con la llegada de Karma—, el pequeño parque se encontraba vacío.