14/06/2018, 23:08
Karma suspiró. Suspiró como solo aquel que espera burlas, y termina encajándolas, puede suspirar.
Notó el contacto extraño sobre su anatomía. Recuerdos de brutales palizas y sexo forzado le empalaron la mente cuando su espacio personal fue violado sin aviso ni consentimiento, sin pena ni gloria. Mas no reaccionó; ni dejó escapar al demonio, ni abrió la boca, ni mató con la mirada al genin. Tan solo un movimiento prácticamente imperceptible, un tic nervioso: el párpado de su ojo derecho se cerró apenas un milímetro para volver a su posición original una fracción de segundo después.
—Dejadme que os muestre algo... —indicó, ausente.
Retrocedió un paso, buscando quitarse de encima aquella mano que la hacía sentir corrupta. Se aproximó a uno de los múltiples cerezos del parque, al más cercano, hasta plantarse frente a él, a poco menos de medio metro.
—Esto es mi puño —afirmó con la diestra alzada y cerrada, como quien habla con infantes que todavía usan pañales, mas su tono no tenía deje alguno de mofa, era... hueco—. Y esto...
Acumuló chakra a lo largo de su brazo. No mucho, lo suficiente como para dar un golpe de fortachón, pero no causarle daños irreparables al árbol ni mucho menos hacerlo estallar en mil añicos del lugar de impacto para arriba. Fue tan difícil no moldear toda la energía de la que era capaz en la actualidad y dejarla ir, demostrándoles lo que les podía hacer en realidad... pero logró contenerse.
Entonces asestó el testarazo, dirigido aproximadamente al centro del tronco —el centro relativo a la altura de la pelivioleta—. Debería de causar una llamativa abolladura de unos cuantos centímetros de profundidad. También agitaría el cerezo con violencia, le arrancaría unas cuantas hojas, etcétera.
En definitiva, mucho ruido y pocas nueces.
—... es vuestra cabeza —pronunció a la par que señalaba el "cráter" con la palma extendida de la misma mano que había realizado la mala obra.
Notó el contacto extraño sobre su anatomía. Recuerdos de brutales palizas y sexo forzado le empalaron la mente cuando su espacio personal fue violado sin aviso ni consentimiento, sin pena ni gloria. Mas no reaccionó; ni dejó escapar al demonio, ni abrió la boca, ni mató con la mirada al genin. Tan solo un movimiento prácticamente imperceptible, un tic nervioso: el párpado de su ojo derecho se cerró apenas un milímetro para volver a su posición original una fracción de segundo después.
—Dejadme que os muestre algo... —indicó, ausente.
Retrocedió un paso, buscando quitarse de encima aquella mano que la hacía sentir corrupta. Se aproximó a uno de los múltiples cerezos del parque, al más cercano, hasta plantarse frente a él, a poco menos de medio metro.
—Esto es mi puño —afirmó con la diestra alzada y cerrada, como quien habla con infantes que todavía usan pañales, mas su tono no tenía deje alguno de mofa, era... hueco—. Y esto...
Acumuló chakra a lo largo de su brazo. No mucho, lo suficiente como para dar un golpe de fortachón, pero no causarle daños irreparables al árbol ni mucho menos hacerlo estallar en mil añicos del lugar de impacto para arriba. Fue tan difícil no moldear toda la energía de la que era capaz en la actualidad y dejarla ir, demostrándoles lo que les podía hacer en realidad... pero logró contenerse.
Entonces asestó el testarazo, dirigido aproximadamente al centro del tronco —el centro relativo a la altura de la pelivioleta—. Debería de causar una llamativa abolladura de unos cuantos centímetros de profundidad. También agitaría el cerezo con violencia, le arrancaría unas cuantas hojas, etcétera.
En definitiva, mucho ruido y pocas nueces.
—... es vuestra cabeza —pronunció a la par que señalaba el "cráter" con la palma extendida de la misma mano que había realizado la mala obra.