15/06/2018, 00:19
Como era de esperar, el regalo de cumpleaños que el abuelo le había dado no tardó en requerir de su pago. Etsu había de viajar hasta el fin del mundo casi, el sitio casi ni salía en los planos o cartas náuticas. Yamahata, una ciudad costera de las tierras nevadas del norte.
Por un lado, ver esas tierras tenía que ser algo glorioso, jamás había visto la nieve, y mucho menos nevar. El sitio no era muy conocido, pero seguro que la gente era hospitalaria y el lugar muy risueño. No cabía otra manera de ver el sitio, aunque fuese a visitarlo tan solo para hacer un recado del abuelo. Por contra, era mucho tiempo que iba a perder de entranamiento, y aunque el rastas podía hacer de cualquier actividad un nuevo entrenamiento, eran clases del dojo que estaba perdiendo. Si seguía así la cosa, seguro que dejaba de ser el alumno número uno del Tekken.
Sin embargo, por mas que quisiera, el deber es el deber. Como su abuelo siempre decía —las pocas veces que le dirigía la palabra— todo por la familia, el apellido es lo primero.
Todo estaba organizado, tenía una caja de madera del tamaño de una funda de guitarra, la cuál era el objetivo a entregar al señor Fushoda en Yamahata. Tenía un boleto para viajar en una pequeña embarcación hasta allí, y tomaría la misma desde la costa norte del país del bosque. Tenía una mochila azul de un tamaño no demasiado desmesurado, donde tenía algunas provisiones. Tenía a su fiel compañero, Akane. Por supuesto, tenía su nueva pertenencia, esa espada de color dorado que bien podía ser oro. Lo tenía todo.
Sin demora, viajó hasta el lugar acordado para tomar el pequeño ferry, y desde allí tomó mar hasta llegar a una ciudad costera. La noche ya comenzaba a caer para cuando llegaron, o el atardecer... todo estaba oscuro, todo salvo unas partículas raras que caían del cielo.
—Ostras... ésto es... —tomó una de éstas pequeñas esferas color blanco, y ésta se deshizo rápidamente en sus manos, fría como un bocado a un helado —¿Warauf? —preguntó Akane, extrañado también.
Si, así era, lo que estaba cayendo del cielo era nieve.
Como niños que despiertan a las 5 de la madrugada el día de abrir los regalos en navidad, los ojos le brillaron a ambos. Sin duda alguna, el espectáculo era precioso. Entre tanta oscuridad, y casas de colores tan fúnebres, el color blanco comenzaba a decorarlo todo.
Entre tanto, el pequeño ferry ya casi había atracado en el puerto.
Por un lado, ver esas tierras tenía que ser algo glorioso, jamás había visto la nieve, y mucho menos nevar. El sitio no era muy conocido, pero seguro que la gente era hospitalaria y el lugar muy risueño. No cabía otra manera de ver el sitio, aunque fuese a visitarlo tan solo para hacer un recado del abuelo. Por contra, era mucho tiempo que iba a perder de entranamiento, y aunque el rastas podía hacer de cualquier actividad un nuevo entrenamiento, eran clases del dojo que estaba perdiendo. Si seguía así la cosa, seguro que dejaba de ser el alumno número uno del Tekken.
Sin embargo, por mas que quisiera, el deber es el deber. Como su abuelo siempre decía —las pocas veces que le dirigía la palabra— todo por la familia, el apellido es lo primero.
Todo estaba organizado, tenía una caja de madera del tamaño de una funda de guitarra, la cuál era el objetivo a entregar al señor Fushoda en Yamahata. Tenía un boleto para viajar en una pequeña embarcación hasta allí, y tomaría la misma desde la costa norte del país del bosque. Tenía una mochila azul de un tamaño no demasiado desmesurado, donde tenía algunas provisiones. Tenía a su fiel compañero, Akane. Por supuesto, tenía su nueva pertenencia, esa espada de color dorado que bien podía ser oro. Lo tenía todo.
Sin demora, viajó hasta el lugar acordado para tomar el pequeño ferry, y desde allí tomó mar hasta llegar a una ciudad costera. La noche ya comenzaba a caer para cuando llegaron, o el atardecer... todo estaba oscuro, todo salvo unas partículas raras que caían del cielo.
—Ostras... ésto es... —tomó una de éstas pequeñas esferas color blanco, y ésta se deshizo rápidamente en sus manos, fría como un bocado a un helado —¿Warauf? —preguntó Akane, extrañado también.
Si, así era, lo que estaba cayendo del cielo era nieve.
Como niños que despiertan a las 5 de la madrugada el día de abrir los regalos en navidad, los ojos le brillaron a ambos. Sin duda alguna, el espectáculo era precioso. Entre tanta oscuridad, y casas de colores tan fúnebres, el color blanco comenzaba a decorarlo todo.
Entre tanto, el pequeño ferry ya casi había atracado en el puerto.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~