15/06/2018, 15:08
Uno. A Ringo se le erizó el vello. Chivarle lo sucedido a su madre no era buena idea. Para nada.
—C-comprensible… —farfulló.
Dos. Le debía un pequeño agradecimiento. Eso era un hecho.
—¡Muchísimas gracias, Karma-sensei! —exclamó, arrodillado y reverenciándose. Por cómo le estaba instruyendo, Ringo ya daba por hecho que la kunoichi había aceptado tomarle como pupilo.
Tres. Su enfado era más que comprensible. Ringo aguantó el chaparrón, estoico, con la mirada baja.
—Lo lamento muchísimo, Karma-sensei. Tiene usted toda la razón. Me he equivocado. No volverá a pasar. —Y una nueva reverencia. Entonces, se adivinó una tregua en la tormenta. Un rayo de luz colándose entre los negros nubarrones del cielo. Karma le elogió, asegurando que no entendía cómo había repetido—. Tú misma lo dijiste —respondió, levantándose—. El sistema no está preparado para evaluar a alguien tan guay como yo.
Suspiró. ¿Estaban ya en paz? Él creía que sí.
—En fin, ¡manos a la obra, Karma-sensei! Voy a ser el próximo Uzukage, después de todo, ¡no puedo permitirme el lujo de perder ni un segundo! ¿Cómo hago para dar puñetazos tan bestiales? —empezó a saltar de una pierna a otra sobre el sitio, como un boxeador sobre el ring—. No te preocupes, aprendo rápido. Solo dime el truco. —Como si quisiese demostrarle qué tan bueno era, empezó a dar puñetazos al aire. Pam, pam, pam. Y una patada alta, de mala suerte que su pie de apoyo resbaló y cayó de culo al suelo.
»¡Ay! —se levantó, frotándose el culo del dolor. Lanzó una mirada de reproche al suelo—. Últimamente hacen los suelos más resbaladizos que nunca. —Estaban sobre piedra. No podía ser más antideslizante—. En fin, dime, Karma-sensei. ¿Cómo he de hacerlo?
—C-comprensible… —farfulló.
Dos. Le debía un pequeño agradecimiento. Eso era un hecho.
—¡Muchísimas gracias, Karma-sensei! —exclamó, arrodillado y reverenciándose. Por cómo le estaba instruyendo, Ringo ya daba por hecho que la kunoichi había aceptado tomarle como pupilo.
Tres. Su enfado era más que comprensible. Ringo aguantó el chaparrón, estoico, con la mirada baja.
—Lo lamento muchísimo, Karma-sensei. Tiene usted toda la razón. Me he equivocado. No volverá a pasar. —Y una nueva reverencia. Entonces, se adivinó una tregua en la tormenta. Un rayo de luz colándose entre los negros nubarrones del cielo. Karma le elogió, asegurando que no entendía cómo había repetido—. Tú misma lo dijiste —respondió, levantándose—. El sistema no está preparado para evaluar a alguien tan guay como yo.
Suspiró. ¿Estaban ya en paz? Él creía que sí.
—En fin, ¡manos a la obra, Karma-sensei! Voy a ser el próximo Uzukage, después de todo, ¡no puedo permitirme el lujo de perder ni un segundo! ¿Cómo hago para dar puñetazos tan bestiales? —empezó a saltar de una pierna a otra sobre el sitio, como un boxeador sobre el ring—. No te preocupes, aprendo rápido. Solo dime el truco. —Como si quisiese demostrarle qué tan bueno era, empezó a dar puñetazos al aire. Pam, pam, pam. Y una patada alta, de mala suerte que su pie de apoyo resbaló y cayó de culo al suelo.
»¡Ay! —se levantó, frotándose el culo del dolor. Lanzó una mirada de reproche al suelo—. Últimamente hacen los suelos más resbaladizos que nunca. —Estaban sobre piedra. No podía ser más antideslizante—. En fin, dime, Karma-sensei. ¿Cómo he de hacerlo?