16/06/2018, 01:21
La mujer le dedicó una inclinación de cabeza cargada de amabilidad, como si acabasen de conocerse fruto de una simple invitación a tomar el té y no de un ataque y secuestro deliberado. Luego, Pō colocó la tetera y un par de tazas con sendos platitos en una bandeja de madera que sacó de uno de los cajones del mueble bajo la encimera, y llevó todo a la mesa. Con un gesto de su mano derecha, pidió a Karamaru que se sentara en una de las sillas frente a la suya, que era la que parecía más usada.
Ya estaba la Takigure sirviendo la primera taza cuando el amejin le preguntó acerca de la suerte que le tenía reservada a Uchiha Akame. Ella pareció quedarse congelada un momento, y las manos le temblaron de forma que derramó parte del té.
—Lo siento —se disculpó casi al momento, y el monje pudo notar la tensión en su voz.
Sin mirar en ningún momento a Karamaru, la mujer se puso en pie y tomó un paño de tela que había colgado en la pared, junto al fregadero. Con movimientos tensos, limpió el té que había derramado sobre la mesa y luego volvió a sentarse. Cuando habló, todavía tenía el paño mojado entre las manos, y le daba vueltas y más vueltas con gesto nervioso.
—El... El uzujin... El jōnin —dijo finalmente—. Él... Yo... No, no puedo dejarle ir. No puedo soltarle. Seguro que querrá vengarse.
Mirada baja, Pō parecía realmente nerviosa.
—Tengo... Yo... No... No sé lo que tengo que hacer.
Ya estaba la Takigure sirviendo la primera taza cuando el amejin le preguntó acerca de la suerte que le tenía reservada a Uchiha Akame. Ella pareció quedarse congelada un momento, y las manos le temblaron de forma que derramó parte del té.
—Lo siento —se disculpó casi al momento, y el monje pudo notar la tensión en su voz.
Sin mirar en ningún momento a Karamaru, la mujer se puso en pie y tomó un paño de tela que había colgado en la pared, junto al fregadero. Con movimientos tensos, limpió el té que había derramado sobre la mesa y luego volvió a sentarse. Cuando habló, todavía tenía el paño mojado entre las manos, y le daba vueltas y más vueltas con gesto nervioso.
—El... El uzujin... El jōnin —dijo finalmente—. Él... Yo... No, no puedo dejarle ir. No puedo soltarle. Seguro que querrá vengarse.
Mirada baja, Pō parecía realmente nerviosa.
—Tengo... Yo... No... No sé lo que tengo que hacer.