17/06/2018, 02:59
(Última modificación: 17/06/2018, 03:12 por Uchiha Datsue.)
Tenía que ser ella. O no, y estaría perdiendo el tiempo con una simple momia. O lo que sea que fuese eso. Debía asegurarse.
Con sus manos gordas y ásperas, arrancó las vendas de aquel fajo. Lo intentó, al menos. A decir verdad no arrancó nada. Estaban tan pegadas entre sí que era como tratar de despegar una pegatina con la mejor cola del mundo sin uñas.
—Bam, bam, bam, bam, ¡bam, bam, bam, bam, bam, bam, bam!
Nada, no había manera humana de hacerlo. Ni con las telas, ni con aquel sello que parecía una etiqueta barata de algún alimento en mal estado. ¿Qué podía hacer?
Cuando ya era demasiado tarde para detenerse, lo vio. Una caja de su mercancía siendo rebanada por su propia técnica. El pescado que había colocado estratégicamente encima voló por los aires. La pasta azul que había debajo se desperdigó por todas partes. El omoide, la droga que revolucionaria Kasukami…
… tirada. Junto a ella, un kunai que caía al suelo. De haber sido lanzada, no lo hubiese visto a tiempo. Pero aquel kunai simplemente caía por el peso de su gravedad, con una bolita anudada a su anilla.
¿Alguna vez los ninjas se preguntaban por qué demonios las bombas tenían inscrito lo que hacían? Él, a todas horas. Las hikaridamas, un kanji bien en grande de la luz. Las otodamas, el kanji del sonido. Era como si alguien elaborase una intrincada trampa en el suelo, pero al mismo tiempo, en frente de esta, colocase un cartel con neones bien en grande que ponía:
Un sinsentido que Katame aprovechó, en aquella ocasión, a su favor. Cerró los ojos justo a tiempo, antes de recibir el fogonazo de luz, y giró sobre sus talones para encarar el carromato. El caballo, asustado y cegado, salió en estampida, arrastrando consigo el carro…
… y dejando al ninja al descubierto, que en aquellos momentos había formado un sello para lanzarle una bola de agua directa al pecho.
Katame evadió aquella ofensiva por los pelos, moviendo el cuerpo hacia un lado para acto seguido correr hacia adelante y trazar con la punta de su espada una gran línea en vertical, de arriba abajo, dispuesto a separar a aquel hijoputa en dos mitades.
Con sus manos gordas y ásperas, arrancó las vendas de aquel fajo. Lo intentó, al menos. A decir verdad no arrancó nada. Estaban tan pegadas entre sí que era como tratar de despegar una pegatina con la mejor cola del mundo sin uñas.
—Bam, bam, bam, bam, ¡bam, bam, bam, bam, bam, bam, bam!
Nada, no había manera humana de hacerlo. Ni con las telas, ni con aquel sello que parecía una etiqueta barata de algún alimento en mal estado. ¿Qué podía hacer?
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Cuando ya era demasiado tarde para detenerse, lo vio. Una caja de su mercancía siendo rebanada por su propia técnica. El pescado que había colocado estratégicamente encima voló por los aires. La pasta azul que había debajo se desperdigó por todas partes. El omoide, la droga que revolucionaria Kasukami…
… tirada. Junto a ella, un kunai que caía al suelo. De haber sido lanzada, no lo hubiese visto a tiempo. Pero aquel kunai simplemente caía por el peso de su gravedad, con una bolita anudada a su anilla.
¿Alguna vez los ninjas se preguntaban por qué demonios las bombas tenían inscrito lo que hacían? Él, a todas horas. Las hikaridamas, un kanji bien en grande de la luz. Las otodamas, el kanji del sonido. Era como si alguien elaborase una intrincada trampa en el suelo, pero al mismo tiempo, en frente de esta, colocase un cartel con neones bien en grande que ponía:
CUIDADO CON TRAMPA
Un sinsentido que Katame aprovechó, en aquella ocasión, a su favor. Cerró los ojos justo a tiempo, antes de recibir el fogonazo de luz, y giró sobre sus talones para encarar el carromato. El caballo, asustado y cegado, salió en estampida, arrastrando consigo el carro…
… y dejando al ninja al descubierto, que en aquellos momentos había formado un sello para lanzarle una bola de agua directa al pecho.
Katame evadió aquella ofensiva por los pelos, moviendo el cuerpo hacia un lado para acto seguido correr hacia adelante y trazar con la punta de su espada una gran línea en vertical, de arriba abajo, dispuesto a separar a aquel hijoputa en dos mitades.