17/06/2018, 13:33
Contra todo pronóstico que pudiera haber hecho Akame —hipotéticamente, ya que él no era testigo de la conversación—, Karamaru sí que tenía una respuesta perfectamente válida para las dudas de la mujer de pelo azul. Mientras el monje hablaba, Pō le escuchaba con gran atención y el nerviosismo que la atenazaba parecía remitir por momentos.
Cuando el calvo terminó su discurso, Pō se quedó un largo momento en silencio. Tenía la mirada baja y apretaba la taza con ambas manos; no había que ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que las palabras del amejin le habían calado hondo, y probablemente estaba debatiéndose consigo misma.
—Tienes razón, Karamaru-san —dijo, al fin, mientras se ponía en pie—. Debo ser valiente... Y hacer lo correcto.
La mujer salió entonces de la cocina —indicando al joven genin que la acompañase— y recorrió el corto pasillo hasta la habitación del fondo. Luego tomó el pomo de la puerta con una mano, y lo giró.
El sonido de la puerta al abrirse alertó al Uchiha, que alzó la cabeza y clavó sus ojos en la figura regordeta que se recortó en la entrada del zulo. «Si tan sólo pudiera usar mi Sharingan, le haría cortarse su propio cuello a esta desgraciada...»
Para sorpresa del jōnin, Takigure Pō se acercó con pasos nerviosos y sacó una pequeña llave de su bolsillo. Rodeó la silla con visible desconfianza y, tras dirigirle una última mirada a Karamaru, abrió las esposas que suprimían el chakra de Akame.
«¿Qué cojones...?»
Luego sacó el mismo kunai que había usado para liberar al de la Lluvia y cortó las cuerdas que mantenían sujetos los brazos del Uchiha. Después, las de las piernas. Incrédulo, Akame se puso en pie mientras trataba de desentumecerse... Había pasado demasiado tiempo allí, atado.
—Dame una buena razón —siseó, letal como una serpiente venenosa, mientras miraba de soslayo a Karamaru— para no matarte aquí mismo.
Pō palideció, y sus ojos buscaron a Karamaru, implorantes.
Cuando el calvo terminó su discurso, Pō se quedó un largo momento en silencio. Tenía la mirada baja y apretaba la taza con ambas manos; no había que ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que las palabras del amejin le habían calado hondo, y probablemente estaba debatiéndose consigo misma.
—Tienes razón, Karamaru-san —dijo, al fin, mientras se ponía en pie—. Debo ser valiente... Y hacer lo correcto.
La mujer salió entonces de la cocina —indicando al joven genin que la acompañase— y recorrió el corto pasillo hasta la habitación del fondo. Luego tomó el pomo de la puerta con una mano, y lo giró.
El sonido de la puerta al abrirse alertó al Uchiha, que alzó la cabeza y clavó sus ojos en la figura regordeta que se recortó en la entrada del zulo. «Si tan sólo pudiera usar mi Sharingan, le haría cortarse su propio cuello a esta desgraciada...»
Para sorpresa del jōnin, Takigure Pō se acercó con pasos nerviosos y sacó una pequeña llave de su bolsillo. Rodeó la silla con visible desconfianza y, tras dirigirle una última mirada a Karamaru, abrió las esposas que suprimían el chakra de Akame.
«¿Qué cojones...?»
Luego sacó el mismo kunai que había usado para liberar al de la Lluvia y cortó las cuerdas que mantenían sujetos los brazos del Uchiha. Después, las de las piernas. Incrédulo, Akame se puso en pie mientras trataba de desentumecerse... Había pasado demasiado tiempo allí, atado.
—Dame una buena razón —siseó, letal como una serpiente venenosa, mientras miraba de soslayo a Karamaru— para no matarte aquí mismo.
Pō palideció, y sus ojos buscaron a Karamaru, implorantes.