17/06/2018, 14:07
(Última modificación: 3/07/2018, 16:12 por Uchiha Akame.)
Akame pronto se daría cuenta de que había sobrevalorado la integridad moral —o tal vez sólo el coraje— de su último enemigo. Cuando, danzando de cobertura en cobertura, se acercó al punto desde el cual aquel malnacido había intentado ensartarle con un virote de su ballesta, el Uchiha sólo vio al menudo mercenario huyendo para internarse en la oscuridad del bosque.
—Puta rata... —masculló, escupiendo a un lado.
No se fiaba, aun así, y nuevamente se movió a otra cobertura para comprobar que no quedaban más amenazas, peinando la zona con su Sharingan.
Sólo si no oteaba más enemigos se permitiría un momento para recuperar el aliento con la espalda apoyada en uno de los muros casi derruidos del perímetro exterior de la fortaleza. Luego caminó hasta el cadáver del mastodóntico mercenario y desclavó su fiel katana del cráneo de aquel tipo. El crujido de los huesos reverberó en el claro. Akame limpió la hoja en las ropas del soldado de fortuna y devolvió su katana a la bandolera. Por último, fue hasta el cuerpo sin vida del tipo al que había rebanado el gaznate y desenterró su kunai del mismo. Repitió el proceso para limpiar el arma y la guardó en su mecanismo oculto.
Recogido su equipamiento, se llevaría una mano a la oreja derecha, apretando el botón de su comunicador avanzado con el dedo índice.
—Compadre, ¿estás ahí? Repito, ¿estás ahí?
Cuando la otodama de Datsue estalló, produciendo un estruendo ensordecedor que debilitó aun más la maltrecha estructura del gran salón, el Uchiha supo que había ganado la carrera por subir el tejado a su enemigo. Era imposible que Hida hubiese sido más veloz que él tras haber recibido, de lleno, aquel impacto en su sistema auditivo.
Mientras la sala se venía abajo, Datsue fue capaz de ganar la posición y escalar finalmente por el enorme agujero en el techo. El viento fresco de la noche le golpeó en el rostro cuando por fin puso ambos pies sobre el tejado de la fortaleza; un área extensa que se iba viniendo abajo poco a poco. El ninja dejó caer la bomba de mano por el mismo hueco por el que él había escalado momentos antes, y corrió hacia la zona contigua del tejado, una especie de balcón bastante amplio y en razonablemente buenas condiciones.
Entonces formuló un sello con ambas manos, y el rugido de la explosión reverberó en el cielo nocturno como un grito de furia de los dioses, acompañado del suyo propio.
—¡¡¡MUEEEREEEegh-
La voz se le quedó sin sonido en su boca, eclipsada por otro chillido más agudo que hasta ese momento no había podido escuchar... Y que provenía de su espalda. Afinando el oído, el jōnin pudo advertir que no se trataba de una sola voz, sino más bien de varias. De un enjambre. Tampoco proclamaban una consigna concreta, sino que parecían estar discutiendo a gritos en un concierto de chillidos que pugnaban por sobreponerse los unos a los otros.
Entonces llegó el dolor. Un dolor lacerante y agudo que le taladró la espalda como si le hubieran propinado un mazazo con un martillo al rojo vivo. De repente, el mundo se agitó de forma poco natural a su alrededor.
Uchiha Datsue se dio cuenta de que había salido despedido hacia delante cuando su rostro chocó brutalmente contra el suelo de piedra ennegrecida del balcón.
—Sabe el mismísimo Hotei que he intentado apartaros de mi camino sin causaros daño durante todo este tiempo —la voz provenía de algún punto en donde él mismo había estado parado momentos antes—. Pero esto se acabó. Sois demasiado insistentes, y ahora demasiado peligrosos. Así que voy a darte una última oportunidad, Uchiha Datsue. Lárgate de aquí... O afronta las consecuencias.
Kaguya Hida estaba parado sobre el mismo balcón, a unos seis o siete metros de Datsue, y chispas de chakra Raiton color azulado rodeaban todavía su mano derecha.
Al mismo tiempo, una voz familiar sonaría en el intercomunicador de su oreja. Estaba aturdido todavía, pero podría oírla con meridiana claridad.
—¿...hí? Repito, ¿estás ahí?
—Puta rata... —masculló, escupiendo a un lado.
No se fiaba, aun así, y nuevamente se movió a otra cobertura para comprobar que no quedaban más amenazas, peinando la zona con su Sharingan.
Sólo si no oteaba más enemigos se permitiría un momento para recuperar el aliento con la espalda apoyada en uno de los muros casi derruidos del perímetro exterior de la fortaleza. Luego caminó hasta el cadáver del mastodóntico mercenario y desclavó su fiel katana del cráneo de aquel tipo. El crujido de los huesos reverberó en el claro. Akame limpió la hoja en las ropas del soldado de fortuna y devolvió su katana a la bandolera. Por último, fue hasta el cuerpo sin vida del tipo al que había rebanado el gaznate y desenterró su kunai del mismo. Repitió el proceso para limpiar el arma y la guardó en su mecanismo oculto.
Recogido su equipamiento, se llevaría una mano a la oreja derecha, apretando el botón de su comunicador avanzado con el dedo índice.
—Compadre, ¿estás ahí? Repito, ¿estás ahí?
—
Cuando la otodama de Datsue estalló, produciendo un estruendo ensordecedor que debilitó aun más la maltrecha estructura del gran salón, el Uchiha supo que había ganado la carrera por subir el tejado a su enemigo. Era imposible que Hida hubiese sido más veloz que él tras haber recibido, de lleno, aquel impacto en su sistema auditivo.
Mientras la sala se venía abajo, Datsue fue capaz de ganar la posición y escalar finalmente por el enorme agujero en el techo. El viento fresco de la noche le golpeó en el rostro cuando por fin puso ambos pies sobre el tejado de la fortaleza; un área extensa que se iba viniendo abajo poco a poco. El ninja dejó caer la bomba de mano por el mismo hueco por el que él había escalado momentos antes, y corrió hacia la zona contigua del tejado, una especie de balcón bastante amplio y en razonablemente buenas condiciones.
Entonces formuló un sello con ambas manos, y el rugido de la explosión reverberó en el cielo nocturno como un grito de furia de los dioses, acompañado del suyo propio.
—¡¡¡MUEEEREEEegh-
La voz se le quedó sin sonido en su boca, eclipsada por otro chillido más agudo que hasta ese momento no había podido escuchar... Y que provenía de su espalda. Afinando el oído, el jōnin pudo advertir que no se trataba de una sola voz, sino más bien de varias. De un enjambre. Tampoco proclamaban una consigna concreta, sino que parecían estar discutiendo a gritos en un concierto de chillidos que pugnaban por sobreponerse los unos a los otros.
Entonces llegó el dolor. Un dolor lacerante y agudo que le taladró la espalda como si le hubieran propinado un mazazo con un martillo al rojo vivo. De repente, el mundo se agitó de forma poco natural a su alrededor.
Uchiha Datsue se dio cuenta de que había salido despedido hacia delante cuando su rostro chocó brutalmente contra el suelo de piedra ennegrecida del balcón.
—Sabe el mismísimo Hotei que he intentado apartaros de mi camino sin causaros daño durante todo este tiempo —la voz provenía de algún punto en donde él mismo había estado parado momentos antes—. Pero esto se acabó. Sois demasiado insistentes, y ahora demasiado peligrosos. Así que voy a darte una última oportunidad, Uchiha Datsue. Lárgate de aquí... O afronta las consecuencias.
Kaguya Hida estaba parado sobre el mismo balcón, a unos seis o siete metros de Datsue, y chispas de chakra Raiton color azulado rodeaban todavía su mano derecha.
Al mismo tiempo, una voz familiar sonaría en el intercomunicador de su oreja. Estaba aturdido todavía, pero podría oírla con meridiana claridad.
—¿...hí? Repito, ¿estás ahí?