17/06/2018, 17:12
Hida se había mantenido expectante, con las rodillas flexionadas y los brazos en ristre. Conocía bien a Uchiha Datsue y por tanto sabía que era un mentiroso. Claro, no es que hubiera tenido nunca oportunidad de hablar con él, pero le conocía. Sabía que había estado involucrado en el caso del Samishen mágico de Yamiria, sabía que había dado con la guarida del Gran Maestro Yogo en Ichiban. Sabía que había participado en el Torneo de los Dojos, y que había hecho un fructífero trato con los Señores del Hierro.
Todos aquellos datos todavía danzaban en su cabeza como los versos de un salmo memorizado a conciencia.
Por eso mismo, cuando el muchacho se puso en pie de forma trabajosa para anunciar su rendición, el Kaguya avanzó con paso cauto hacia él. También sabía que Datsue era un cobarde, capaz de sacrificar cualquier pieza en el tablero con tal de salvar al rey —él mismo—. Todo lo contrario de su compañero Akame; a él también le tenía fichado, y bien fichado. Pero, en realidad, ambos eran igualmente peligrosos. Por eso Hida le gritó al Uchiha, con unos cuatro metros por delante todavía.
—¡Las manos en la cabeza, Datsue-san! —las horribles cicatrices que le cruzaban los labios se contorsionaron de forma asquerosa—. No intentes nada, muchacho.
Sin embargo, lo que Hida no sabía... Es que ya era tarde.
Akame tardó unos cinco minutos en encontrar el lugar. Datsue había mencionado "un tejado derrumbándose", lo cual encajaba perfectamente con el estruendo que se había oído momentos antes; como una explosión. El mayor de los Uchiha se había internado en las ruinas, a la carrera, buscando aquel gran salón con el tejado derruído.
No le costó demasiado trabajo. De hecho, se valió de la imagen mental que tenía de la fortaleza del señor Iekatsu, en Rōkoku, para trasponerla a aquella réplica carbonizada. Por suerte, ambas tenían una arquitectura similar, de forma que le bastó con seguir un par de pistas para hallar el gran salón. Utilizando sus habilidades ninja, escaló hasta la parte superior... Y allí los vio.
Al principio se acercó con cautela, pero cuando fue capaz de distinguir la figura inmóvil del ninja de las cicatrices, supo que su Hermano le había atrapado en el Saimingan. «Bien jugado, Datsue-kun...»
El jōnin se acercó rápidamente hasta donde estaban los dos ninjas, sacando unas esposas supresoras de chakra de su portaobjetos. No sin dificultad —«este tío es duro como una maldita roca»— Akame fue capaz de bajarle los brazos y juntárselos lo suficiente como para ponerle las esposas. Cuando el flujo de chakra del Kaguya fue interrumpido, tanto él como Datsue salieron del Genjutsu del Uchiha.
—¿Qué dem...? —masculló Hida, pero Akame le calló con un reverendo puñetazo directo a la mandíbula. El ninja renegado se tambaleó, pero aguantó el golpe en pie.
—Eso es por lo de los Templos, hijo de una hiena —bufó el Uchiha, plantándose frente a él—. ¿Todo bien, compadre? —preguntó a Datsue, aun sin volverse a mirarle.
Hida esbozó una sonrisa torcida y los taladró a ambos con sus ojos gélidos al comprender lo que acababa de pasar.
—Ya lo entiendo, ¿un Genjutsu, no? —bufó con rabia—. Jodidos críos. Debí haberos matado allí, en Yamiria.
Aquellas palabras se clavaron en Akame como un puñal. Reprimiendo sus ganas de emprenderla a golpes con aquel horrendo ninja que tantas veces había frustrado sus planes, el jōnin se limitó a cruzarse de brazos.
—Ni se te ocurra intentar nada, renegado. Como te muevas un pelo, te parto en dos —amenazó—. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar.
Ahora sí, el Kaguya soltó una carcajada que reverberó entre las ruinas del balcón.
—¿Eso crees? ¿Y qué pasa con vuestra misión? ¿Tenéis idea de dónde está el bueno de Iekatsu-sama?
Todos aquellos datos todavía danzaban en su cabeza como los versos de un salmo memorizado a conciencia.
Por eso mismo, cuando el muchacho se puso en pie de forma trabajosa para anunciar su rendición, el Kaguya avanzó con paso cauto hacia él. También sabía que Datsue era un cobarde, capaz de sacrificar cualquier pieza en el tablero con tal de salvar al rey —él mismo—. Todo lo contrario de su compañero Akame; a él también le tenía fichado, y bien fichado. Pero, en realidad, ambos eran igualmente peligrosos. Por eso Hida le gritó al Uchiha, con unos cuatro metros por delante todavía.
—¡Las manos en la cabeza, Datsue-san! —las horribles cicatrices que le cruzaban los labios se contorsionaron de forma asquerosa—. No intentes nada, muchacho.
Sin embargo, lo que Hida no sabía... Es que ya era tarde.
Akame tardó unos cinco minutos en encontrar el lugar. Datsue había mencionado "un tejado derrumbándose", lo cual encajaba perfectamente con el estruendo que se había oído momentos antes; como una explosión. El mayor de los Uchiha se había internado en las ruinas, a la carrera, buscando aquel gran salón con el tejado derruído.
No le costó demasiado trabajo. De hecho, se valió de la imagen mental que tenía de la fortaleza del señor Iekatsu, en Rōkoku, para trasponerla a aquella réplica carbonizada. Por suerte, ambas tenían una arquitectura similar, de forma que le bastó con seguir un par de pistas para hallar el gran salón. Utilizando sus habilidades ninja, escaló hasta la parte superior... Y allí los vio.
Al principio se acercó con cautela, pero cuando fue capaz de distinguir la figura inmóvil del ninja de las cicatrices, supo que su Hermano le había atrapado en el Saimingan. «Bien jugado, Datsue-kun...»
El jōnin se acercó rápidamente hasta donde estaban los dos ninjas, sacando unas esposas supresoras de chakra de su portaobjetos. No sin dificultad —«este tío es duro como una maldita roca»— Akame fue capaz de bajarle los brazos y juntárselos lo suficiente como para ponerle las esposas. Cuando el flujo de chakra del Kaguya fue interrumpido, tanto él como Datsue salieron del Genjutsu del Uchiha.
—¿Qué dem...? —masculló Hida, pero Akame le calló con un reverendo puñetazo directo a la mandíbula. El ninja renegado se tambaleó, pero aguantó el golpe en pie.
—Eso es por lo de los Templos, hijo de una hiena —bufó el Uchiha, plantándose frente a él—. ¿Todo bien, compadre? —preguntó a Datsue, aun sin volverse a mirarle.
Hida esbozó una sonrisa torcida y los taladró a ambos con sus ojos gélidos al comprender lo que acababa de pasar.
—Ya lo entiendo, ¿un Genjutsu, no? —bufó con rabia—. Jodidos críos. Debí haberos matado allí, en Yamiria.
Aquellas palabras se clavaron en Akame como un puñal. Reprimiendo sus ganas de emprenderla a golpes con aquel horrendo ninja que tantas veces había frustrado sus planes, el jōnin se limitó a cruzarse de brazos.
—Ni se te ocurra intentar nada, renegado. Como te muevas un pelo, te parto en dos —amenazó—. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar.
Ahora sí, el Kaguya soltó una carcajada que reverberó entre las ruinas del balcón.
—¿Eso crees? ¿Y qué pasa con vuestra misión? ¿Tenéis idea de dónde está el bueno de Iekatsu-sama?