26/06/2018, 16:54
Takigure Pō apretó los puños y alzó la mirada. En sus ojos claros no había más que frustración y decisión al mismo tiempo, clavándose como dos estacas en aquellos dos del Uchiha que la juzgaban sin saber.
—¿Nunca te lo has planteado, verdad? —dijo, casi masticando las palabras, mientras temblaba.
Akame arqueó una ceja, confundido. El silencio volvió a envolver a los dos personajes hasta que ella se dio cuenta de que el jōnin no iba a contestar.
—No, ¿por qué ibas a hacerlo? —respondió ella misma—. ¿Por qué ibas a preguntarte cómo es estar en nuestro lugar? En el de los que no sabemos hacer magia, ni andar sigilosamente en la oscuridad, ni usar un arma. Los que no somos ninjas —pese a que sus palabras recriminaban algo profundo y cruel, su tono de voz era pausado, casi melancólico—. No somos más que ovejas en este gigantesco corral, ovejas asustadas que deberían rezar cada noche por que no aparezca el lobo.
»Durante toda mi vida yo he sido una oveja. Antes pensaba que los ninjas érais los lobos... Pero ahora lo sé. Sé que no, que sois los pastores.
Lágrimas saltaron por sus ojos y rodaron, cuesta abajo, por sus mejillas.
—Después de perder a mi marido y a mis hijos, me juré a mí misma que yo me convertiría en una pastora... —confesó—. Lo intenté, bien saben los dioses que lo intenté, pero fui rechazada todas y cada una de las veces. Por ser demasiado gorda, demasiado vieja, demasiado tonta. Así que tenía que probarme... Tenía que probarme a mí misma que podía ser una pastora tan buena como cualquier otro.
El Uchiha escuchó con atención aquel relato, entre todavía enfadado y con ganas de empapelar a aquella mujer, y sorprendido. No había mucha gente en Oonindo con el coraje suficiente para hacer lo que ella había hecho; «bien dicen que una madre es capaz de todo por sus hijos...»
—Está bien, está bien —contestó Akame tras unos tensos segundos de silencio—. Una historia muy bonita, sí, todo lo que tú quieras —dijo, restándole importancia al relato que, sin embargo, sí que le había calado hondo—. Pero no puedes ir por ahí atacando a la gente. Y menos a dos shinobi. Has tenido suerte por esta vez, mujer, pero la próxima...
—No habrá próxima, shinobi-san —le cortó Pō—. Ahora que has accedido a entrenarme, ¡estoy mucho más cerca de lograr mis objetivos! ¡De convertirme en una kunoichi de verdad!
«Por todos los dioses, ¡menuda lata! ¡Si yo sólo le dije que sí para que me soltara!»
El jōnin suspiró, resignado.
—¿Y por qué no se lo pides a tu buen amigo, Karamaru-san? Parece que habéis hecho buenas migas, ¿eh? —disparó Akame, pretendiendo endosarle aquel marrón al bueno de Karamaru.
—¿Nunca te lo has planteado, verdad? —dijo, casi masticando las palabras, mientras temblaba.
Akame arqueó una ceja, confundido. El silencio volvió a envolver a los dos personajes hasta que ella se dio cuenta de que el jōnin no iba a contestar.
—No, ¿por qué ibas a hacerlo? —respondió ella misma—. ¿Por qué ibas a preguntarte cómo es estar en nuestro lugar? En el de los que no sabemos hacer magia, ni andar sigilosamente en la oscuridad, ni usar un arma. Los que no somos ninjas —pese a que sus palabras recriminaban algo profundo y cruel, su tono de voz era pausado, casi melancólico—. No somos más que ovejas en este gigantesco corral, ovejas asustadas que deberían rezar cada noche por que no aparezca el lobo.
»Durante toda mi vida yo he sido una oveja. Antes pensaba que los ninjas érais los lobos... Pero ahora lo sé. Sé que no, que sois los pastores.
Lágrimas saltaron por sus ojos y rodaron, cuesta abajo, por sus mejillas.
—Después de perder a mi marido y a mis hijos, me juré a mí misma que yo me convertiría en una pastora... —confesó—. Lo intenté, bien saben los dioses que lo intenté, pero fui rechazada todas y cada una de las veces. Por ser demasiado gorda, demasiado vieja, demasiado tonta. Así que tenía que probarme... Tenía que probarme a mí misma que podía ser una pastora tan buena como cualquier otro.
El Uchiha escuchó con atención aquel relato, entre todavía enfadado y con ganas de empapelar a aquella mujer, y sorprendido. No había mucha gente en Oonindo con el coraje suficiente para hacer lo que ella había hecho; «bien dicen que una madre es capaz de todo por sus hijos...»
—Está bien, está bien —contestó Akame tras unos tensos segundos de silencio—. Una historia muy bonita, sí, todo lo que tú quieras —dijo, restándole importancia al relato que, sin embargo, sí que le había calado hondo—. Pero no puedes ir por ahí atacando a la gente. Y menos a dos shinobi. Has tenido suerte por esta vez, mujer, pero la próxima...
—No habrá próxima, shinobi-san —le cortó Pō—. Ahora que has accedido a entrenarme, ¡estoy mucho más cerca de lograr mis objetivos! ¡De convertirme en una kunoichi de verdad!
«Por todos los dioses, ¡menuda lata! ¡Si yo sólo le dije que sí para que me soltara!»
El jōnin suspiró, resignado.
—¿Y por qué no se lo pides a tu buen amigo, Karamaru-san? Parece que habéis hecho buenas migas, ¿eh? —disparó Akame, pretendiendo endosarle aquel marrón al bueno de Karamaru.