29/06/2018, 14:58
Junto a ella, Daigo se inclinó para mirar el mapa.
—Diría que solo hay un camino, ¿no? —dijo, apuntando justamente al sendero en el que se había fijado Ayame. No parecía demasiado preocupado, aunque ambos se encontraban en terreno desconocido y ninguno de ellos conocía el camino a seguir—. Tiene que ser por ahí.
«Aunque... siendo un ninja de Kusagakure, seguramente conozca el País del Bosque mucho mejor que yo.» Reflexionó Ayame.
—Puede que tengas razón. Podríamos...
Sin embargo, Ayame se vio interrumpida cuando escuchó un sospechoso rumor a lo lejos. Giró la cabeza a tiempo de ver cómo se agitaba la maleza a lo lejos.
—Cuidado, Daigo-san... —le advirtió al genin de Kusagakure, mientras flexionaba ligeramente las rodillas, preparándose para lo peor.
Y entonces, una figura saltó desde la vegetación. Dio dos pasos y se abalanzó sobre el suelo al tropezar con la raíz de un gran árbol que sobresalía en el suelo. Se trataba de una joven, de aproximadamente su misma edad, de cabellos oscuros y vestida con un yukata de color celeste, una mochila roja y sandalias. Desde luego, una vestimenta nada apropiada para un bosque como aquel.
—Geeeeeeez... Primero me pierdo, luego me persiguen avispas, y ahora beso el barro... Quiero volver a casa... —murmuraba contra el suelo—. Puag... Estoy asquerosa. Al menos supongo que he dado esquinazo a esas criaturas del diablo...
Ayame miró confundida a Daigo, sin saber muy bien qué hacer. Al final terminó por volverse hacia la recién llegada, que comenzaba a reincorporarse y observaba con aprensión la ropa, que había quedado completamente manchada de lodo.
—Esto... ¿estás bien? —terminó por preguntarle.
—Diría que solo hay un camino, ¿no? —dijo, apuntando justamente al sendero en el que se había fijado Ayame. No parecía demasiado preocupado, aunque ambos se encontraban en terreno desconocido y ninguno de ellos conocía el camino a seguir—. Tiene que ser por ahí.
«Aunque... siendo un ninja de Kusagakure, seguramente conozca el País del Bosque mucho mejor que yo.» Reflexionó Ayame.
—Puede que tengas razón. Podríamos...
Sin embargo, Ayame se vio interrumpida cuando escuchó un sospechoso rumor a lo lejos. Giró la cabeza a tiempo de ver cómo se agitaba la maleza a lo lejos.
—Cuidado, Daigo-san... —le advirtió al genin de Kusagakure, mientras flexionaba ligeramente las rodillas, preparándose para lo peor.
Y entonces, una figura saltó desde la vegetación. Dio dos pasos y se abalanzó sobre el suelo al tropezar con la raíz de un gran árbol que sobresalía en el suelo. Se trataba de una joven, de aproximadamente su misma edad, de cabellos oscuros y vestida con un yukata de color celeste, una mochila roja y sandalias. Desde luego, una vestimenta nada apropiada para un bosque como aquel.
—Geeeeeeez... Primero me pierdo, luego me persiguen avispas, y ahora beso el barro... Quiero volver a casa... —murmuraba contra el suelo—. Puag... Estoy asquerosa. Al menos supongo que he dado esquinazo a esas criaturas del diablo...
Ayame miró confundida a Daigo, sin saber muy bien qué hacer. Al final terminó por volverse hacia la recién llegada, que comenzaba a reincorporarse y observaba con aprensión la ropa, que había quedado completamente manchada de lodo.
—Esto... ¿estás bien? —terminó por preguntarle.