2/07/2018, 16:18
Forzando una sonrisa tan poco conseguida como la pintura de un aficionado sin materiales apropiados, Akame esperó a que el bueno de Karamaru saliera de la habitación. «El bueno de Karamaru», se repitió. «Es demasiado cándido, demasiado inocente. En menudo lío me ha metido...» La puerta se cerró entonces con un sonoro portazo, y desde fuera el amejin podría oír el inconfundible sonido de un cerrojo siendo bloqueado.
Sólo entonces, el Uchiha se volvió hacia Pō, que ya en ese momento parecía haber entendido que allí no iba a tener lugar ningún entrenamiento ninja. La mujer temblaba de pies a cabeza sin poder separar la mirada de aquellos dos ojos, rojos como ascuas, que la taladraban en la súbita oscuridad del zulo.
—Ahora, mujer... Muéstrame tu dolor...
Pasó un buen rato hasta que el chasquido del cerrojo al abrirse sobresaltara a Karamaru. La puerta del zulo que había hecho las veces de prisión para ellos dos se abrió, y Akame salió por ella, cerrándola de nuevo tras de sí.
—Ya está —aseguró, suspirando—. Salgamos de aquí, Karamaru-san.
Akame recorrería el largo pasillo hasta la puerta que parecía dar a la calle; tras mirar por el ojo de la misma, la abriría e indicaría al de Ame que le siguiera.
Ambos ninjas se darían cuenta de que estaban —como ya podían haber intuído— dentro de una vivienda normal y corriente. Al salir se toparían con el rellano de aquel piso y sendos tramos de escaleras que bajaban y subían. Akame comenzó a descender, y tras bajar dos pisos llegarían al portal que daba a la calle. Afuera ya estaba empezando a atardecer.
Sólo entonces, el Uchiha se volvió hacia Pō, que ya en ese momento parecía haber entendido que allí no iba a tener lugar ningún entrenamiento ninja. La mujer temblaba de pies a cabeza sin poder separar la mirada de aquellos dos ojos, rojos como ascuas, que la taladraban en la súbita oscuridad del zulo.
—Ahora, mujer... Muéstrame tu dolor...
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Pasó un buen rato hasta que el chasquido del cerrojo al abrirse sobresaltara a Karamaru. La puerta del zulo que había hecho las veces de prisión para ellos dos se abrió, y Akame salió por ella, cerrándola de nuevo tras de sí.
—Ya está —aseguró, suspirando—. Salgamos de aquí, Karamaru-san.
Akame recorrería el largo pasillo hasta la puerta que parecía dar a la calle; tras mirar por el ojo de la misma, la abriría e indicaría al de Ame que le siguiera.
Ambos ninjas se darían cuenta de que estaban —como ya podían haber intuído— dentro de una vivienda normal y corriente. Al salir se toparían con el rellano de aquel piso y sendos tramos de escaleras que bajaban y subían. Akame comenzó a descender, y tras bajar dos pisos llegarían al portal que daba a la calle. Afuera ya estaba empezando a atardecer.