5/07/2018, 23:40
Finalizada la primera prueba del examen de Chūnin, gran parte del peso que sentía se fue con las últimas palabras escritas. Pero no fue así con la ansiedad que sentía. Donde antes había estado el nerviosimo y el miedo a lo desconocido, ahora quedaba una profunda angustia hacia el resultado de la prueba.
«Mal. Todo mal.» Se repetía una y otra vez, torturándose a sí misma. «Todas mis respuestas estaban mal, seguro. Ojalá pudiera tener de nuevo el examen y cambiarlas. Ojalá pudiera... Ojalá pudiera...»
Pero nada de eso sucedería. Y, para su desgracia, Ayame lo sabía muy bien. Y encima no conocería el resultado del examen hasta varios días después...
—Espero que al menos a Daruu-kun le fuera mejor que a mí.
Por eso, buscando la paz que estaba muy lejos de sentir, sus pasos la condujeron hacia un lugar peculiar. El famoso Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure, con cientos y cientos de árboles por doquier. Aunque para aquella estación del año en la que se encontraban las flores ya habían desaparecido, Ayame, en contraste con la gris y acerada ciudad de Amegakure, encontró el paisaje abrumadoramente bello.
—¡Qué bonito!
Y regocijándose en el cántico de los pajarillos y buscando guarecerse del intenso calor del verano, se sentó a la sombra de uno de los árboles más grandes, cerca de un estanque.
«Mal. Todo mal.» Se repetía una y otra vez, torturándose a sí misma. «Todas mis respuestas estaban mal, seguro. Ojalá pudiera tener de nuevo el examen y cambiarlas. Ojalá pudiera... Ojalá pudiera...»
Pero nada de eso sucedería. Y, para su desgracia, Ayame lo sabía muy bien. Y encima no conocería el resultado del examen hasta varios días después...
—Espero que al menos a Daruu-kun le fuera mejor que a mí.
Por eso, buscando la paz que estaba muy lejos de sentir, sus pasos la condujeron hacia un lugar peculiar. El famoso Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure, con cientos y cientos de árboles por doquier. Aunque para aquella estación del año en la que se encontraban las flores ya habían desaparecido, Ayame, en contraste con la gris y acerada ciudad de Amegakure, encontró el paisaje abrumadoramente bello.
—¡Qué bonito!
Y regocijándose en el cántico de los pajarillos y buscando guarecerse del intenso calor del verano, se sentó a la sombra de uno de los árboles más grandes, cerca de un estanque.