9/07/2018, 13:55
Las dagas volaban una tras otra. Karma confiaba en tener la ventaja en ese duelo de hazañas sucias, pero también tenía mucho más que perder que el muchacho. ¿Qué sería lo peor que podría llevarse él? ¿Una bronca acompañada, quizás, de un castigo? Ella se podía quedar sin cobrar y conseguir un precioso punto negativo en su expediente.
Por todo ello guardó silencio, observando con precaución el desarollo de los acontecimientos. Para su alivio, Ringo se vio acorralado y optó por retirarse. "A enemigo que huye puente de plata", reza un dicho.
—Buenas noches.
Karma se quedó sola. Reposó unos minutos, mirando el infinito y reflexionando sobre lo ocurrido a lo largo del día. Eventualmente tomó los boles, los vasos y la cubertería. Se los llevó a la cocina y los fregó, para luego dejarlos donde los había encontrado.
Suspiró, retornó al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás frente al televisor. La pelivioleta se acomodó a conciencia. Era un buen sofá.
No tardó en quedar dormida. Soñó que estaba en el interior de una lúgubre caverna, con la espalda contra la pared. Frente a ella había un oni enorme, de unos tres metros, con sus cuernos, sus colmillos, su expresión desconcertante... No era exageradamente musculoso, como se suele retratar a estos seres mitológicos; era más bien larguirucho. Su tez era purpúrea y sus ojos rojizos. Tenía una melena corta de color azabache. Lo único que cubría su anatomía, alargada pero engañosamente robusta, era un taparrabos de cuero ajustado de forma holgada bajo su ligeramente pronunciada panza.
Estaba en cuclillas, mirándola fijamente. El ser aproximó su monstruoso rostro hasta quedar casi rozando el de Karma, sus ojos anclados a los de la kunoichi. Extrañamente, la joven no sentía miedo, a pesar de que sería la reacción común. En su lugar, algo extremadamente inusual le henchía el pecho. Era... ¿fascinación?
La pesadilla —¿o sueño?— se desvaneció de improvisto, emprendiendo el viaje de vuelta a los lugares más recónditos de la mente de la médica, reintegrándose en aquellas paredes negras que formaban su psique.
¿Había llegado la mañana? En cualquiera de los casos, la Kojima se despertaría como nueva.
Por todo ello guardó silencio, observando con precaución el desarollo de los acontecimientos. Para su alivio, Ringo se vio acorralado y optó por retirarse. "A enemigo que huye puente de plata", reza un dicho.
—Buenas noches.
Karma se quedó sola. Reposó unos minutos, mirando el infinito y reflexionando sobre lo ocurrido a lo largo del día. Eventualmente tomó los boles, los vasos y la cubertería. Se los llevó a la cocina y los fregó, para luego dejarlos donde los había encontrado.
Suspiró, retornó al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás frente al televisor. La pelivioleta se acomodó a conciencia. Era un buen sofá.
No tardó en quedar dormida. Soñó que estaba en el interior de una lúgubre caverna, con la espalda contra la pared. Frente a ella había un oni enorme, de unos tres metros, con sus cuernos, sus colmillos, su expresión desconcertante... No era exageradamente musculoso, como se suele retratar a estos seres mitológicos; era más bien larguirucho. Su tez era purpúrea y sus ojos rojizos. Tenía una melena corta de color azabache. Lo único que cubría su anatomía, alargada pero engañosamente robusta, era un taparrabos de cuero ajustado de forma holgada bajo su ligeramente pronunciada panza.
Estaba en cuclillas, mirándola fijamente. El ser aproximó su monstruoso rostro hasta quedar casi rozando el de Karma, sus ojos anclados a los de la kunoichi. Extrañamente, la joven no sentía miedo, a pesar de que sería la reacción común. En su lugar, algo extremadamente inusual le henchía el pecho. Era... ¿fascinación?
La pesadilla —¿o sueño?— se desvaneció de improvisto, emprendiendo el viaje de vuelta a los lugares más recónditos de la mente de la médica, reintegrándose en aquellas paredes negras que formaban su psique.
¿Había llegado la mañana? En cualquiera de los casos, la Kojima se despertaría como nueva.