9/07/2018, 16:46
Karma abrió los ojos, pero no tardó en necesitar entrecerrarlos porque la luz de la mañana era demasiado potente para estos. Segundos más tarde ya se fueron acostumbrando y la genin observó los poco familiares alrededores con gesto aturdido. También analizó los sonidos: los gallos y esa otra cosa, que parecía líquida.
¿Dónde estaba? La realidad se entremezclaba con las ilusiones del subconsciente. La joven se encontraba algo consternada por el sueño que había tenido aquella noche, el cual ni siquiera recordaba con claridad. Albergaba una sensación de haber pasado por una experiencia perturbante pero también crucial, como si se le hubiese impartido una lección de vida increíblemente valiosa en el proceso. Una lección que se le escapaba de los dedos según se despejaba y retornaba al estado consciente de la vigilia.
«Odio esta sensación...», se dijo, refiriéndose a cuando uno sabe que ha olvidado algo importante, pero por supuesto no es capaz de recordarlo.
En cualquiera de los casos, ya sabía dónde estaba: el hogar de los Yoshikawa. Metida de lleno en una misión de rango D.
Torció el cuerpo y vio a Ringo en la cocina. Se pasó la diestra por la faz, quitándose el flequillo de la cara, las legañas matutinas y de paso acariciándose las mejillas.
—Buenos días, Ringo-san —le saludó entonces. Su tono delataba signos del sueño—. Disculpa, me he quedado dormida. Me ofrecería a prepararte el desayuno pero veo que ya te has ocupado tú.
¿Dónde estaba? La realidad se entremezclaba con las ilusiones del subconsciente. La joven se encontraba algo consternada por el sueño que había tenido aquella noche, el cual ni siquiera recordaba con claridad. Albergaba una sensación de haber pasado por una experiencia perturbante pero también crucial, como si se le hubiese impartido una lección de vida increíblemente valiosa en el proceso. Una lección que se le escapaba de los dedos según se despejaba y retornaba al estado consciente de la vigilia.
«Odio esta sensación...», se dijo, refiriéndose a cuando uno sabe que ha olvidado algo importante, pero por supuesto no es capaz de recordarlo.
En cualquiera de los casos, ya sabía dónde estaba: el hogar de los Yoshikawa. Metida de lleno en una misión de rango D.
Torció el cuerpo y vio a Ringo en la cocina. Se pasó la diestra por la faz, quitándose el flequillo de la cara, las legañas matutinas y de paso acariciándose las mejillas.
—Buenos días, Ringo-san —le saludó entonces. Su tono delataba signos del sueño—. Disculpa, me he quedado dormida. Me ofrecería a prepararte el desayuno pero veo que ya te has ocupado tú.