10/07/2018, 01:58
Umikiba Kaido se despertó en la habitación de un hospital. Con sábanas blancas, paredes blancas, y almohadas blancas. El colchón era de los blandos, y la almohada de las exageradamente grandes. A su lado, un hombre sentado cuyo rostro se tiñó de alegría en cuanto le vio abrir los ojos.
—Estás vivo… ¡Estás vivo! —exclamó de manera enérgica, lanzándose sobre él y dándole un caluroso abrazo. Cabe decir que, al dejar todo su abundante peso sobre el cuerpo de Kaido, casi aplasta al amejin en el proceso—. ¡Sabía yo que eras de los míos, joder! ¡De los que no abandonan nunca un servicio! ¡Bam, bam, bam!
—Estás vivo… ¡Estás vivo! —exclamó de manera enérgica, lanzándose sobre él y dándole un caluroso abrazo. Cabe decir que, al dejar todo su abundante peso sobre el cuerpo de Kaido, casi aplasta al amejin en el proceso—. ¡Sabía yo que eras de los míos, joder! ¡De los que no abandonan nunca un servicio! ¡Bam, bam, bam!