10/07/2018, 23:49
—C-Como quieras... —seguía confusa, pero no quería profundizar más en el tema.
Retomó el camino al galope. Quedó pensativa, tratando de analizar los acontecimientos y comprenderlos, pero no había manera. Todos somos tontos para algunas cosas, al fin y al cabo.
Karma se paró frente a una finca del Barrio de la Marea. Un muro de piedra delimitaba los terrenos del interior y la vía pública. A la izquierda de la puerta de entrada había un buzón y una placa con los kanjis que le daban apellido a la kunoichi: "Kojima".
La fémina sacó una llave de bronce de su portaobjetos y abrió la puerta.
—Pasa si quieres —le dijo a Ringo.
Lo primero con lo que se topaba uno al entrar era un humilde jardín de lilas, atravesado en su centro por un camino de piedra que llevaba hasta la entrada de la casa, fabricada en madera al estilo tradicional, con las columnas pintadas de rojo.
En el genkan solo había un pequeño mueble para los zapatos a la derecha. El suelo interior era de tatami color aguamarina muy claro y suave. Las paredes blancas.
Tras el genkan discurría un pasillo con dos puertas correderas a la izquierda y una puerta a la derecha. Las escaleras al piso de arriba nacían a mitad pasadizo, pegadas a la pared derecha, diseñadas con una anchura que permitía el paso en caso de querer seguir avanzando por el corredor. Al final de este había un armario alto de dos puertas, marrón.
Según pasó a toda prisa, Karma abrió la primera puerta corredera de la izquierda, que daba a un salón pequeño pero acogedor. En su centro había una mesa baja con dos zafus. Al otro extremo de la sala había una nueva puerta corredera, que debido a la transparencia de la luz del sol resultaba obvio que daba a un lateral del jardín. También se podía observar una televisión sobre un mueblecillo auxiliar en la esquina inferior izquierda y un armario empotrado de puertas —como ya era costumbre— correderas a mano derecha.
—Aguarda un momento en el salón, Ringo-san. Yo no tardo —expresó la médica.
Subió al segundo piso, y el muchacho quedó solo.
Retomó el camino al galope. Quedó pensativa, tratando de analizar los acontecimientos y comprenderlos, pero no había manera. Todos somos tontos para algunas cosas, al fin y al cabo.
***
Karma se paró frente a una finca del Barrio de la Marea. Un muro de piedra delimitaba los terrenos del interior y la vía pública. A la izquierda de la puerta de entrada había un buzón y una placa con los kanjis que le daban apellido a la kunoichi: "Kojima".
La fémina sacó una llave de bronce de su portaobjetos y abrió la puerta.
—Pasa si quieres —le dijo a Ringo.
Lo primero con lo que se topaba uno al entrar era un humilde jardín de lilas, atravesado en su centro por un camino de piedra que llevaba hasta la entrada de la casa, fabricada en madera al estilo tradicional, con las columnas pintadas de rojo.
En el genkan solo había un pequeño mueble para los zapatos a la derecha. El suelo interior era de tatami color aguamarina muy claro y suave. Las paredes blancas.
Tras el genkan discurría un pasillo con dos puertas correderas a la izquierda y una puerta a la derecha. Las escaleras al piso de arriba nacían a mitad pasadizo, pegadas a la pared derecha, diseñadas con una anchura que permitía el paso en caso de querer seguir avanzando por el corredor. Al final de este había un armario alto de dos puertas, marrón.
Según pasó a toda prisa, Karma abrió la primera puerta corredera de la izquierda, que daba a un salón pequeño pero acogedor. En su centro había una mesa baja con dos zafus. Al otro extremo de la sala había una nueva puerta corredera, que debido a la transparencia de la luz del sol resultaba obvio que daba a un lateral del jardín. También se podía observar una televisión sobre un mueblecillo auxiliar en la esquina inferior izquierda y un armario empotrado de puertas —como ya era costumbre— correderas a mano derecha.
—Aguarda un momento en el salón, Ringo-san. Yo no tardo —expresó la médica.
Subió al segundo piso, y el muchacho quedó solo.