11/07/2018, 12:26
Ayame se tumbó en el césped, con los brazos detrás de la nuca a modo de almohada y disfrutando de la brisa fresca que acariciaba su piel y que aliviaba la inclemencia del calor del verano. Al cabo de varios minutos creyó que podría dormirse en cualquier momento, de hecho ya notaba la sugerente pesadez en sus párpados...
Hasta que escuchó el crujir de la hierba junto a ella y se reincorporó como acto reflejo, alerta.
Se trataba de un chico de aproximadamente su misma edad. Realmente no había nada en él que llamara la atención, era el típico chico de tez algo bronceada, cabellos y ojos castaños. Si acaso, los dos colmillos rojos que llevaba tatuados en las mejillas. De hecho, el pequeño perro que le acompañaba parecía más interesante que él, y a Ayame le arrancó una sonrisa de ternura.
—Ese es mi sitio —dijo, con un tono de voz tan monótono que por un momento le recordó a la de cierto Uchiha. Dado que llevaba un palo en la boca, a Ayame le costó entenderle, pero terminó por hacerlo.
La kunoichi le miró de reojo, a juzgar por la bandana que llevaba anudada al cuello se trataba un shinobi de Uzushiogakure de rango bajo.
—Pero... no pone tu nombre en ningún sitio —comentó, genuinamente confundida. Fue entonces cuando se acuclilló, con los brazos extendidos para llamar al animal que acompañaba al chico—. ¡Ven , perrito bonito! ¡Ay, pobrecito! ¿Le pasó algo en el ojo?
Hasta que escuchó el crujir de la hierba junto a ella y se reincorporó como acto reflejo, alerta.
Se trataba de un chico de aproximadamente su misma edad. Realmente no había nada en él que llamara la atención, era el típico chico de tez algo bronceada, cabellos y ojos castaños. Si acaso, los dos colmillos rojos que llevaba tatuados en las mejillas. De hecho, el pequeño perro que le acompañaba parecía más interesante que él, y a Ayame le arrancó una sonrisa de ternura.
—Ese es mi sitio —dijo, con un tono de voz tan monótono que por un momento le recordó a la de cierto Uchiha. Dado que llevaba un palo en la boca, a Ayame le costó entenderle, pero terminó por hacerlo.
La kunoichi le miró de reojo, a juzgar por la bandana que llevaba anudada al cuello se trataba un shinobi de Uzushiogakure de rango bajo.
—Pero... no pone tu nombre en ningún sitio —comentó, genuinamente confundida. Fue entonces cuando se acuclilló, con los brazos extendidos para llamar al animal que acompañaba al chico—. ¡Ven , perrito bonito! ¡Ay, pobrecito! ¿Le pasó algo en el ojo?