12/07/2018, 11:07
El sonido de las olas y el olor a salitre impregnaban el paisaje. A Karma le resultaba agradable, de hecho. Lo que no soportaba de la playa era la arena. Es áspera, rugosa y se mete por todas partes. Detestaba volver de darse un baño y terminar de arena hasta las cejas.
No eran los únicos en el paraíso. A las ya mencionadas olas se sumaba el jolgorio de una multitud de seres humanos que, como ellos, estaban allí para disfrutar de las bendiciones del País de la Espiral. Los veteranos, con sus medallas impresas en la piel, eran lo más interesante. A Karma le habría gustado pararse a la vera de cada uno y observar sus lesiones, tratar de deducir, haciendo uso de sus conocimientos de medicina y ciencia forense, la forma en la que se les había herido o arrebatado las extremidades ausentes.
Pero habría sido maleducado por su parte y, además, no estaban allí para eso.
Ringo seleccionó un punto que consideró adecuado y así lo anunció. Karma tomó la toalla que se le tendió, agradeciéndolo en voz baja. Observó la forma en la que el estudiante extendió la suya con curiosidad. El zagal explicó que era de suma importancia ponerse cara al sol. La genin asintió y colocó su toalla junto a la de Ringo, imitándolo.
—¿Podrías prestarme un poco de crema cuando termines? O voy a acabar como una gamba —solicitó, sonriente.
Ringo puso sobre la mesa una pregunta que tomó a Karma a contrapié y la condujo a esbozar una expresión de atenuada sorpresa. No tardó en responder:
—No, no vivo sola. Tengo a mi gata, Mimi. Ya te hablé antes de ella.
No eran los únicos en el paraíso. A las ya mencionadas olas se sumaba el jolgorio de una multitud de seres humanos que, como ellos, estaban allí para disfrutar de las bendiciones del País de la Espiral. Los veteranos, con sus medallas impresas en la piel, eran lo más interesante. A Karma le habría gustado pararse a la vera de cada uno y observar sus lesiones, tratar de deducir, haciendo uso de sus conocimientos de medicina y ciencia forense, la forma en la que se les había herido o arrebatado las extremidades ausentes.
Pero habría sido maleducado por su parte y, además, no estaban allí para eso.
Ringo seleccionó un punto que consideró adecuado y así lo anunció. Karma tomó la toalla que se le tendió, agradeciéndolo en voz baja. Observó la forma en la que el estudiante extendió la suya con curiosidad. El zagal explicó que era de suma importancia ponerse cara al sol. La genin asintió y colocó su toalla junto a la de Ringo, imitándolo.
—¿Podrías prestarme un poco de crema cuando termines? O voy a acabar como una gamba —solicitó, sonriente.
Ringo puso sobre la mesa una pregunta que tomó a Karma a contrapié y la condujo a esbozar una expresión de atenuada sorpresa. No tardó en responder:
—No, no vivo sola. Tengo a mi gata, Mimi. Ya te hablé antes de ella.