15/07/2018, 16:22
El animal se acercó a ella. Parecía algo receloso, pero le ofreció el lomo y Ayame enterró su mano en el pelaje, negro como el carbón del animal, comenzó a acariciarle con una bobalicona sonrisa de ilusión.
—¡Oh, pero qué perro más bonito! —comentó en voz alta, aunque se lo estaba diciendo directamente al animal mientras comenzaba a rascarle el lateral del cuello.
Y podría haber seguido así durante un buen tiempo, pero la voz del dueño del perro la sobresaltó.
—Tú eres Aotsuki Ayame.
Ayame alzó la mirada hacia él, genuinamente confundida.
—¿Nos... conocemos? —le preguntó, ladeando la cabeza, tratando de hacer memoria. Sabía que era un desastre para esas cosas, tanto para los nombres como para las caras, pero por mucho que pensara, no conseguía ubicar el rostro de aquel chico ni al perro que le acompañaba. entre sus recuerdos.
—Quiero decir, creo que tenemos un conocido en común —continuó—. No te sonará por casualidad, Uchiha Datsue, ¿no?
Y la pronunciación de aquel nombre congeló las facciones del rostro de Ayame, y la mano con la que estaba acariciando al animal.
—Sí. Le conozco —contestó, con voz lenta y cauta. Se reincorporó con lentitud, sus ojos entrecerrados clavados en él. Porque su tono de voz no auguraba nada bueno. Aquella pregunta había parecído una afirmación casi disfrazada de amenaza que una cuestión por mera curiosidad.
—¡Oh, pero qué perro más bonito! —comentó en voz alta, aunque se lo estaba diciendo directamente al animal mientras comenzaba a rascarle el lateral del cuello.
Y podría haber seguido así durante un buen tiempo, pero la voz del dueño del perro la sobresaltó.
—Tú eres Aotsuki Ayame.
Ayame alzó la mirada hacia él, genuinamente confundida.
—¿Nos... conocemos? —le preguntó, ladeando la cabeza, tratando de hacer memoria. Sabía que era un desastre para esas cosas, tanto para los nombres como para las caras, pero por mucho que pensara, no conseguía ubicar el rostro de aquel chico ni al perro que le acompañaba. entre sus recuerdos.
—Quiero decir, creo que tenemos un conocido en común —continuó—. No te sonará por casualidad, Uchiha Datsue, ¿no?
Y la pronunciación de aquel nombre congeló las facciones del rostro de Ayame, y la mano con la que estaba acariciando al animal.
—Sí. Le conozco —contestó, con voz lenta y cauta. Se reincorporó con lentitud, sus ojos entrecerrados clavados en él. Porque su tono de voz no auguraba nada bueno. Aquella pregunta había parecído una afirmación casi disfrazada de amenaza que una cuestión por mera curiosidad.