15/07/2018, 21:38
(Última modificación: 15/07/2018, 21:41 por Uchiha Akame.)
—La conoces... Os conocéis.
Hay momentos en la vida que le cambian a uno los esquemas. Da igual quién seas, de dónde vengas o a qué te dediques; siempre, siempre, siempre estos momentos llegarán cuando menos te lo esperes. Cuando más daño te puedan hacer. Cuando más caos puedan desatar en tu perfectamente asimilada y esquematizada rutina.
Para Uchiha Akame de Uzushiogakure no Sato, ese fue uno de aquellos momentos. Mucho más tarde, recordando aquella misión, el joven jōnin incluso podría jurar que en aquel palacio en ruinas se había hecho el silencio más absoluto; ni siquiera Kunie o Hida se habían atrevido a romperlo, y que éste había durado largos minutos. No fue así, claro, sino que todo lo que estaba a punto de suceder a continuación ocurrió mucho más rápido.
—Todos, deténganse ahora mismo.
Akame parpadeó varias veces, confuso. Aquella voz provenía de alguien que había estado silente durante el desarrollo de la acción, que no había mostrado más decisión que la de dejarse llevar por su presunta y potencial asesina. Una bestia vieja y herida, maltrecha, que había perdido tiempo ha su garra y su orgullo. Pero que todavía era capaz de sacar fuerzas de flaqueza y lucir imponente si se lo proponía, incluso en toda su decadencia.
El señor Iekatsu se había puesto en pie. Pese a que su estado era evidentemente precario, era la primera vez que los ninjas le veían completamente erguido, y podía apreciarse que se trataba de un hombre bastante alto en realidad. La anchura de sus hombros daba a entender que en otros tiempos había sido un fiero guerrero, como atestiguaban también sus manos llenas de cicatrices y arrugas. Pese a que su piel seguía teniendo aquel tono pálido, mortecino, y sus ojos estaban tan hundidos en las cuencas que parecían dos luceros iluminados por la fiebre... Iekatsu desprendía un aura regia que sólo los grandes señores eran capaces de proyectar.
—Uchiha Akame-san, Uchiha Datsue-san —nombró, tornando levemente la cabeza hacia cada uno de ellos—. Vuestra misión aquí ha concluído. Contemplad... Este es el mausoleo de mis antepasados. Un monumento al más grande sacrificio que los dioses pueden exigir a un hombre —alzó ligeramente ambos brazos y la vista hacia el techo medio derruído—. Las vidas de su familia, de sus soldados, de sus súbditos. Todo eso tuve yo que entregar, pues así me lo pidieron. A cambio, alcancé grandes fortunas, gloria en muchas batallas y victorias en cada una de ellas sobre todos mis enemigos.
La voz del anciano parecía inundar por completo la sala, y por un momento los ninjas tendrían la sensación de que en realidad no era tan viejo, sino que más bien estaba... Quemado, como si hubiera vivido varias vidas en el tiempo en el que otros sólo pueden disfrutar de diez o quince años de la suya propia.
—Ahora moriré aquí, entre los míos, suplicando su perdón. Esa es mi decisión, y es final —anunció—. Mi querida Tome... Hagámoslo.
La dama, que había retrocedido un par de pasos y cambiado su postura y lenguaje corporal para ceder completo protagonismo al señor de Rōkoku, asintió con gesto ceremonioso. Iekatsu desenvainó su katana se la entregó a ella. Luego hizo lo mismo con su wakizashi, dejando el daishō completamente vacío.
—Yunjin, mi amada... Ahora me reuniré contigo —susurró Iekatsu.
Con gran pesadez, el señor se dejó caer sobre sus rodillas, en postura idéntica a como los ninjas le habían encontrado al llegar allí. Tome blandió la katana y colocó su hoja a unos cuantos centímetros del cuello del mandatario. Éste empuñó su wakizashi con ambas manos y apuntó el extremo de la daga hacia su estómago. Las manos le temblaban.
—Es... Ha llegado... Ha llegado el momento... —balbuceó—. Yo... Yo...
El viejo señor empezó a temblar con más violencia, como si estuviese luchando contra una fuerza invisible que le impedía cumplir su deseo de abrirse el vientre.
—Debo... Hacerlo... Deb...Debo... No... No puedo...
Akame se revolvió, inquieto. La voz del señor parecía haber cambiado de tonada, como si en su garganta hubiera un conjunto adicional de cuerdas vocales que estuviese luchando por imponerse a su habitual tono calmo.
—No —dijo de repente, y al alzar la vista, Datsue pudo intuir un brillo violáceo en sus ojos—. ¡No voy a hacerlo! —rugió de repente con voz gutural.
Hay momentos en la vida que le cambian a uno los esquemas. Da igual quién seas, de dónde vengas o a qué te dediques; siempre, siempre, siempre estos momentos llegarán cuando menos te lo esperes. Cuando más daño te puedan hacer. Cuando más caos puedan desatar en tu perfectamente asimilada y esquematizada rutina.
Para Uchiha Akame de Uzushiogakure no Sato, ese fue uno de aquellos momentos. Mucho más tarde, recordando aquella misión, el joven jōnin incluso podría jurar que en aquel palacio en ruinas se había hecho el silencio más absoluto; ni siquiera Kunie o Hida se habían atrevido a romperlo, y que éste había durado largos minutos. No fue así, claro, sino que todo lo que estaba a punto de suceder a continuación ocurrió mucho más rápido.
—Todos, deténganse ahora mismo.
Akame parpadeó varias veces, confuso. Aquella voz provenía de alguien que había estado silente durante el desarrollo de la acción, que no había mostrado más decisión que la de dejarse llevar por su presunta y potencial asesina. Una bestia vieja y herida, maltrecha, que había perdido tiempo ha su garra y su orgullo. Pero que todavía era capaz de sacar fuerzas de flaqueza y lucir imponente si se lo proponía, incluso en toda su decadencia.
El señor Iekatsu se había puesto en pie. Pese a que su estado era evidentemente precario, era la primera vez que los ninjas le veían completamente erguido, y podía apreciarse que se trataba de un hombre bastante alto en realidad. La anchura de sus hombros daba a entender que en otros tiempos había sido un fiero guerrero, como atestiguaban también sus manos llenas de cicatrices y arrugas. Pese a que su piel seguía teniendo aquel tono pálido, mortecino, y sus ojos estaban tan hundidos en las cuencas que parecían dos luceros iluminados por la fiebre... Iekatsu desprendía un aura regia que sólo los grandes señores eran capaces de proyectar.
—Uchiha Akame-san, Uchiha Datsue-san —nombró, tornando levemente la cabeza hacia cada uno de ellos—. Vuestra misión aquí ha concluído. Contemplad... Este es el mausoleo de mis antepasados. Un monumento al más grande sacrificio que los dioses pueden exigir a un hombre —alzó ligeramente ambos brazos y la vista hacia el techo medio derruído—. Las vidas de su familia, de sus soldados, de sus súbditos. Todo eso tuve yo que entregar, pues así me lo pidieron. A cambio, alcancé grandes fortunas, gloria en muchas batallas y victorias en cada una de ellas sobre todos mis enemigos.
La voz del anciano parecía inundar por completo la sala, y por un momento los ninjas tendrían la sensación de que en realidad no era tan viejo, sino que más bien estaba... Quemado, como si hubiera vivido varias vidas en el tiempo en el que otros sólo pueden disfrutar de diez o quince años de la suya propia.
—Ahora moriré aquí, entre los míos, suplicando su perdón. Esa es mi decisión, y es final —anunció—. Mi querida Tome... Hagámoslo.
La dama, que había retrocedido un par de pasos y cambiado su postura y lenguaje corporal para ceder completo protagonismo al señor de Rōkoku, asintió con gesto ceremonioso. Iekatsu desenvainó su katana se la entregó a ella. Luego hizo lo mismo con su wakizashi, dejando el daishō completamente vacío.
—Yunjin, mi amada... Ahora me reuniré contigo —susurró Iekatsu.
Con gran pesadez, el señor se dejó caer sobre sus rodillas, en postura idéntica a como los ninjas le habían encontrado al llegar allí. Tome blandió la katana y colocó su hoja a unos cuantos centímetros del cuello del mandatario. Éste empuñó su wakizashi con ambas manos y apuntó el extremo de la daga hacia su estómago. Las manos le temblaban.
—Es... Ha llegado... Ha llegado el momento... —balbuceó—. Yo... Yo...
El viejo señor empezó a temblar con más violencia, como si estuviese luchando contra una fuerza invisible que le impedía cumplir su deseo de abrirse el vientre.
—Debo... Hacerlo... Deb...Debo... No... No puedo...
Akame se revolvió, inquieto. La voz del señor parecía haber cambiado de tonada, como si en su garganta hubiera un conjunto adicional de cuerdas vocales que estuviese luchando por imponerse a su habitual tono calmo.
—No —dijo de repente, y al alzar la vista, Datsue pudo intuir un brillo violáceo en sus ojos—. ¡No voy a hacerlo! —rugió de repente con voz gutural.