16/07/2018, 17:52
—¡Insectos miserables! ¡No sois nada! ¡Nada! ¿¡Cómo pensáis oponeros a mi grandeza!? —continuaba gritando Iekatsu, completamente fuera de sí, con la mirada fija en los Uchiha—. ¡Os arrancaré la piel a tiras y os pondré a secar al Sol cubiertos de sal! ¡Os sacaré los ojos a vosotros dos, traidores a vuestra sangre!
Se puso en pie, tambaleándose, blandiendo aquella wakizashi; solo que ahora apuntaba a los dos ninjas. Sus ojos, que brillaban con un extraño fulgor violeta, se abrieron de par en par cuando el viejo señor reconoció a Datsue y Akame.
—Vosotros... ¡Vosotros dos! —rugió—. ¡Doblemente traidores! ¡Yo os maldigo!
No le dio tiempo a continuar con su perorata. Datsue acababa de sacar un sello y un shuriken, y tras preparar una técnica en el mismo, lo arrojó en dirección a Iekatsu y Tome. La dama se limitó a arquear una ceja, inquisitiva, y chasquear los labios con visible molestia. Era demasiado tarde para hacer las cosas tal y como ella había pensado; tendría que improvisar.
Con un ágil salto esquivó el shuriken a la par que una de sus manos se introducía en el lujoso kimono que vestía y lanzaba otro par de estrellas ninja en dirección a Datsue. No apartaba su atención tampoco del proyectil que le había lanzado aquel Uchiha, dado que sabía que contendría una sorpresa del todo desagradable. También mantenía una ligera visión sobre Akame, situado en su otro flanco. «¿Vas a atacarme, Akame-chan?»
Entonces se dio cuenta de que su antiguo alumno había desaparecido.
«¿¡Qué...!?»
Notó una ráfaga de viento pasar a su lado y escuchó el silbido de acero al desenvainarse.
«¡Mierda!»
Trató de girarse, pero ya era tarde. Notaba que había alguien en su retaguardia; probablemente aquel mercenario. Había conseguido tomarla por sorpresa, probablemente utilizando aquella Armadura de Rayo que tanto le gustaba y tan incómoda podía llegar a ser para sus enemigos.
Sin embargo, un chirrido llegó pronto a sus oídos. Kunie se giró apenas un momento, sin querer dejar de prestar atención a Datsue y la técnica que iba sellada en su shuriken. Vio dos sombras bailando a su espalda, a la luz de las chispas que saltaban cuando sus aceros chocaban.
—¿¡Así que vas a protegerla!? ¡Tienes pelotas, muchacho! —gritó Kaguya Hida, mientras lanzaba puñaladas con un tantō que empuñaba en su diestra—. ¡Pero con eso no basta!
Akame, por su parte, trataba de seguir el ritmo del mercenario y su juego de pies. Hida era visiblemente más duro y le superaba ampliamente en fuerza, por lo que el joven Uchiha tenía que limitarse muchas veces a esquivar los ataques de su enemigo en lugar de bloquearlos.
—Hoy es el día en que te mueres —sentenció Akame, con la mirada cargada de resentimiento, mientras respondía con varios tajos de su espada azabache.
Se puso en pie, tambaleándose, blandiendo aquella wakizashi; solo que ahora apuntaba a los dos ninjas. Sus ojos, que brillaban con un extraño fulgor violeta, se abrieron de par en par cuando el viejo señor reconoció a Datsue y Akame.
—Vosotros... ¡Vosotros dos! —rugió—. ¡Doblemente traidores! ¡Yo os maldigo!
No le dio tiempo a continuar con su perorata. Datsue acababa de sacar un sello y un shuriken, y tras preparar una técnica en el mismo, lo arrojó en dirección a Iekatsu y Tome. La dama se limitó a arquear una ceja, inquisitiva, y chasquear los labios con visible molestia. Era demasiado tarde para hacer las cosas tal y como ella había pensado; tendría que improvisar.
Con un ágil salto esquivó el shuriken a la par que una de sus manos se introducía en el lujoso kimono que vestía y lanzaba otro par de estrellas ninja en dirección a Datsue. No apartaba su atención tampoco del proyectil que le había lanzado aquel Uchiha, dado que sabía que contendría una sorpresa del todo desagradable. También mantenía una ligera visión sobre Akame, situado en su otro flanco. «¿Vas a atacarme, Akame-chan?»
Entonces se dio cuenta de que su antiguo alumno había desaparecido.
«¿¡Qué...!?»
Notó una ráfaga de viento pasar a su lado y escuchó el silbido de acero al desenvainarse.
«¡Mierda!»
Trató de girarse, pero ya era tarde. Notaba que había alguien en su retaguardia; probablemente aquel mercenario. Había conseguido tomarla por sorpresa, probablemente utilizando aquella Armadura de Rayo que tanto le gustaba y tan incómoda podía llegar a ser para sus enemigos.
Sin embargo, un chirrido llegó pronto a sus oídos. Kunie se giró apenas un momento, sin querer dejar de prestar atención a Datsue y la técnica que iba sellada en su shuriken. Vio dos sombras bailando a su espalda, a la luz de las chispas que saltaban cuando sus aceros chocaban.
—¿¡Así que vas a protegerla!? ¡Tienes pelotas, muchacho! —gritó Kaguya Hida, mientras lanzaba puñaladas con un tantō que empuñaba en su diestra—. ¡Pero con eso no basta!
Akame, por su parte, trataba de seguir el ritmo del mercenario y su juego de pies. Hida era visiblemente más duro y le superaba ampliamente en fuerza, por lo que el joven Uchiha tenía que limitarse muchas veces a esquivar los ataques de su enemigo en lugar de bloquearlos.
—Hoy es el día en que te mueres —sentenció Akame, con la mirada cargada de resentimiento, mientras respondía con varios tajos de su espada azabache.