16/07/2018, 20:14
(Última modificación: 16/07/2018, 21:03 por Uchiha Akame.)
Kunie no se inmutó al ver a Datsue formar el sello de la Serpiente. Ella misma conocía esa técnica —y muchas otras de similar índole— y la había utilizado decenas de veces. Cientos de veces. Para aquella mujer, el combate era una danza que había aprendido a dominar con tanta fluidez como la de las palabras. De la manga derecha de su kimono extrajo otros dos shuriken, que lanzó a Datsue para forzarle a esquivarlos. Luego dio media vuelta con un movimiento grácil, casi delicado, y de la otra manga de sus ropajes sacó otra estrella metálica que disparó al clon casi antes de que éste fuese liberado. Mientras el proyectil metálico recorría la escasa distancia que le separaba de su objetivo, Kunie formaba una serie de sellos a toda velocidad, sus manos apenas perceptibles para el ojo humano común y corriente.
El shuriken que había disparado al Kage Bunshin de Datsue creció de repente, en apenas un instante, hasta adoptar unas proporciones mucho mayores a las originales. La pesada estrella metálica, ahora enorme, impactaría con violencia contra el Clon de Sombras del Uchiha sin darle tiempo a realizar nada. Luego, ella se volteó... Justo a tiempo para ser cegada por un destello de luz blanca.
Oyó unos pasos que se acercaban a toda velocidad. Por puro instinto esperó hasta que su oído calculó la distancia justa, y luego se echó hacia un lado mientras zancadilleaba al atacante para hacerle caer al suelo. Craso error. La explosión la golpeó de cerca, arrojándola al suelo y chamuscando su precioso kimono.
«¿Qué ha sido eso?»
La kunoichi recuperó el sentido de la vista segundos después, mientras se incorporaba con cuanta agilidad pudo. Contempló durante unos momentos el suelo chamuscado a su alrededor y luego volvió a mirar a Datsue. Una sonrisa se torció en sus labios, con un gesto que inevitablemente recordaría al que Akame solía hacer cuando algo le sorprendía o interesaba.
La sala empezó entonces a llenarse de un olor suave pero penetrante, un aroma embriagador que invadió las fosas nasales de Datsue como un espíritu maligno que quisiera poseerle...
Akame se movía con cuanta rapidez era capaz, pero aun así el filo del tantō que empuñaba Hida cada vez pasaba más cerca de su cuerpo; de los hombros, las muñecas, las costillas o el rostro. «Este tipo es increíblemente rápido, me cago en todo... ¿Será por ese aura de chakra que le rodea? Dioses, nunca había visto una técnica así...» El Kaguya, consciente de que iba ganando ventaja, presionaba cada vez más a su joven enemigo para hacerle retroceder hacia una de las paredes de la sala.
—¡Estás muerto, chaval! ¡Ya te lo advertí! —bramó, trabando su acero con el de Akame.
Hida apoyó todo el peso de su cuerpo en aquel choque de armas y empujó con la fuerza de sus tremendas piernas, gruesas como troncos de árbol. El joven Uchiha no pudo sino retroceder ante la embestida de semejante bigardo, tratando de no perder el equilibrio y dando pasos rápidos hacia atrás... Hasta que su espalda chocó contra la pared.
«Mierda, ¡joder!»
Akame llevaba un buen rato buscando la mirada del Kaguya, pero no le pasó desapercibido que éste tenía sus ojos gélidos fijos bajo un umbral invisible que se delimitaba en su zona superior por el mentón del jōnin. El viejo mercenario era demasiado experimentado como para caer en el mismo truco dos veces. Volvió a empujar, haciendo que Akame se golpeara violentamente contra la pared, y tratando de ganar el pulso.
El acero de aquel tantō empezó a acercarse peligrosamente a la garganta del Uchiha, y entonces...
Entonces un potente olor a flor de loto llegó hasta ambos, y todo cambió.
Datsue se encontraba sentado en posición de seiza frente a una pequeña mesa baja. Podía notar la suave moqueta bajo sus piernas, y la habitación de paredes de papel de arroz estaba iluminada por una lamparita del mismo material que los biombos, que colgaba del techo. Frente a él, en la mesa, un juego de té ya preparado con dos vasos.
No tenía recuerdos de haber llegado allí, como cuando en un sueño eres consciente del lugar en el que te encuentras pero incapaz de explicar qué sucedió para terminar en él.
—Datsue-san. Esperaba que pudiéramos hablar más tranquilamente.
La voz de una mujer le sorprendió, y se dio cuenta en ese momento de que la dama Tome estaba sentada frente a él, con aquellos ojos dorados mirándole fijamente. La kunoichi cogió uno de los vasos y le invitó a beber del otro.
—Pruébalo, está recién hecho —aseguró con una sonrisa burlona.
El shuriken que había disparado al Kage Bunshin de Datsue creció de repente, en apenas un instante, hasta adoptar unas proporciones mucho mayores a las originales. La pesada estrella metálica, ahora enorme, impactaría con violencia contra el Clon de Sombras del Uchiha sin darle tiempo a realizar nada. Luego, ella se volteó... Justo a tiempo para ser cegada por un destello de luz blanca.
Oyó unos pasos que se acercaban a toda velocidad. Por puro instinto esperó hasta que su oído calculó la distancia justa, y luego se echó hacia un lado mientras zancadilleaba al atacante para hacerle caer al suelo. Craso error. La explosión la golpeó de cerca, arrojándola al suelo y chamuscando su precioso kimono.
«¿Qué ha sido eso?»
La kunoichi recuperó el sentido de la vista segundos después, mientras se incorporaba con cuanta agilidad pudo. Contempló durante unos momentos el suelo chamuscado a su alrededor y luego volvió a mirar a Datsue. Una sonrisa se torció en sus labios, con un gesto que inevitablemente recordaría al que Akame solía hacer cuando algo le sorprendía o interesaba.
La sala empezó entonces a llenarse de un olor suave pero penetrante, un aroma embriagador que invadió las fosas nasales de Datsue como un espíritu maligno que quisiera poseerle...
Akame se movía con cuanta rapidez era capaz, pero aun así el filo del tantō que empuñaba Hida cada vez pasaba más cerca de su cuerpo; de los hombros, las muñecas, las costillas o el rostro. «Este tipo es increíblemente rápido, me cago en todo... ¿Será por ese aura de chakra que le rodea? Dioses, nunca había visto una técnica así...» El Kaguya, consciente de que iba ganando ventaja, presionaba cada vez más a su joven enemigo para hacerle retroceder hacia una de las paredes de la sala.
—¡Estás muerto, chaval! ¡Ya te lo advertí! —bramó, trabando su acero con el de Akame.
Hida apoyó todo el peso de su cuerpo en aquel choque de armas y empujó con la fuerza de sus tremendas piernas, gruesas como troncos de árbol. El joven Uchiha no pudo sino retroceder ante la embestida de semejante bigardo, tratando de no perder el equilibrio y dando pasos rápidos hacia atrás... Hasta que su espalda chocó contra la pared.
«Mierda, ¡joder!»
Akame llevaba un buen rato buscando la mirada del Kaguya, pero no le pasó desapercibido que éste tenía sus ojos gélidos fijos bajo un umbral invisible que se delimitaba en su zona superior por el mentón del jōnin. El viejo mercenario era demasiado experimentado como para caer en el mismo truco dos veces. Volvió a empujar, haciendo que Akame se golpeara violentamente contra la pared, y tratando de ganar el pulso.
El acero de aquel tantō empezó a acercarse peligrosamente a la garganta del Uchiha, y entonces...
Entonces un potente olor a flor de loto llegó hasta ambos, y todo cambió.
—
Datsue se encontraba sentado en posición de seiza frente a una pequeña mesa baja. Podía notar la suave moqueta bajo sus piernas, y la habitación de paredes de papel de arroz estaba iluminada por una lamparita del mismo material que los biombos, que colgaba del techo. Frente a él, en la mesa, un juego de té ya preparado con dos vasos.
No tenía recuerdos de haber llegado allí, como cuando en un sueño eres consciente del lugar en el que te encuentras pero incapaz de explicar qué sucedió para terminar en él.
—Datsue-san. Esperaba que pudiéramos hablar más tranquilamente.
La voz de una mujer le sorprendió, y se dio cuenta en ese momento de que la dama Tome estaba sentada frente a él, con aquellos ojos dorados mirándole fijamente. La kunoichi cogió uno de los vasos y le invitó a beber del otro.
—Pruébalo, está recién hecho —aseguró con una sonrisa burlona.