18/07/2018, 17:48
(Última modificación: 18/07/2018, 17:49 por Inuzuka Nabi.)
Cuando el mismo shinobi considerase acabado su discurso, la ilusión volvería a coger forma.
Esta vez no se encontraba en ningún bosque, ni siquiera al aire libre. Las paredes endebles de una tienda era lo único que le separaba del aire nocturno. Estaba en plena base enemiga. Estaba esposado con unas esposas supresoras de chakra y anclado al suelo con una cadena. Además, toda su indumentaria le había sido sustraída y reemplazada por una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. Ningún arma ni herramienta le iba a salvar.
Antes de siquiera poder adaptarse a su situación un hombre entró en la tienda y tiró a su lado a otro chaval, esposado también. El hombre era rubio con ojos verdes y tenía pinta de ser el jefe, mientras que el prisionero llevaba las misma ropa que el shinobi. Reconoció al otro muchacho, estaba totalmente seguro de haberlo visto entre el alumnado de la academia, aunque era incapaz de darle un nombre o decir con exactitud cuando lo había visto. Sin embargo, era un compañero de villa y profesión con total seguridad.
—Te pongo en antecedentes, éste dice que no sabe nada, así que le vamos a cortar una pierna. Total, son todo beneficios, nos aseguramos de que de verdad no sepa nada y ni te imaginas lo fácil que se vigila a un tullido. Y si sigue sin contestarnos, pues tiraremos a por la otra. Porque solo hay una cosa más fácil de vigilar que un tullido y es un doble tullido. Ahora que sois dos igual podéis echarle un pensamiento. Chicos, agarrad al tullido, digo, al genin. Perdón, me he adelantado.
Dos hombres más entraron en la escena, rapados y con cara de poco cerebro y mucho músculo, agarraron al otro chico mientras su jefe escogía entre la multitud de armas que guardaban en la tienda. Finalmente, levantó una sierra dentada de metro y medio mínimo de largo.
—Nunca entendí por qué demonios teníamos esta monstruosidad aquí. Es tan... aparatosa que no sirve para el combate. Supongo que va perfecta para hacer una carnicería —se acercó al chico inmovilizado que miraba con pavor la sierra—. Me han dicho que los Chunin hacen un juramento o alguna mierda así sobre proteger a sus inferiores. Yo voy a lanzar una pregunta al aire, si obtengo una respuesta, saldré de aquí tan contento y sin quitarle ninguna pierna a nadie.
El genin le dedicó una de las miradas más aterrorizadas que había visto en su vida, aún así, no abrió la boca, probablemente a sabiendas de que si lo hiciera lo único que saldrá de ella son súplicas y llantos. El verdugo bajó la sierra hasta que tocó la carne expuesta del chico, que ahogó un grito y cerró los ojos.
—¿Quien es el jinchuriki de vuestra villa? Un nombre y un apellido y nadie acabará saliendo por partes de aquí.
Esta vez no se encontraba en ningún bosque, ni siquiera al aire libre. Las paredes endebles de una tienda era lo único que le separaba del aire nocturno. Estaba en plena base enemiga. Estaba esposado con unas esposas supresoras de chakra y anclado al suelo con una cadena. Además, toda su indumentaria le había sido sustraída y reemplazada por una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. Ningún arma ni herramienta le iba a salvar.
Antes de siquiera poder adaptarse a su situación un hombre entró en la tienda y tiró a su lado a otro chaval, esposado también. El hombre era rubio con ojos verdes y tenía pinta de ser el jefe, mientras que el prisionero llevaba las misma ropa que el shinobi. Reconoció al otro muchacho, estaba totalmente seguro de haberlo visto entre el alumnado de la academia, aunque era incapaz de darle un nombre o decir con exactitud cuando lo había visto. Sin embargo, era un compañero de villa y profesión con total seguridad.
—Te pongo en antecedentes, éste dice que no sabe nada, así que le vamos a cortar una pierna. Total, son todo beneficios, nos aseguramos de que de verdad no sepa nada y ni te imaginas lo fácil que se vigila a un tullido. Y si sigue sin contestarnos, pues tiraremos a por la otra. Porque solo hay una cosa más fácil de vigilar que un tullido y es un doble tullido. Ahora que sois dos igual podéis echarle un pensamiento. Chicos, agarrad al tullido, digo, al genin. Perdón, me he adelantado.
Dos hombres más entraron en la escena, rapados y con cara de poco cerebro y mucho músculo, agarraron al otro chico mientras su jefe escogía entre la multitud de armas que guardaban en la tienda. Finalmente, levantó una sierra dentada de metro y medio mínimo de largo.
—Nunca entendí por qué demonios teníamos esta monstruosidad aquí. Es tan... aparatosa que no sirve para el combate. Supongo que va perfecta para hacer una carnicería —se acercó al chico inmovilizado que miraba con pavor la sierra—. Me han dicho que los Chunin hacen un juramento o alguna mierda así sobre proteger a sus inferiores. Yo voy a lanzar una pregunta al aire, si obtengo una respuesta, saldré de aquí tan contento y sin quitarle ninguna pierna a nadie.
El genin le dedicó una de las miradas más aterrorizadas que había visto en su vida, aún así, no abrió la boca, probablemente a sabiendas de que si lo hiciera lo único que saldrá de ella son súplicas y llantos. El verdugo bajó la sierra hasta que tocó la carne expuesta del chico, que ahogó un grito y cerró los ojos.
—¿Quien es el jinchuriki de vuestra villa? Un nombre y un apellido y nadie acabará saliendo por partes de aquí.
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