6/08/2018, 23:31
Pero Ayame ni siquiera necesitó la respuesta de su hermano para comprender, horrorizada, qué era lo que estaba pasando allí.
—No... tienes que estar de broma... —murmuró Daruu junto a ella, pero apenas le escuchó.
Estaba demasiado ocupada tapándose los labios con ambas manos y observando, con los ojos abiertos de par en par, la espantosa escena que se presentaba ante ellos. Se encontraban frente a un local de fideos bastante famoso por la zona: el restaurante del señor Takahashi, un hombre que se había aferrado a las recetas de fideos más tradicionales, negándose a lo largo del tiempo a cualquier cambio o innovación. Era eso, sin embargo, lo que le daba su fama.
Sin embargo, todo aquello era historia. El cristal de la puerta principal, hecho añicos por la colisión de una de las banquetas del local; el suelo manchado por un reguero de sangre que terminaba por perderse en el exterior, bañado por la lluvia de Amegakure; y el origen de aquella sangre era, precisamente, el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
—¿Qu...? ¿Qué ha pasado...? —volvió a repetir Ayame, pálida como el marfil.
Aunque era más que evidente qué era lo que había pasado allí. Un asesinato.
—Eso es lo que hemos venido a averiguar —respondió Kōri, falto de cualquier tipo de sentimiento.
—No... tienes que estar de broma... —murmuró Daruu junto a ella, pero apenas le escuchó.
Estaba demasiado ocupada tapándose los labios con ambas manos y observando, con los ojos abiertos de par en par, la espantosa escena que se presentaba ante ellos. Se encontraban frente a un local de fideos bastante famoso por la zona: el restaurante del señor Takahashi, un hombre que se había aferrado a las recetas de fideos más tradicionales, negándose a lo largo del tiempo a cualquier cambio o innovación. Era eso, sin embargo, lo que le daba su fama.
Sin embargo, todo aquello era historia. El cristal de la puerta principal, hecho añicos por la colisión de una de las banquetas del local; el suelo manchado por un reguero de sangre que terminaba por perderse en el exterior, bañado por la lluvia de Amegakure; y el origen de aquella sangre era, precisamente, el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
—¿Qu...? ¿Qué ha pasado...? —volvió a repetir Ayame, pálida como el marfil.
Aunque era más que evidente qué era lo que había pasado allí. Un asesinato.
—Eso es lo que hemos venido a averiguar —respondió Kōri, falto de cualquier tipo de sentimiento.