20/08/2018, 18:37
Daruu asistió junto a todos los demás participantes al discurso del ya conocido examinador manco, que sin duda les recordaría, una vez más, cuántas maneras diferentes tendrían de suspender si no se comportaban adecuadamente. Además de las pertinentes prohibiciones, el ninja indicó que la prueba de combate no se trataba de ganar, sino de crear espectáculo y demostrar sus habilidades. A Daruu comenzó a invadirle el habitual hormigueo que sentía cuando estaba a punto de librarse un combate, y se preguntó con quién le tocaría luchar.
Habían varias opciones que daban un poco de miedo. Contra Datsue, porque sabría que Ayame estaría observando desde la grada, aniquilándolos a base de miradas. Contra Kaido, porque estaba seguro de que el Tiburón de Amegakure estaba deseando darle un par de hostias en la nuca. Y contra... la propia Ayame. Porque estaba seguro de que ella quería darle alguna más que un par. Alguna más.
No obstante, tras darles la bienvenida, se anunció cual sería el primer combate. Y eran... Ellos.
«Oh, no, no, no, mierda mierda mierda». El rostro de Ayame era un poema. Y Daruu se encogió sobre sí mismo, desviando la mirada. Evitando la mirada de ambos dos. La de su pareja ya la había visto. Y la de Datsue, bueno, podría ser de dos maneras; una de las posibles miradas clamaba piedad y temblaba como un flan, la otra posible mirada era una de orgullo, de triunfo: Datsue el Intrépido lanzándose al combate para hacer las paces.
Daruu suspiró mientras Datsue y Ayame eran conducidos a los pasillos de los combatientes. Se sujetó las sienes con las manos, y se limpió el sudor. Maldito calor de Uzushio.
Fuera cual fuera el resultado de los combates, se aseguraría de observarlos bien. De aprender de ellos. Y de cruzar los dedos para que Ayame ganase.
«Aprovecha y dale una buena hostia, dásela, te la debe.»
Un par de combates después, llegaba el momento para Daruu, y tendría que combatir contra Eri. Cuando los dos se levantaron, el muchacho le guiñó un ojo, y se sintió emocionado de verdad por medirse contra la uzujin. Habían estado enseñándose sus habilidades con anterioridad, durante una visita del amejin a la capital del País de la Espiral, y ambos se habían encandilado con las técnicas del otro. Ahora Daruu, gracias a esa inspiración, había aprendido a transformar el chakra en electricidad. Y quizás Eri dominaba ya el Ninjutsu acuático.
Tendrían la ocasión de demostrárselo mutuamente.
Daruu caminaba, saliendo de su respectivo pasillo. A pesar del calor que hacía, llevaba la chaqueta puesta. Por eso podía parecer llamativo que allá arriba en las gradas el amejin se hubiera quejado tantas veces del calor que hacía. Cuando llegó a su posición, el muchacho se desabrochó la cremallera de la prenda y la arrojó a un lado, al suelo, chasqueando la lengua con fastidio.
«Al fin...»
Clavó la vista en Eri, juntó los pies y se puso rígido, pegando el brazo izquierdo al cuerpo y flexionando el derecho, cuya mano formuló el sello del Tigre. En realidad, el Sello de la Confrontación, tradición entre los ninjas.
—Eri-san. Disfrutemos de este combate —dijo.
Habían varias opciones que daban un poco de miedo. Contra Datsue, porque sabría que Ayame estaría observando desde la grada, aniquilándolos a base de miradas. Contra Kaido, porque estaba seguro de que el Tiburón de Amegakure estaba deseando darle un par de hostias en la nuca. Y contra... la propia Ayame. Porque estaba seguro de que ella quería darle alguna más que un par. Alguna más.
No obstante, tras darles la bienvenida, se anunció cual sería el primer combate. Y eran... Ellos.
«Oh, no, no, no, mierda mierda mierda». El rostro de Ayame era un poema. Y Daruu se encogió sobre sí mismo, desviando la mirada. Evitando la mirada de ambos dos. La de su pareja ya la había visto. Y la de Datsue, bueno, podría ser de dos maneras; una de las posibles miradas clamaba piedad y temblaba como un flan, la otra posible mirada era una de orgullo, de triunfo: Datsue el Intrépido lanzándose al combate para hacer las paces.
Daruu suspiró mientras Datsue y Ayame eran conducidos a los pasillos de los combatientes. Se sujetó las sienes con las manos, y se limpió el sudor. Maldito calor de Uzushio.
Fuera cual fuera el resultado de los combates, se aseguraría de observarlos bien. De aprender de ellos. Y de cruzar los dedos para que Ayame ganase.
«Aprovecha y dale una buena hostia, dásela, te la debe.»
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Un par de combates después, llegaba el momento para Daruu, y tendría que combatir contra Eri. Cuando los dos se levantaron, el muchacho le guiñó un ojo, y se sintió emocionado de verdad por medirse contra la uzujin. Habían estado enseñándose sus habilidades con anterioridad, durante una visita del amejin a la capital del País de la Espiral, y ambos se habían encandilado con las técnicas del otro. Ahora Daruu, gracias a esa inspiración, había aprendido a transformar el chakra en electricidad. Y quizás Eri dominaba ya el Ninjutsu acuático.
Tendrían la ocasión de demostrárselo mutuamente.
Daruu caminaba, saliendo de su respectivo pasillo. A pesar del calor que hacía, llevaba la chaqueta puesta. Por eso podía parecer llamativo que allá arriba en las gradas el amejin se hubiera quejado tantas veces del calor que hacía. Cuando llegó a su posición, el muchacho se desabrochó la cremallera de la prenda y la arrojó a un lado, al suelo, chasqueando la lengua con fastidio.
«Al fin...»
Clavó la vista en Eri, juntó los pies y se puso rígido, pegando el brazo izquierdo al cuerpo y flexionando el derecho, cuya mano formuló el sello del Tigre. En realidad, el Sello de la Confrontación, tradición entre los ninjas.
—Eri-san. Disfrutemos de este combate —dijo.