14/09/2015, 12:12
Kaido se rió de sus amenazas, pero lo que realmente le sacó de sus casillas a Daruu fue que banalizara la importancia de los muebles que su padre había fabricado con su Mokuton. No fue la risa, como estoy diciendo, y tampoco fue que añadiera el despectivo e infantil chan después de su nombre. Fue lo de los muebles. Os parecerá una tontería, a Kaido también se lo parecía, pero Daruu sabía la importancia que tenían, no solo para él ya, sino para su madre, que si salía de la cocina iba a hacer que el tiburón se arrepintiese de la vida misma.
—Lo soy, lo soy —dijo Daruu, con un tono neutro que rozaba lo amenazador—. Pero al menos no soy un cobarde.
Dejó la frase en el aire y se dio un paseo hasta la cocina. En un rato volvió con el plato que había pedido Kaido y una bebida. Las colocó en la mesa con la delicadeza de quien no quiere lastimar a un bebé herido, y entabló miradas con el hombre pez.
—Mi turno termina aquí. Esta tarde a las cinco, en el parque que hay al oeste de aquí. Si tienes los huevos que hay que tener, te patearé el culo.
Sin mediar palabra, subió por las escaleras hacia su casa.
El parque estaba tranquilo. Bueno, no se le podía llamar parque, porque sólo había un par de bancos y unos cuántos árboles que lo rodeaban, pero cuando era pequeño habían columpios y unos cuantos potrillos falsos en los que jugaba con otros niños.
Él estaba en el centro, de brazos cruzados, esperando al capullo de piel azul.
—Lo soy, lo soy —dijo Daruu, con un tono neutro que rozaba lo amenazador—. Pero al menos no soy un cobarde.
Dejó la frase en el aire y se dio un paseo hasta la cocina. En un rato volvió con el plato que había pedido Kaido y una bebida. Las colocó en la mesa con la delicadeza de quien no quiere lastimar a un bebé herido, y entabló miradas con el hombre pez.
—Mi turno termina aquí. Esta tarde a las cinco, en el parque que hay al oeste de aquí. Si tienes los huevos que hay que tener, te patearé el culo.
Sin mediar palabra, subió por las escaleras hacia su casa.
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El parque estaba tranquilo. Bueno, no se le podía llamar parque, porque sólo había un par de bancos y unos cuántos árboles que lo rodeaban, pero cuando era pequeño habían columpios y unos cuantos potrillos falsos en los que jugaba con otros niños.
Él estaba en el centro, de brazos cruzados, esperando al capullo de piel azul.