31/08/2018, 01:13
—¡A VER! Ayame, que solo ha sido una mierda. Cagame tú y estamos en paces. No hace falta sacar cuernos ni colas ni chakra evaporizante. ¿Qué me dices? Ojo por ojo, caca por caca.
Sin embargo, las palabras de Nabi no lograron más que lo contrario. Ayame, presa de ira y dolor, se agarró los cabellos como si estuviera dispuesta a arrancárselos de cuajo. Ni siquiera le importaba la presencia del perro, que gruñía junto a su amo enseñándole una hilera de dientes afilados. En aquellos instantes, sus propios dientes estaban más afilados que los de aquel chucho. Y, justo cuando tensaba los músculos hasta el punto de hacerlos restallar, amenazante de saltar contra el chico de Uzushiogakure en cualquier segundo, ocurrió. Cinco punzadas en la espalda y el poder y la energía que la envolvían se desvaneció como si hubieran cerrado de golpe un grifo. Ayame volvió a debilitarse en cuestión de segundos, el suelo se elevó a toda velocidad hacia ella y ni siquiera se enteró de que había caído al suelo, todo a su alrededor terminó por oscurecerse y absorberla hasta el mundo de la inconsciencia.
Cuando abrió los ojos no se encontraba allí. De hecho, ni siquiera se encontraba en el exterior. La persiana estaba parcialmente echada, pero los rayos del sol aún se colaban a través de sus rendijas, permitiéndole distinguir las siluetas de los muebles de su habitación en el complejo destinado para los aspirantes a Chunin de Amegakure: el escritorio junto a la ventana, el armario empotrado en la pared de enfrente, algún que otro cuadro que representaba los paisajes del País del Remolino... La muchacha parpadeó, confundida. ¿Qué hacía allí? El reflejo de la realidad trataba de hacerse paso a través de las nieblas que aún pululaban por su adormilado cerebro. No tardó más que unos segundos en recordar lo que había pasado y entonces se reincorporó de golpe en su cama.
Ni siquiera llevaba puesta la ropa contaminada...
—Supongo que si no te estabas quietecita, reventabas —sonó una voz cerca de ella. Una voz que ella conocía muy bien. Ni siquiera tuvo que girar la cabeza para darse cuenta de que su padre estaba apoyado contra la pared que estaba junto a la puerta, cruzado de brazos y los ojos cerrados.
Ella se mordió el labio inferior y agachó la mirada.
—¿No vas a decir nada en tu defensa, niña? —le espetó Zetsuo al cabo de varios segundos. Y viendo que seguía sin responder, fue él quien se aproximó a la cama, con su presencia imponente sobre ella—. Esta no es la primera vez, y, por lo que estoy viendo no será la última. ¡¿Qué cojones ha pasado para que perdieras el control de ese modo frente a un shinobi de otra aldea y llegaras a casa apestando a mierda de perro?!
Ayame cerró los ojos, temblando de rabia e impotencia.
—¡CONTÉSTAME!
—¡Todo es culpa de ese maldito Uchiha! —exclamó al fin, con un hilo de voz—. ¡Yo sólo había salido a tomar un poco el aire, a sentarme debajo de uno de esos famosos cerezos! ¡Yo sólo quería estar tranquila! Y entonces llegó él... el chico del perro... decía cosas sin sentido: que si ese sitio era suyo, que si yo era una mala persona porque le echaba cebolla a la carbonara... Al principio pasaba de él, ¡pero entonces se puso a decir que todo lo que había pasado con Uchiha Datsue era culpa mía y que era yo la que iba detrás de él para hacerle la vida imposible!
—¡¿Y eso te llevó a perder el control de nuevo?!
—¡NO! Quise terminar la conversación. Yo no quería saber nada del Uchiha, ni seguir hablando del tema. Yo sólo quería estar tranquila... Le dije que él no sabía nada de lo que había ocurrido, me levanté y quise irme... —Ayame respiró hondo, pero el aire quedaba atascado en su garganta, formando un doloroso nudo imposible de deshacer—. Fue entonces cuando me tiró... eso... —sollozó, llevándose una mano al pecho en un deseo de arrancarse el corazón—. Estoy harta... estoy harta de que ese Uchiha se meta en mi vida... Harta de que lo estropee todo... ¡¡No quiero volver a verle nunca más! ¡¡Quiero que desaparezca!!
Zetsuo la agarró de repente por los hombros. Fue un gesto brusco, falto de cualquier delicadeza, como lo era la dura mirada de sus ojos de hierro.
—Escúchame, me importa una mierda vuestras infantiles disputas. Eres la Jinchūriki de Amegakure, y nadie puede descubrirlo. Nadie —le espetó, como una bofetada de realidad y sus ojos aguamarina brillaban de una forma particular—. Más te vale aprender a controlar tus emociones y retener a ese monstruo, sobre todo mientras estemos en el Remolino. Desvelarte no sólo te pondría en peligro a ti. Nos pondría en peligro a todos. ¡¿Lo has entendido?!
Ayame agachó la mirada, entre continuos sollozos. No llegó a responder, pero al cabo de varios segundos su padre la soltó y se dirigió hacia la puerta de salida.
—¿Qué sucedió después...? —balbuceó Ayame, justo antes de que terminara por marcharse.
—Afortunadamente un par de ANBU de nuestra aldea consiguieron detenerte a tiempo. Le han borrado la memoria con respecto al suceso al chico, así que no te delatará. Pero no siempre contarás con esos comodines, Ayame. Ten mucho cuidado.
La puerta se cerró detrás de él, y Ayame se quedó sola con sus pensamientos. En soledad, se abrazó las rodillas y tomó una decisión. No podía permitir que algo así volviera a suceder. No podía permitirse volver a perder el control. Y mucho menos por Uchiha Datsue.
Sin embargo, las palabras de Nabi no lograron más que lo contrario. Ayame, presa de ira y dolor, se agarró los cabellos como si estuviera dispuesta a arrancárselos de cuajo. Ni siquiera le importaba la presencia del perro, que gruñía junto a su amo enseñándole una hilera de dientes afilados. En aquellos instantes, sus propios dientes estaban más afilados que los de aquel chucho. Y, justo cuando tensaba los músculos hasta el punto de hacerlos restallar, amenazante de saltar contra el chico de Uzushiogakure en cualquier segundo, ocurrió. Cinco punzadas en la espalda y el poder y la energía que la envolvían se desvaneció como si hubieran cerrado de golpe un grifo. Ayame volvió a debilitarse en cuestión de segundos, el suelo se elevó a toda velocidad hacia ella y ni siquiera se enteró de que había caído al suelo, todo a su alrededor terminó por oscurecerse y absorberla hasta el mundo de la inconsciencia.
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Cuando abrió los ojos no se encontraba allí. De hecho, ni siquiera se encontraba en el exterior. La persiana estaba parcialmente echada, pero los rayos del sol aún se colaban a través de sus rendijas, permitiéndole distinguir las siluetas de los muebles de su habitación en el complejo destinado para los aspirantes a Chunin de Amegakure: el escritorio junto a la ventana, el armario empotrado en la pared de enfrente, algún que otro cuadro que representaba los paisajes del País del Remolino... La muchacha parpadeó, confundida. ¿Qué hacía allí? El reflejo de la realidad trataba de hacerse paso a través de las nieblas que aún pululaban por su adormilado cerebro. No tardó más que unos segundos en recordar lo que había pasado y entonces se reincorporó de golpe en su cama.
Ni siquiera llevaba puesta la ropa contaminada...
—Supongo que si no te estabas quietecita, reventabas —sonó una voz cerca de ella. Una voz que ella conocía muy bien. Ni siquiera tuvo que girar la cabeza para darse cuenta de que su padre estaba apoyado contra la pared que estaba junto a la puerta, cruzado de brazos y los ojos cerrados.
Ella se mordió el labio inferior y agachó la mirada.
—¿No vas a decir nada en tu defensa, niña? —le espetó Zetsuo al cabo de varios segundos. Y viendo que seguía sin responder, fue él quien se aproximó a la cama, con su presencia imponente sobre ella—. Esta no es la primera vez, y, por lo que estoy viendo no será la última. ¡¿Qué cojones ha pasado para que perdieras el control de ese modo frente a un shinobi de otra aldea y llegaras a casa apestando a mierda de perro?!
Ayame cerró los ojos, temblando de rabia e impotencia.
—¡CONTÉSTAME!
—¡Todo es culpa de ese maldito Uchiha! —exclamó al fin, con un hilo de voz—. ¡Yo sólo había salido a tomar un poco el aire, a sentarme debajo de uno de esos famosos cerezos! ¡Yo sólo quería estar tranquila! Y entonces llegó él... el chico del perro... decía cosas sin sentido: que si ese sitio era suyo, que si yo era una mala persona porque le echaba cebolla a la carbonara... Al principio pasaba de él, ¡pero entonces se puso a decir que todo lo que había pasado con Uchiha Datsue era culpa mía y que era yo la que iba detrás de él para hacerle la vida imposible!
—¡¿Y eso te llevó a perder el control de nuevo?!
—¡NO! Quise terminar la conversación. Yo no quería saber nada del Uchiha, ni seguir hablando del tema. Yo sólo quería estar tranquila... Le dije que él no sabía nada de lo que había ocurrido, me levanté y quise irme... —Ayame respiró hondo, pero el aire quedaba atascado en su garganta, formando un doloroso nudo imposible de deshacer—. Fue entonces cuando me tiró... eso... —sollozó, llevándose una mano al pecho en un deseo de arrancarse el corazón—. Estoy harta... estoy harta de que ese Uchiha se meta en mi vida... Harta de que lo estropee todo... ¡¡No quiero volver a verle nunca más! ¡¡Quiero que desaparezca!!
Zetsuo la agarró de repente por los hombros. Fue un gesto brusco, falto de cualquier delicadeza, como lo era la dura mirada de sus ojos de hierro.
—Escúchame, me importa una mierda vuestras infantiles disputas. Eres la Jinchūriki de Amegakure, y nadie puede descubrirlo. Nadie —le espetó, como una bofetada de realidad y sus ojos aguamarina brillaban de una forma particular—. Más te vale aprender a controlar tus emociones y retener a ese monstruo, sobre todo mientras estemos en el Remolino. Desvelarte no sólo te pondría en peligro a ti. Nos pondría en peligro a todos. ¡¿Lo has entendido?!
Ayame agachó la mirada, entre continuos sollozos. No llegó a responder, pero al cabo de varios segundos su padre la soltó y se dirigió hacia la puerta de salida.
—¿Qué sucedió después...? —balbuceó Ayame, justo antes de que terminara por marcharse.
—Afortunadamente un par de ANBU de nuestra aldea consiguieron detenerte a tiempo. Le han borrado la memoria con respecto al suceso al chico, así que no te delatará. Pero no siempre contarás con esos comodines, Ayame. Ten mucho cuidado.
La puerta se cerró detrás de él, y Ayame se quedó sola con sus pensamientos. En soledad, se abrazó las rodillas y tomó una decisión. No podía permitir que algo así volviera a suceder. No podía permitirse volver a perder el control. Y mucho menos por Uchiha Datsue.