31/08/2018, 22:31
Me desperté en la puerta de mi propia casa, ni siquiera en la puerta de la misma casa, sino en la puerta al patio delantero de mi casa. Con la sensación y la pesadez de cuando me echo esas siestas de doce horas. La boca pastosa, los ojos como si los hubiese bañado en aceite, todo se veía borroso y poco definido, como si fuera miope perdido, el cuerpo aún más dormido que despierto, etcétera, etcétera, etcétera.
Hice lo que hago siempre, levantar el brazo en alto y dejarlo caer hacia donde siento más presencia perruna. Entonces se levantó mi perro, primero ladró ante el brusco despertar, procedió a un ritual matutino. Ladró un par de veces, volvió a tumbarse, buscó la posición durante unos segundos, renunció a encontrar la misma posición en la que estaba tan cómodo y se estiró.
Sin embargo, en vez de proceder a un lento método de andarme por encima, pisarme la cara, el pecho y los brazos hasta despertarme tuvo un momento de lucidez y empezó a ladrarme y gruñirme.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Quien nos asedia?
Me senté de golpe mirando los alrededores en busca de peligro. Al parecer, mi perro hizo lo mismo, saltaba de un lado a otro gruñendo al aire y buscando algo. Se giró a mí y me preguntó que donde estaba Aotsuki Ayame en perruno, es decir, con más ladridos.
— ¿Quien?
La kunoichi de Ame que había sacado esa aura asesina y le había enseñado los dientes.
— ¿Qué dices de una kunoichi que te ha enseñado los dientes?
Me puse en pie desperezándome con la firme sospecha de que seguía frito y no estaba entendiendo el idioma aperrado de Stuffy. Sin embargo, la historia no hizo más que complicarse. La trama parecía profunda y enrevesada. Según Stuffy, el erudito, estábamos a nuestras anchas como buenos genins que no se han presentado a ningún examen cuando Aotsuki Ayame, la malevola autora de atrocidades como "¿Ha visto usted mi cebolla?" o "¿Qué pasa si corto esta cuerda?", nos acorraló en nuestro lugar secreto para meternos en su secta de cebollivoros y abusones. Al rechazarla, se fue indignada y faltandonos al respeto, por lo cual, tuvimos que lanzarle una buena cantidad de respeto, en gramos de mierda.
Cuando eso lo contrastas con que tienes un blancazo importante en cómo has vuelto a casa y no has enseñado a tu perro a mentir, pues tiene su sentido. Por mucho que me esforzara no sacaba nada de nada, y eso que estaba apretando, pensaba que yendo al baño a hacer mis necesidades me acordaría de algo, pero qué va. Después empecé a hacer memoria sobre el incidente, abandoné el sitio unos minutos para ir a por un helado, entonces volvía andando y nada. No había nada más. Pum, puerta de casa, game over.
La versión de Stuffy era tan valida como cualquier otra. Tendría que conocer personalmente, de nuevo, a esa tal Aotsuki Ayame. Pero primero, escribir todo esto por si la próxima vez aparezca con medio cerebro fuera.
Hice lo que hago siempre, levantar el brazo en alto y dejarlo caer hacia donde siento más presencia perruna. Entonces se levantó mi perro, primero ladró ante el brusco despertar, procedió a un ritual matutino. Ladró un par de veces, volvió a tumbarse, buscó la posición durante unos segundos, renunció a encontrar la misma posición en la que estaba tan cómodo y se estiró.
Sin embargo, en vez de proceder a un lento método de andarme por encima, pisarme la cara, el pecho y los brazos hasta despertarme tuvo un momento de lucidez y empezó a ladrarme y gruñirme.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Quien nos asedia?
Me senté de golpe mirando los alrededores en busca de peligro. Al parecer, mi perro hizo lo mismo, saltaba de un lado a otro gruñendo al aire y buscando algo. Se giró a mí y me preguntó que donde estaba Aotsuki Ayame en perruno, es decir, con más ladridos.
— ¿Quien?
La kunoichi de Ame que había sacado esa aura asesina y le había enseñado los dientes.
— ¿Qué dices de una kunoichi que te ha enseñado los dientes?
Me puse en pie desperezándome con la firme sospecha de que seguía frito y no estaba entendiendo el idioma aperrado de Stuffy. Sin embargo, la historia no hizo más que complicarse. La trama parecía profunda y enrevesada. Según Stuffy, el erudito, estábamos a nuestras anchas como buenos genins que no se han presentado a ningún examen cuando Aotsuki Ayame, la malevola autora de atrocidades como "¿Ha visto usted mi cebolla?" o "¿Qué pasa si corto esta cuerda?", nos acorraló en nuestro lugar secreto para meternos en su secta de cebollivoros y abusones. Al rechazarla, se fue indignada y faltandonos al respeto, por lo cual, tuvimos que lanzarle una buena cantidad de respeto, en gramos de mierda.
Cuando eso lo contrastas con que tienes un blancazo importante en cómo has vuelto a casa y no has enseñado a tu perro a mentir, pues tiene su sentido. Por mucho que me esforzara no sacaba nada de nada, y eso que estaba apretando, pensaba que yendo al baño a hacer mis necesidades me acordaría de algo, pero qué va. Después empecé a hacer memoria sobre el incidente, abandoné el sitio unos minutos para ir a por un helado, entonces volvía andando y nada. No había nada más. Pum, puerta de casa, game over.
La versión de Stuffy era tan valida como cualquier otra. Tendría que conocer personalmente, de nuevo, a esa tal Aotsuki Ayame. Pero primero, escribir todo esto por si la próxima vez aparezca con medio cerebro fuera.
—Nabi—