6/09/2018, 17:51
«Ah, por todos los dioses...»
Akame se limitó a asentir y darse media vuelta para encarar la calle en dirección al barrio residencial.
En Uzushiogakure —o al menos eso pensaba él— los mejores sitios de comida estaban allí. Ni en el Jardín de los Cerezos, ni en los chiringuitos de la playa. No señor. Eran esos locales pequeños, humildes, poco conocidos y, por qué no decirlo, cutres, donde se hacían los mejores platillos caseros con todo el amor de un padre o una madre. A uno de estos lugares era a donde pensaba llevar a Yota —y a Chokichi, de rebote— para tenderle su trampa mortal.
«Les atiborraré a dangos hasta que no puedan más, y entonces... Entonces su voluntad se verá anulada, y tendrán que contarme todo lo que quiera saber». Un plan sin fisuras que provocó que los labios del jōnin se doblasen en una curvatura maliciosa. Por suerte, ninguno de los otros dos ninjas lo vió.
Después de caminar unos diez minutos, Akame dobló una esquina casi de repente, internándose en una callejuela sin salida en la que podían observarse poco más que los portales de las viviendas adyacentes... Y un pequeño local abierto al público con un modesto toldo que rezaba...
El Uchiha se detuvo ante el mismo, echando un vistazo al interior. Se trataba de apenas un modesto habitáculo con una barra de madera tras la cual había diversos utensilios e ingredientes de cocina, concretamente los necesarios para preparar las múltiples variedades de dangos que servían allí; Anko, Bocchan dango, Chadango... Casi de todo. Por las paredes había pegados numerosos cartelitos que representaban dangos con caras expresando distintos estados de ánimo, tales como alegría, tristeza o enfado.
—Aquí es —anunció Akame para luego dar un paso ceremonioso y entrar, oficialmente, en El hogar de los 'E-mocchi-conos'.
Una mujer que estaba tras la barra, de aspecto joven, pelo largo y negro, muy morena y ojos castaños le dio la bienvenida con un alegre gritito. Llevaba un gorro de cocinero y un delantal blanco algo manchado.
—¡Bienvenido, Akame-san!
—Buenas tardes, Anko-san —respondió el jōnin—. Una ración de dangos "de los tuyos", y un té verde. Gracias.
Akame se limitó a asentir y darse media vuelta para encarar la calle en dirección al barrio residencial.
En Uzushiogakure —o al menos eso pensaba él— los mejores sitios de comida estaban allí. Ni en el Jardín de los Cerezos, ni en los chiringuitos de la playa. No señor. Eran esos locales pequeños, humildes, poco conocidos y, por qué no decirlo, cutres, donde se hacían los mejores platillos caseros con todo el amor de un padre o una madre. A uno de estos lugares era a donde pensaba llevar a Yota —y a Chokichi, de rebote— para tenderle su trampa mortal.
«Les atiborraré a dangos hasta que no puedan más, y entonces... Entonces su voluntad se verá anulada, y tendrán que contarme todo lo que quiera saber». Un plan sin fisuras que provocó que los labios del jōnin se doblasen en una curvatura maliciosa. Por suerte, ninguno de los otros dos ninjas lo vió.
Después de caminar unos diez minutos, Akame dobló una esquina casi de repente, internándose en una callejuela sin salida en la que podían observarse poco más que los portales de las viviendas adyacentes... Y un pequeño local abierto al público con un modesto toldo que rezaba...
«El hogar de los 'E-mocchi-conos'»
El Uchiha se detuvo ante el mismo, echando un vistazo al interior. Se trataba de apenas un modesto habitáculo con una barra de madera tras la cual había diversos utensilios e ingredientes de cocina, concretamente los necesarios para preparar las múltiples variedades de dangos que servían allí; Anko, Bocchan dango, Chadango... Casi de todo. Por las paredes había pegados numerosos cartelitos que representaban dangos con caras expresando distintos estados de ánimo, tales como alegría, tristeza o enfado.
—Aquí es —anunció Akame para luego dar un paso ceremonioso y entrar, oficialmente, en El hogar de los 'E-mocchi-conos'.
Una mujer que estaba tras la barra, de aspecto joven, pelo largo y negro, muy morena y ojos castaños le dio la bienvenida con un alegre gritito. Llevaba un gorro de cocinero y un delantal blanco algo manchado.
—¡Bienvenido, Akame-san!
—Buenas tardes, Anko-san —respondió el jōnin—. Una ración de dangos "de los tuyos", y un té verde. Gracias.