10/09/2018, 02:36
Yarou vestía una larga capa blanca, bordeada de un azul eléctrico. Bajo su cubierta, el chaleco que le identificaba como jounin de la Aldea de la Lluvia, y así también su placa, reposando indigna en su brazo derecho. En su cintura colgaba una uchigatana desgastada. Tenía el cabello azul, corto, y con una gran cantidad de canas. Era un hombre bastante alto, con un físico extraordinario, de rostro blanco impoluto y alicaído; a quien se le podían calcular unos cincuenta años, a lo sumo.
Tenía la nariz ligeramente torcida, los párpados hundidos, y una dentadura de sierra característica, similar a la de Kaido.
—Pensé que lo habían derrumbado —dijo, mientras observaba a su alrededor con una sonrisa apagada y triste que no transmitía sino transmitía nostalgia. Pura y contagiosa—. pasamos buenos momentos entrenando en este tugurio, no es así, Kaido-san?
Kaido no contestó de inmediato, sin embargo. Estaba muy ocupado viéndole la capa, que ahora era más roja que blanca.
—¿De dónde coño vienes así? ¿por qué estás todo cubierto de sangre?
—Vengo de aligerarte un poco la carga, mi buen amigo —respondió—. ¿Qué? ¿crees que no lo sabía? ¿tan poco piensas que te conozco?
»Tengo quince años conociéndote, Kaido-kun. Sé cuando estas alegre, confuso, enervado. Inconforme. Supe desde el momento en el que volviste de aquella misión en la que rescatasteis a vuestra guardiana que habías tenido una realización personal sobre tu vida, sobre quienes la compartimos y de lo que querías que ella fuera sin que nadie tomara decisiones por ti. No. Estoy mintiendo. En realidad creo que lo supe desde el momento en el que te vi nacer. Chillabas como un puerco, ¿sabes? nada te tranquilizaba. Sólo los brazos de tu madre.
—Cállate. ¡Cállate, deja de decir estupideces!
—Perdón. A un alma vieja como la mía, que reconoce su final acercándose como un ferrocarril, se vuelve nostálgica. En fin, escúchame, Kaido, lo sé todo. Sé para qué me citaste aquí. Sé que Rakon y Migoru están muertos. Lo sé. No te avergüences, creo que todos lo merecemos, así que por ello he decidido ayudarte esta noche. Ganarme un poco de redención antes de morir.
»Éramos más, muchos más. Nunca te hablé de ellos, nunca los conociste. Pero ya me he encargado yo, no te preocupes. Los he matado por ti. Te lo dije antes, te he aligerado un poco la carga.
—Q-qué coñ... no, Yarou... no
Ponpu y Kazan, rodearon a Yarou. Y Netsu, le tomó la retaguardia.
Los ojos vívidos y cristalinos del viejo Hōzuki observaron por última vez a su pupilo, siempre con una sonrisa paternal. Kaido lloraba.
—¿Recuerdas la casa de invierno que te conté hace unos años? visítala algún día. Allí yacen muchos recuerdos que te ayudarán a sanar. Te lo debía —Yarou sintió la respiración del Oni que yacía mortal a su espalda—. vive, Kaido, sin límites. Conviértete en el gran Shinobi que siempre estuviste destinado a ser. Te estaremos observando desde arriba, siempre orgullosos de ti.
—Hozuki Yarou, se te acusa de delito de secuestro no forzado y conspiración contra el salvaguarda de Amegakure. Te han sentenciado a morir —¡splash! una mano candente y extremadamente rojiza atravesó el corazón del viejo shinobi. Su extremidad, que quemó el interior de Yarou, salió humeante al otro lado de su pecho—. larga vida a la Aldea de la Lluvia.
Allí abajo, el cielo no derramaría una sola lágrima. Estaban demasiado profundo para saberlo. Kaido, sin embargo...
El último eslabón de la cadena, aquella que le tenía retenido, cedió. Con la muerte de Yarou, y de los subsecuentes asesinatos que éste cometió en pro de colaborar en lo que él creía que era la noble misión de su pupilo, todos y cada uno de los miembros de un reducto con delirios de grandeza pasó sencillamente al olvido.
La bestia, finalmente, estaba libre de ataduras.
Tenía la nariz ligeramente torcida, los párpados hundidos, y una dentadura de sierra característica, similar a la de Kaido.
—Pensé que lo habían derrumbado —dijo, mientras observaba a su alrededor con una sonrisa apagada y triste que no transmitía sino transmitía nostalgia. Pura y contagiosa—. pasamos buenos momentos entrenando en este tugurio, no es así, Kaido-san?
Kaido no contestó de inmediato, sin embargo. Estaba muy ocupado viéndole la capa, que ahora era más roja que blanca.
—¿De dónde coño vienes así? ¿por qué estás todo cubierto de sangre?
—Vengo de aligerarte un poco la carga, mi buen amigo —respondió—. ¿Qué? ¿crees que no lo sabía? ¿tan poco piensas que te conozco?
»Tengo quince años conociéndote, Kaido-kun. Sé cuando estas alegre, confuso, enervado. Inconforme. Supe desde el momento en el que volviste de aquella misión en la que rescatasteis a vuestra guardiana que habías tenido una realización personal sobre tu vida, sobre quienes la compartimos y de lo que querías que ella fuera sin que nadie tomara decisiones por ti. No. Estoy mintiendo. En realidad creo que lo supe desde el momento en el que te vi nacer. Chillabas como un puerco, ¿sabes? nada te tranquilizaba. Sólo los brazos de tu madre.
—Cállate. ¡Cállate, deja de decir estupideces!
—Perdón. A un alma vieja como la mía, que reconoce su final acercándose como un ferrocarril, se vuelve nostálgica. En fin, escúchame, Kaido, lo sé todo. Sé para qué me citaste aquí. Sé que Rakon y Migoru están muertos. Lo sé. No te avergüences, creo que todos lo merecemos, así que por ello he decidido ayudarte esta noche. Ganarme un poco de redención antes de morir.
»Éramos más, muchos más. Nunca te hablé de ellos, nunca los conociste. Pero ya me he encargado yo, no te preocupes. Los he matado por ti. Te lo dije antes, te he aligerado un poco la carga.
—Q-qué coñ... no, Yarou... no
Ponpu y Kazan, rodearon a Yarou. Y Netsu, le tomó la retaguardia.
Los ojos vívidos y cristalinos del viejo Hōzuki observaron por última vez a su pupilo, siempre con una sonrisa paternal. Kaido lloraba.
—¿Recuerdas la casa de invierno que te conté hace unos años? visítala algún día. Allí yacen muchos recuerdos que te ayudarán a sanar. Te lo debía —Yarou sintió la respiración del Oni que yacía mortal a su espalda—. vive, Kaido, sin límites. Conviértete en el gran Shinobi que siempre estuviste destinado a ser. Te estaremos observando desde arriba, siempre orgullosos de ti.
—Hozuki Yarou, se te acusa de delito de secuestro no forzado y conspiración contra el salvaguarda de Amegakure. Te han sentenciado a morir —¡splash! una mano candente y extremadamente rojiza atravesó el corazón del viejo shinobi. Su extremidad, que quemó el interior de Yarou, salió humeante al otro lado de su pecho—. larga vida a la Aldea de la Lluvia.
Allí abajo, el cielo no derramaría una sola lágrima. Estaban demasiado profundo para saberlo. Kaido, sin embargo...
El último eslabón de la cadena, aquella que le tenía retenido, cedió. Con la muerte de Yarou, y de los subsecuentes asesinatos que éste cometió en pro de colaborar en lo que él creía que era la noble misión de su pupilo, todos y cada uno de los miembros de un reducto con delirios de grandeza pasó sencillamente al olvido.
La bestia, finalmente, estaba libre de ataduras.