14/09/2018, 12:41
(Última modificación: 14/09/2018, 12:42 por Aotsuki Ayame.)
Sobre ella no encontró más que una pasarela metálica con escaleras que llegaba hasta la terraza del edificio más cercano. Ayame estaba a punto de sugerir subir arriba a echar un vistazo cuando la voz de Kōri la sobresaltó:
—No es arriba a donde deberíais estar mirando.
Ambos genin se volvieron hacia su sensei, confundidos. Y en el momento en el que Ayame posó la mirada sobre el suelo el corazón le dio un vuelco y, con una agilidad felina, se subió de un salto sobre el contenedor volcado, que emitió una sonora protesta metálica.
«Contaminado...» Pensó, con una mueca del más absoluto asco, mientras contemplaba el nauseabundo líquido que salía desde el mismo contenedor.
Eso no era lo importante, sin embargo. Más allá de aquel nauseabundo charco, se apreciaban una serie de marcas en el suelo. Unas marcas periódicas que parecían...
Ayame se bajó del contenedor con sumo cuidado de no tocar ni por asomo el charco y se agachó junto a las marcas.
—Huellas de mamífero. Cuatro dedos marcados, sin uña marcada... es un gato —confirmó.
—Joder, menudo gato más gordo —bufó su compañero de misión—. Yo pensé que el contenedor lo había derribado el asesino.
—Y yo, la verdad... —afirmó Ayame, meditativa, y se volvió hacia su hermano—. Quizás volvieron a pelearse aquí ambos. Parece demasiado escándalo para un solo gato, ¿no?
Volvió a mirar hacia la pasarela, empecinada.
—¿Os importa si subo a echar un vistazo? Os alcanzaría enseguida mientras seguís las huellas del gato.
—No es arriba a donde deberíais estar mirando.
Ambos genin se volvieron hacia su sensei, confundidos. Y en el momento en el que Ayame posó la mirada sobre el suelo el corazón le dio un vuelco y, con una agilidad felina, se subió de un salto sobre el contenedor volcado, que emitió una sonora protesta metálica.
«Contaminado...» Pensó, con una mueca del más absoluto asco, mientras contemplaba el nauseabundo líquido que salía desde el mismo contenedor.
Eso no era lo importante, sin embargo. Más allá de aquel nauseabundo charco, se apreciaban una serie de marcas en el suelo. Unas marcas periódicas que parecían...
Ayame se bajó del contenedor con sumo cuidado de no tocar ni por asomo el charco y se agachó junto a las marcas.
—Huellas de mamífero. Cuatro dedos marcados, sin uña marcada... es un gato —confirmó.
—Joder, menudo gato más gordo —bufó su compañero de misión—. Yo pensé que el contenedor lo había derribado el asesino.
—Y yo, la verdad... —afirmó Ayame, meditativa, y se volvió hacia su hermano—. Quizás volvieron a pelearse aquí ambos. Parece demasiado escándalo para un solo gato, ¿no?
Volvió a mirar hacia la pasarela, empecinada.
—¿Os importa si subo a echar un vistazo? Os alcanzaría enseguida mientras seguís las huellas del gato.