16/09/2018, 22:49
Le dolían todos y cada uno de los músculos del cuerpo. Le dolía la cabeza. Cada paso que daba todo le retumbaba, desde las uñas hasta el cráneo. Por dolerle, podría decir que le dolían hasta la punta de las pestañas. Pero, con un sonoro bostezo, siguió caminando hacia la Plaza del Calabobos. Como cada amanecer desde que había regresado a Amegakure. Con aquellas ojeras que ya se había acostumbrado a ver en el espejo cada mañana.
Su padre se había tomado muy en serio el castigo de la Arashikage de no dejarla salir de la aldea hasta que no reforzara su autocontrol. Vaya que sí lo había hecho. No le había dado tregua ni un sólo día desde entonces. Los primeros días fueron los peores de su vida. Aotsuki Zetsuo era un hombre que no destacaba por su compasión, ni siquiera hacia sus propios hijos. Y de poco le habían servido los lloriqueos o intentar remolonear los días que peor se encontraba, si hacía falta el hombre la sacaba a la fuerza de la cama, se la echaba al hombro y la tiraba sobre la calle encharcada sin importar que aún estuviera en pijama. Y eso por no hablar de aquel día que se durmió sin querer y llegó tarde a la sesión de entrenamiento.
Ahora, como los últimos días, quería creer que estaba mejorando... Pero seguía sin saber si aquel día sería el último de su tortura, no podía ver la luz al final del túnel. La luz de su libertad.
Ayame subió los escalones con la parsimonia de un reo condenado a la horca y los músculos de las piernas gritando a cada paso dado. Subió los escalones de piedra que giraban sobre sí mismos alrededor de la plaza, ascendiendo, y cuando sobrepasó el último lanzó un largo suspiro cargado de cansancio y se sentó en el mismo banco de siempre, bajo el mismo árbol de siempre.
Sólo le quedaba esperar.
Su padre se había tomado muy en serio el castigo de la Arashikage de no dejarla salir de la aldea hasta que no reforzara su autocontrol. Vaya que sí lo había hecho. No le había dado tregua ni un sólo día desde entonces. Los primeros días fueron los peores de su vida. Aotsuki Zetsuo era un hombre que no destacaba por su compasión, ni siquiera hacia sus propios hijos. Y de poco le habían servido los lloriqueos o intentar remolonear los días que peor se encontraba, si hacía falta el hombre la sacaba a la fuerza de la cama, se la echaba al hombro y la tiraba sobre la calle encharcada sin importar que aún estuviera en pijama. Y eso por no hablar de aquel día que se durmió sin querer y llegó tarde a la sesión de entrenamiento.
Ahora, como los últimos días, quería creer que estaba mejorando... Pero seguía sin saber si aquel día sería el último de su tortura, no podía ver la luz al final del túnel. La luz de su libertad.
Ayame subió los escalones con la parsimonia de un reo condenado a la horca y los músculos de las piernas gritando a cada paso dado. Subió los escalones de piedra que giraban sobre sí mismos alrededor de la plaza, ascendiendo, y cuando sobrepasó el último lanzó un largo suspiro cargado de cansancio y se sentó en el mismo banco de siempre, bajo el mismo árbol de siempre.
Sólo le quedaba esperar.