17/09/2018, 00:01
Una voz perturbó su introspección, y le obligó a voltear para ver quién podía ser.
Se trataba de un joven de cabello negro rapado a los costados, ojos azules —muy similares a los suyos—. y una contextura que bien podía delatar sus catorce años. Piel albina, de porte insulso y para más inri, con el símbolo del remolino reposando orgulloso en una placa metálica, cuya bandana le envolvía el cuello.
El gyojin observó parsimonioso al intruso, hasta que se dignó en responder a su pregunta.
—Ya quisiera yo —dijo, mientras volvía a ver la estatua—. pero mucho me temo que no hay forma de saberlo con certeza. La última vez que estuve por aquí Sumizu Kouta-sama tenía el cogote intacto, como los otros dos cabrones, pero ahora... le han decapitado.
Escupió al suelo, y rechistó con un bufido. Finalmente, volvió a reparar en el chico, y en su bandana. Y lo hizo no porque desconociera la procedencia de aquel símbolo, sino que hacía tres meses que, desde los acontecimientos del Chunin, no se había encontrado con alguna de esas ratas. Antes podía comportarse con cierto civismo, dada las buenas relaciones entre aldeas, ¿pero ahora, qué se supone que tenía que hacer?
—¿No habrás sido tú, eh, pardillo? —indagó, con el manojo de dientes afilados curvándose en una no muy sutil sonrisa depredadora.
Se trataba de un joven de cabello negro rapado a los costados, ojos azules —muy similares a los suyos—. y una contextura que bien podía delatar sus catorce años. Piel albina, de porte insulso y para más inri, con el símbolo del remolino reposando orgulloso en una placa metálica, cuya bandana le envolvía el cuello.
El gyojin observó parsimonioso al intruso, hasta que se dignó en responder a su pregunta.
—Ya quisiera yo —dijo, mientras volvía a ver la estatua—. pero mucho me temo que no hay forma de saberlo con certeza. La última vez que estuve por aquí Sumizu Kouta-sama tenía el cogote intacto, como los otros dos cabrones, pero ahora... le han decapitado.
Escupió al suelo, y rechistó con un bufido. Finalmente, volvió a reparar en el chico, y en su bandana. Y lo hizo no porque desconociera la procedencia de aquel símbolo, sino que hacía tres meses que, desde los acontecimientos del Chunin, no se había encontrado con alguna de esas ratas. Antes podía comportarse con cierto civismo, dada las buenas relaciones entre aldeas, ¿pero ahora, qué se supone que tenía que hacer?
—¿No habrás sido tú, eh, pardillo? —indagó, con el manojo de dientes afilados curvándose en una no muy sutil sonrisa depredadora.